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Europa, cambio de ciclo; por Belén Becerril Atienza, profesora titular de Derecho de la Unión Europea de la Universidad CEU San Pablo

04/10/2024
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El día 4 de octubre de 2024 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Belén Becerril Atienza, en el cual la autora opina que Europa debe cambiar: cerrar la brecha de innovación con EEUU, compatibilizar descarbonización y competitividad, reforzar la inversión pública y privada y contar con una regulación más sencilla y flexible.

EUROPA, CAMBIO DE CICLO

La nueva legislatura europea, que arranca lentamente tras el verano, trae consigo un giro a la derecha en las instituciones y una nueva prioridad en la agenda.

En primer lugar, el Partido Popular Europeo vuelve a estar en cabeza en el Parlamento Europeo. Su buen resultado el pasado mes de junio hace posible que la suma de los tres partidos que conformaban la gran coalición en la pasada legislatura alcance holgadamente el umbral de la mayoría absoluta, a pesar de las pérdidas que han sufrido los socialistas y los liberales.

Los grupos a la derecha del Partido Popular se han reforzado: los Conservadores y Reformistas, liderados por Giorgia Meloni; el nuevo grupo Patriotas por Europa (del que forma ahora parte Vox junto con los partidos de Marine Le Pen y Viktor Orban); y un tercer grupo político, La Europa de las Naciones Soberanas, liderado por los alemanes de AfD.

Es de esperar que su papel sea muy diferente. Los Conservadores y Reformistas de Meloni, más pragmáticos y menos euroescépticos, ya jugaron un papel relevante en la anterior legislatura, mientras que el grupo de Marine Le Pen (entonces ID) fue objeto de un cordón sanitario que a todas luces se repetirá en la décima legislatura. Cabe preguntarse qué razones explican el cambio de Vox, que, al dejar el grupo de Meloni para sumarse al de Le Pen, verá recortada su influencia en el Parlamento.

La designación de Raffaele Fitto, propuesto por el Gobierno de Meloni como vicepresidente de la Comisión al frente de la relevante cartera de Cohesión y Reformas, pone de manifiesto la distancia que separa a su partido de los que se sitúan a su derecha. Al comisario Olivér Várhelyi, propuesto por el Gobierno de Orban, Ursula von der Leyen le ha atribuido la cartera de Salud y Bienestar Animal... Algo que habrá caído mal en Budapest, pues la Unión apenas tiene competencia en materia de salud y es improbable que el bienestar animal constituya una prioridad de su Gobierno.

En todo caso, los grupos que se sitúan en los extremos del Parlamento Europeo podrían ser relevantes en ocasiones; en particular, cuando socialistas y populares no voten en el mismo sentido, lo cual ocurre cada vez en mayor medida. En tal caso, la derecha contaría con una potencial mayoría.

Lo que en ningún momento se ha planteado ha sido la formación de una coalición estable entre los populares y los tres grupos que se sitúan a su derecha, no solo porque el Parlamento Europeo se ha caracterizado siempre por la búsqueda de amplios consensos que incluyan a populares y socialistas, sino porque difícilmente se puede liderar la Unión con los partidos que proponen socavarla, renacionalizando sus políticas y deshaciendo su ordenamiento jurídico.

Más allá del Parlamento Europeo, el giro a la derecha se manifiesta también en las capitales. A día de hoy, en el Consejo de la Unión Europea los gobiernos del Partido Popular son mayoría. Además, esta mayoría se traslada necesariamente a la Comisión Europea, ya que son los gobiernos nacionales los que proponen los nombres de los comisarios.

El equipo presentado por Von der Leyen, que deberá someterse a la aprobación del Parlamento Europeo, cuenta con nada menos que 15 comisarios populares, dos a su derecha (uno de los Conservadores y Reformistas y otro de los Patriotas), cinco liberales, cuatro socialistas y un independiente. El Partido Popular es la primera fuerza política en el Parlamento Europeo, en las capitales y en la Comisión.

En segundo lugar, a medida que se va definiendo la composición de las instituciones, se pone de manifiesto la consolidación de una prioridad que ya se venía vislumbrando. Si en 2019 solo se hablaba del pacto verde, el tema de relevancia es ahora la competitividad.

Naturalmente, cualquier previsión debe hacerse con cautela. ¿Quién habría dicho en 2019 que la legislatura estaría determinada por una pandemia mundial y la invasión rusa de Ucrania? Además, se mantendrán los objetivos de la pasada legislatura: pacto verde, defensa, ampliación... Pero, entre todos ellos, se impone ahora la búsqueda de la competitividad.

A ello han contribuido recientemente dos informes elaborados por Enrico Letta y Mario Draghi. El primero, Mucho más que un mercado, subraya la pérdida de peso demográfico y económico de Europa: una población cada vez más pequeña y envejecida, con una tasa de natalidad que disminuye de forma alarmante (3,8 millones de nacimientos en 2022 respecto a 4,7 en 2008), y una economía a la zaga no solo de las economías asiáticas, sino también de la estadounidense (en 1993 ambas áreas tenían un tamaño similar; desde entonces, el PIB per cápita norteamericano ha aumentado casi un 60%, mientras Europa no ha alcanzado el 30%).

Para crecer, dice Letta, es preciso fortalecer el mercado único: las empresas europeas deben ganar en tamaño; los obstáculos a la prestación de servicios deben eliminarse; el sector financiero, las telecomunicaciones y la energía no pueden seguir excluidos... Europa necesita velocidad, escala y recursos financieros.

En El futuro de la competitividad europea, Draghi comparte la misma preocupación por la ralentización de nuestro crecimiento en un entorno difícil, marcado por una mayor competencia, un menor acceso a los mercados y una geopolítica más inestable. Europa ya no puede contar con la certidumbre del paraguas de seguridad estadounidense ni con la energía barata de Rusia. Nuestras dependencias se convierten en vulnerabilidades.

Si Europa no consigue ser más productiva, dice Draghi, no podrá liderar las nuevas tecnologías, ni la responsabilidad climática, ni actuar con independencia en la escena mundial. Tampoco podrá financiar su modelo social. Europa debe cambiar radicalmente: cerrar la brecha de innovación con Estados Unidos, compatibilizar la descarbonización y la competitividad, reducir dependencias, reforzar la inversión pública y privada (con 800.000 millones anuales de deuda conjunta) y contar con una regulación más sencilla y flexible.

En las últimas semanas, algunos han interpretado el informe tan solo como un plan de inversión pública, pero su énfasis en la reforma y la integración de los mercados no debería desdeñarse. Draghi estima que existen unas “necesidades de inversión masivas” y propone un incremento de cinco puntos del PIB anual.

Draghi recuerda también que el Plan Marshall ascendió al 1-2 %. Una mención interesante, pues aquel plan pretendía mucho más que financiar a los europeos: los norteamericanos comprendieron que la fragmentación de los mercados hacía imposible la prosperidad y lucharon para que los europeos emprendiesen reformas, suprimiesen barreras e integrasen sus mercados. También velaron por que el plan estuviese liderado por los mejores profesionales del sector público y privado.

Los norteamericanos comprendieron que la mejor forma de contribuir a que las democracias europeas resistiesen la amenaza comunista era precisamente financiar sus economías. Sin prosperidad no hay estado de bienestar, ni estabilidad democrática. Años después, Alan Milward escribiría que la integración europea había salvado al Estado nación, generando el crecimiento necesario para financiar el estado de bienestar.

Se ha dicho estos días que el informe de Draghi se ha convertido en el plan orientador de la nueva Comisión. No será fácil ponerlo en marcha, ni lograr los apoyos necesarios en las capitales y en el Parlamento Europeo. Las resistencias vendrán de los partidos euroescépticos, que socavan la unidad europea sin explicar cómo pretenden generar crecimiento sin integración. Pero también vendrán de las capitales. Sin ir más lejos, la reciente declaración de 20 Estados miembros en favor del relanzamiento del mercado interior no lleva la firma de Francia, Italia y España.

Con todo, el análisis riguroso y realista que nos ofrece Draghi es un buen punto de partida para el futuro y es, a la vez, una vuelta al origen, pues la construcción europea se ha llevado a cabo, desde sus primeros pasos, a través de la economía, integrando los mercados para generar crecimiento.

Desde España, absorta en el corto plazo y enredada en tantos debates estériles, reconforta el ejercicio de reflexión que se plantea en Bruselas. Una última observación para aquellos preocupados por el multilingüismo en la Unión: el informe de Draghi no está disponible en español.

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