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El deicida Mario Vargas Llosa, por Santiago Muñoz Machado: "Contempló el mundo desde la atalaya de la literatura"

17/10/2025
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El 17 de octubre de 2025 se ha publicado en la revista cultural de El Mundo, La Lectura, un elogio póstumo del director de la RAE en el que recuerda la inmensidad de la obra del Premio Nobel Vargas Llosa y su defensa de la literatura como forma de verdad.

Es tan copiosa la obra escrita de Mario Vargas Llosa, que vano sería intentar resumirla en estos minutos de homenaje. Sus novelas magistrales invitan siempre al regreso. Son más de uno los escritores que han confesado que antes de iniciar la aventura de escribir un nuevo libro vuelven a leer Conversación en La Catedral, para tener una composición modélica en la que inspirarse. Es como el retorno continuo al Quijote, que lleva a disfrutarlo una y otra vez sin saciarse.

Selecciono, en consecuencia, para recordarlo en este elogio póstumo, un concreto punto de vista; la parte de su obra que está más ligada a su actividad académica, de la que proceden ensayos literarios que no son los más conocidos de sus escritos.

Nuestro noble y añorado amigo se incorporó a la Academia Peruana de la Lengua el 27 de agosto de 1977. Ingresó en la corporación hermana cuando había publicado tres de sus grandes novelas: La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1967) y Conversación en La Catedral (1969). Su discurso de ingreso versó sobre "José María Arguedas entre sapos y halcones". Para entonces habían aparecido también algunos de sus ensayos memorables, como el titulado García Márquez. Historia de un deicidio, su tesis doctoral en la Universidad Complutense en 1971. En este texto está la primera exposición sistemática de sus ideas sobre la novela como arte de la transformación de la realidad.

Analizó en el discurso la obra de José María Arguedas, el notable autor de Los ríos profundos. Vargas Llosa sitúa a Arguedas como creador en ese territorio en que verdad y ficción se confunden. Dijo en su disertación literalmente que "Los cuentos de Arguedas no son 'veraces' en el sentido que dan a esta palabra quienes creen que el valor de la literatura se mide por su aptitud para reproducir lo real, para repetir lo existente, quienes piensan, como decía Stendhal, que la novela es un 'espejo'. La literatura expresa una verdad que no es histórica, ni sociológica, ni etnológica, que no se determina por su semejanza con un modelo preexistente. Es una escurridiza verdad hecha de falsedades; modificaciones profundas de la realidad, desacatos subjetivos ante el mundo, correcciones de lo real que fingen ser su representación". "Si en ella otros hombres se reconocen, la admiten como suya, leen en ella sus propias vidas, la mentira literaria, como tocada por una varita mágica, pasa a ser verdad, realidad viva, mito y símbolo en los que el hombre ha transfigurado sus heridas y sus deseos".

Terminaba ensalzando la literatura como algo sustancialmente distinto del modelo real. Lo que hace un escritor original, como lo fue Arguedas, "es mentira persuasiva en la que otros hombres -de aquí o de otras geografías, de nuestro tiempo o del porvenir- reconocerán, una vez más, la protesta de un hombre contra la insuficiencia de la vida".

Esta idea del discurso procede por entero de su tesis doctoral sobre García Márquez, en la que analiza la obra total del escritor colombiano. La subtituló Historia de un deicidio, porque, como explica en el capítulo 'El novelista y sus demonios', "Escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. Es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida y el mundo tal como son (o como cree que son). La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida; cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad".

Volvió sobre lo mismo cuando ingresó en la Real Academia Española, el 15 de enero de 1996, con un discurso titulado 'Las discretas ficciones de Azorín'. Explicó entonces que lo que el lector espera legítimamente del escribidor es "...que lo divierta y lo maree, que lo excite y lo intrigue, que le haga pasar gato por liebre y, por unas horas, lo arranque de la mediocridad del mundo real y lo traslade a las exaltantes comarcas de la ilusión". Vargas Llosa manifiesta su devoción por ese "fantaseador contemplativo", una figura opuesta a él en muchos sentidos y al que, sin embargo, considera un amigo cuya aprobación necesita. "Tal vez la explicación -concluía- esté en la fatídica ley de atracción de los contrarios. Pero, lo cierto es que sus libros me estimulan y me emocionan siempre, y que, de tanto asomarme a través de ellos a lo que hizo y lo que fue, he llegado a sentir que formo parte de su círculo privado, y a considerarlo un grande amigo, uno de ésos cuya aprobación quisiéramos desesperadamente alcanzar para todo lo que escribimos".

Camilo José Cela, al contestar al discurso de Mario en nombre de la Academia, retomó la idea, que procedía del recipiendario, aunque no citó su tesis sobre García Márquez, de la novela como deicidio. Dijo el nobel Cela estar "ante un hombre que, con su imaginación, con su arte y con su lengua es capaz de conseguir lo que pocos mortales alcanzan: crear una realidad verbal que remeda, enriquece o trasciende la realidad común. En cierto modo, para él escribir novelas es un acto de rebelión constante, una forma sutil de deicidio, pues, como una especie de divinidad escribidora, alcanza a crear otros mundos para corregir las limitaciones del que le ha tocado vivir. Para don Mario, la raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida, y cada novela representa un asesinato simbólico de la realidad".

En fin, la pista de estas ideas literarias de Vargas Llosa aparece con reiteración en otros ensayos suyos, entre los que destaco La verdad de la mentira (Seix Barral, 1990), donde se lee este desinhibido resumen: "En efecto, las novelas mienten no pueden hacer otra cosa pero esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que solo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene semblante de galimatías. Pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros quisieran una vida distinta de la que viven.Para aplacar tramposamente ese apetito nacieron las ficciones".

La otra cuestión sobre la que abundó en sus discursos académicos fue sobre la técnica narrativa. Lo hizo muy especialmente en sus ensayos La orgía perpetua, sobre Flaubert y su Madame Bovary, y en La mirada quieta(de Pérez Galdos). En la primera ensalzó a Flaubert, de quien confesó haber aprendido más que de ningún otro novelista. El narrador omnisciente era para él un descubrimiento narrativo fundamental que Galdós, de aquí la severa crítica a su obra, no llegó a aprender.

Años después volvió a comentar sus deudas con Flaubert y otros maestros en su intervención ante el pleno de L'Academie française, y, antes, en su discurso de recepción del premio Nobel de literatura.

El primer discurso tuvo lugar en La Coupole, la sede de L'Académie Française. Elogió al anterior titular de la medalla número 18, Michel Serres. Después recordó la influencia que los autores franceses habían tenido en su obra. Mencionó el impacto de Los Miserables de Víctor Hugo, a Balzac, Stendhal y Zola, e incluso recordó a los grandes folletinistas, como Alejandro Dumas. Pero nadie, aseguró, le había enseñado tanto como Gustave Flaubert y su Madame Bovary.

Contó, aunque no era la primera vez que lo hacía, que la misma noche de su llegada a París, en 1959, con la ilusión de convertirse en un literato profesional, lo primero que hizo fue comprar en una librería del Barrio Latino, ahora desaparecida, que se llamaba La Joie de Lire, un ejemplar de Madame Bovary. "Sin Flaubert no hubiera sido nunca el escritor que soy, ni hubiera escrito lo que he escrito, ni cómo lo he hecho. Flaubert, al que he leído y releído una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aquí", en la Académie.

En el discurso que pronunció cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, reconoció que "Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables". Leyó a Faulkner, primero en español y más tarde en inglés con la voracidad que siempre le caracterizó. También recordó sus deudas, en orden cronológico, con Joanot Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstói, Conrad, Mann, Sartre, Camus, Orwell y Malraux. De Joyce y de Faulkner tomó técnicas como el monólogo interior, la variedad de puntos de vista, o la fragmentación cronológica de las tramas.

Pero ninguno como Flaubert, cuya importancia para la literatura explicó en un ensayo luminoso, La orgía perpetua (1975), y ha repetido en muchas ocasiones. Flaubert fue el primer novelista que hizo de la novela, según la tesis que sostiene en dicho ensayo, una realidad soberana, autosuficiente. Para conseguir esa autonomía se valió de dos técnicas que usó genialmente en Madame Bovaryla impersonalidad o invisibilidad del narrador y le mot juste, la precisión y economía del lenguaje que diera la sensación de que era tan absolutamente necesario que nada faltaba ni sobraba en él para la realización cabal de lo que se proponía contar.

Mario llegó a París en 1959 con La ciudad y los perros a medio escribir. En un prólogo de 1997 recordó que la había iniciado en 1958 en Madrid, en una tasca de la calle Menéndez Pelayo llamada El Jute, que miraba al Parque del Retiro, y la terminó en el invierno de 1961 en una buhardilla de París. Fue también en esta ciudad donde se encontró con el apasionado "descubrimiento de América Latina", que resultaba del éxito enorme de autores que se leían con admiración allí y sobre los que él mismo volvió con entusiasmo: Borges, Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso...

Contempló el mundo desde la atalaya de la literatura. Como dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel el 7 de diciembre de 2010: "...Un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños".

Santiago Muñoz Machado es director de la Real Academia Española y Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Este texto es un fragmento del discurso pronunciado en Arequipa (Perú), el pasado 15 de octubre, en el acto de homenaje a Mario Vargas Llosa en la apertura del X Congreso Internacional de la Lengua Española.

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