LA DEMOCRACIA DE LOS OTROS
Hay al menos dos razones para celebrar la decisión del tribunal constitucional alemán sobre el fondo de rescate permanente. En primer lugar, la prestigiosa institución no ha bloqueado el proceso de reformas europeas para salvar la moneda común. Pero además, el motor de la eurozona está dando los pasos necesarios para adaptarse a un modelo nuevo de unión económica y monetaria, de acuerdo con sus reglas internas, de modo plenamente democrático y a través de un debate intenso y saludable. Sin embargo, el acierto germano de salvaguardar su identidad nacional como condición para que haya más democracia europea no suele ir acompañado de un mínimo aprecio hacia otros miembros de la eurozona, normalmente países deudores, cuándo éstos se plantean hacer lo mismo, conforme a sus constituciones, antes de dar nuevos pasos en la integración. Por ejemplo, el episodio hace un año en el que Grecia anunció un referéndum sobre el euro o que al menos quería votar en su parlamento las propuestas de rescate cocinadas en Bruselas antes de aceptarlas. También es ilustrativa la situación actual de Italia: bastantes votantes pretenden que el sucesor del gobierno Monti tras las elecciones de la próxima primavera no sea otro gobierno Monti, una aspiración, a mi entender, poco deseable pero muy legítima. Ante los debates constitucionales y la vida democrática de los países más endeudados, desde Alemania se proyecta con frecuencia una actitud impaciente, muy distinta a la de un Estado miembro que forma parte de una comunidad política con claros rasgos federales llamada Unión Europea. El país más importante de la zona euro se siente cómodo sobre todo interpretando el papel del que quiere cobrar como acreedor, cuanto antes y sin excusas. Cuida de forma admirable de su contrato social y no siempre recuerda que éste es bien distinto de aquellas historias y pactos que sustentan la democracia de los otros.