OPERACIÓN DE SALVAMENTO
La última cumbre europea avanzó la promesa de la integración económica pero ha descuidado peligrosamente la vía política. La balanza está desequilibrada en beneficio de algunos Estados. Las medidas anunciadas, que no tomadas, indican el buen camino, pero la estrategia de dureza de Mario Monti en la noche de la negociación y su triunfalismo a la salida han servido en bandeja la respuesta rápida de Alemania, Finlandia y Holanda, en primera fase a través de una condicionalidad férrea en el rescate bancario español.
El euro solo saldrá adelante si nuestros dirigentes deciden a favor del conjunto de la Unión y dejan a un lado el diagnóstico erróneo (pero consolador) de que el fallo del euro es Grecia, España, Alemania o cualquier otro país.
El problema fundamental de la moneda común es estructural, está en sus planos originales y la negligencia posterior de no haber rediseñado el edificio cuando todavía lucía un buen tiempo. La supervisión europea del sistema financiero, esencial para separar en cada estado las crisis de deuda pública y de liquidez de los bancos, tardará en llegar. Por lo menos, Merkel sabe que ahora más que nunca se juega su futuro y el objetivo compartido empieza a estar claro, una federación económica en torno al euro.
Hay tres factores esenciales para culminar esta operación de salvamento, el método, el tiempo del que se dispone y la aceptación social de la masiva transferencia de poder y rentas a Bruselas. En este sentido, las decisiones del Consejo Europeo tardan demasiado en aplicarse y no quedan años sino meses para lograr resultados, con un verano en medio en el que la Unión cierra por vacaciones.
Si, finalmente, se consigue poner en pie con rapidez esta federación económica, la centralización de poderes no funcionará si no es percibida como justa, limitada y legítima por los ciudadanos de la eurozona.