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Las desviaciones del camino, por Manuel Jiménez de Parga, jurista y ex presidente del Tribunal Constitucional

28/01/2011
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El día 27 de enero de 2011, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Manuel Jiménez de Parga, en el cual el autor opina sobre las desviaciones de la democracia. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

LAS DESVIACIONES DEL CAMINO

El año 1975, al morir Franco, muchos españoles nos sentimos ilusionados con el futuro que se nos abría a los ojos. La anhelada democracia podría establecerse. Y en nuestra idea de ese régimen de convivencia en libertad, los partidos serían piezas esenciales, los juzgados y los tribunales de Justicia ampararían con rapidez y eficacia nuestros derechos, los sindicatos y las organizaciones empresariales canalizarían y defenderían un justo sistema socioeconómico, el Parlamento representaría políticamente a los ciudadanos, los Gobiernos resultarían controlados por los mandatarios del pueblo soberano. Pero tal convivencia ideal no se ha realizado y, lo que es peor, empiezan a registrarse unas desviaciones del camino soñado.

Hagamos un rápido recuento. Según el artículo 6 de la Constitución, los partidos han de tener una estructura interna y un funcionamiento democráticos. Sin embargo, en la presente situación, y por diversos motivos -entre ellos, una mala legislación electoral- ni la estructura interna ni su funcionamiento son conformes con las ideas democráticas, por muy poco que se sea exigente al considerar la vigencia de éstas. Quizá lo que ahora tenemos sean partidos de empleados, militantes sometidos a una disciplina parecida a la que rige en las empresas mercantiles. No se trata de infravalorar a los empleados, muchos de ellos piezas esenciales del comercio y de la industria. Simplemente anoto que unos partidos de empleados no fue lo que imaginamos que funcionarían en España 30 años después de Franco.

Tampoco temimos, en 1978, que la concesión constitucional de autonomía a las Comunidades pudiera degenerar en unos nacionalismos que pusiesen en peligro la unidad de España. Ha sido un revulsivo para sus lectores el discurso de Vargas Llosa al recibir el Nobel: “Detesto toda forma de nacionalismo, ideología (o, más bien, religión) provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento… Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz”. He aquí otra desviación del camino constitucional.

Y por si fuera poco con estos riesgos en el horizonte, algunos políticos se permiten ponerse públicamente junto a quienes declaran su insumisión a las leyes y a las sentencias de los tribunales, especialmente a las sentencias del Constitucional. Se olvida que el título VI de la Constitución está dedicado al denominado allí Poder Judicial, y que en el artículo 118 se afirma: “Es obligado cumplir las sentencias y demás resoluciones firmes de los Jueces y Tribunales, así como prestar la colaboración requerida por éstos en el curso del proceso y en la ejecución de lo resuelto”.

A la defectuosa legislación electoral me he referido en varias ocasiones desde que, en marzo de 1977, se publicó el decreto ley origen de los males posteriores. Nos hemos desviado luego del camino constitucional, que estableció con claridad que “los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal” (art. 23 CE).

Las desviaciones aparecen con tal claridad que ya son muchos los que empiezan a denunciarlas. Ni los sindicatos actuales ni las organizaciones empresariales inspiran confianza.

En 1964, con el franquismo dominando el ambiente, publicamos en Semilla y Surco, una colección de medio centenar de libros de ciencias sociales, que yo codirigía, un importante estudio de Wolfgang Hirsch-Weber sobre los sindicatos en la democracia. Desde la visión actual de aquella época de la dictadura resulta sorprendente que la versión española de este libro se pudiese publicar, igual que otros de la misma colección. (Los censores debían confiar en que sería una minoría insignificante los lectores de estas obras científicas). Gewerkschaften in der Politik salió a la calle y sirvió para dar ánimos a quienes soñaban con la implantación de otra forma de convivir.

Las recetas de Hirsch-Weber no se cumplen ahora en España. Los sindicatos operan de una forma heterodoxa. Sería conveniente que sus actuales dirigentes leyesen, o releyesen, a los buenos teóricos del sindicalismo. El libro de Hirsch-Weber comienza con estas palabras: “Los sindicatos son asociaciones de perceptores de salarios y sueldos, que quieren mejorar su situación social y económica y sus condiciones laborales mediante la actuación común”. Y concluye así: “Si la democracia llega de nuevo a correr peligro, se puede contar con que los sindicatos la defenderán, siempre que sean asociaciones conscientes y fuertes que hayan reconocido la trascendencia elemental de la política”. ¿No son, acaso, unas líneas de singular actualidad?

Análogas recomendaciones deberían tener en cuenta las organizaciones empresariales, por ahora dejadas de la mano de Dios. Se extiende un clima de insatisfacción. No lo podíamos prever en aquellos días de júbilo democrático en el inicio de la Transición. Más vale prevenir que lamentar es un dicho popular que conviene no olvidar.

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