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Telón de acero financiero en la UE; por José Manuel García-Margallo, Vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo

11/01/2011
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El día 8 de enero de 2011, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de José Manuel García-Margallo, en el cual el autor opina que la UE es la única entidad soberana del mundo que mantiene casi intacta su capacidad de endeudamiento. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

TELÓN DE ACERO FINANCIERO EN LA UE

“La situación en Europa sigue siendo muy preocupante y el futuro es más incierto que nunca”. Así de contundente ha sido Dominique Strauss-Khan, patrón del Fondo Monetario Internacional. Y lo peor es que tiene razón, porque en la UE están pasando muchas cosas, y casi todas malas. Y es que se echan a faltar una estrategia bien definida para salir de la crisis y un liderazgo capaz de aplicarla. Mientras no los encontremos, será difícil que los europeos recuperemos la confianza en nosotros mismos y en nuestro proyecto.

2010 ha sido un año duro marcado por la debacle griega e irlandesa. Ahora se empieza a sospechar que los griegos no podrán devolver los préstamos recibidos en los plazos previstos. Se sospecha también que el rescate impuesto a Irlanda no despejará las dudas sobre un sector bancario cuyo tamaño no guardaba relación alguna con las dimensiones del país. Se rumorea asimismo que Portugal entrará en boxes en cuanto los tradersde Londres vuelvan de esquiar, porque sus perspectivas de crecimiento son muy pobres. Se teme, en fin, que, aunque España parezca más solvente, tropiece con dificultades para refinanciar una deuda pública y privada de cifras extravagantes.

Pero, con todo, lo malo no es que el año haya ido mal, sino que la respuesta europea a estos acontecimientos haya sido poco solidaria y mucho más centrada en la estabilización macroeconómica que en el crecimiento y el empleo. Y es que esa respuesta ha sido diseñada casi en exclusiva por Angela Merkel, que por algo Alemania es el país que mejor está sorteando la crisis y eso confiere a su canciller cierta autoridad para dirigir el destino de toda la Unión.

Merkel está muy condicionada por la opinión pública alemana, que empieza a plantearse la posibilidad de abandonar el euro o, al menos, hacer que lo abandonen unos países periféricos -Grecia, Irlanda, España y Portugal- de los que no acaban de fiarse. Pero Merkel sabe que Alemania ni puede ni debe salirse del euro, porque encarecería sus exportaciones a Asia y porque desmarcarse de los países del Club Med supondría la ruina de los bancos alemanes que suscribieron su deuda soberana. Sin embargo, a lo que sí parece dispuesta es a “germanizar” más la UE e imponer una disciplina que los alemanes respetaron sin rechistar cuando se hicieron cargo de los länderorientales.

Tienen razón los alemanes cuando exigen a sus socios disciplina presupuestaria y mejoras de competitividad, porque el euro solo sobrevivirá si todos los países que lo comparten ponen su casa en orden. También aciertan cuando apuestan por un mecanismo permanente de ayuda a los países en dificultades.

Pero los alemanes se equivocan cuando se empecinan en proponer que, en último extremo, los inversores privados que compren deuda pública de los países de la Unión puedan acabar sometiéndose a un procedimiento de quita y espera como si hubieran comprado obligaciones privadas. Eso significa acabar con una de las ventajas más importantes del euro: la asunción solidaria del riesgo que permite a todos los países que comparten una misma moneda pagar un tipo de interés parecido y más bajo que el que tendrían que pagar si no formasen parte de la unión monetaria.

La propuesta de Merkel supone consagrar jurídicamente el sistema de apartheid que hoy practican los mercados: de un lado, los países solventes (prime) consiguen dinero barato; de otro, los países bajo sospecha (suprime) pagan intereses usurarios. Como dice Wolfrang Münchau, conocido comentarista de “Financial Times”, “el nuevo régimen será muy duro. No será una mera prolongación del mecanismo transitorio (...) sino un procedimiento ordenado de ejecución de obligaciones. Será mucho más duro que el previsto por el FMI y se diseñará de tal manera que haya un máximo de razones para no utilizarlo”.

Recientemente Jean Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, y Giulio Tremonti, ministro de Hacienda italiano, han abogado por sustituir este régimen de rescate por la emisión de eurobonos, lo que en su opinión prevendría futuras explosiones de la deuda soberana sin crear distorsiones en los mercados, que es lo que, según ellos, provocaría el sistema propuesto por el Gobierno alemán. Los países de la eurozona responderían así solidariamente de la parte de las deudas nacionales que podría pagarse cualquiera que fuesen las circunstancias económicas. Estos bonos, conocidos en el argot comunitario como bonos azules, tendrían las máximas calificaciones crediticias, se pagarían con prioridad a cualquier otra obligación y, en consecuencia, se emitirían a un tipo de interés bastante bajo. El tramo de la deuda pública no cubierto con bonos azules se financiaría por bonos estrictamente nacionales (bonos rojos) de los que sería exclusivamente responsable el estado emisor, y por tanto tendrían que emitirse a otros tipos de interés. En definitiva, los eurobonos permitirían una financiación razonable a los países más ortodoxos y otra casi prohibitiva para los menos responsables.

La idea de los eurobonos fue descartada tanto por Merkel como por Sarkozy, pero ahora el presidente francés se ha descolgado proponiendo “crear (…) un órgano que se encargue de la gestión coordinada de la deuda de los países de la eurozona, que es la lógica continuación de la creación de la moneda única. Al principio las cuestiones del tesoro europeo deberían reservarse a los países virtuosos o aquellos que limiten su deuda en cumplimiento del Pacto de Estabilidad”. Si se aceptase esta medida, la zona euro se partiría en dos: de un lado, los países más privilegiados gestionarían su deuda pública de forma conjunta (bonos azules) y podrían conseguir préstamos baratos; de otro, todos los demás. Si viviese Winston Churchill, seguramente diría que “un nuevo telón de acero financiero está a punto de caer sobre Europa”.

Para que no se me acuse de “delirium tremens” keynesiano, haré dos constataciones. La primera es que la UE es la única entidad soberana del mundo que mantiene casi intacta su capacidad de endeudamiento, y eso en los tiempos que corren parece un lujo que no podemos permitirnos. La segunda es que el BEI puede hacer mucho más de lo que creemos. Como recuerda Stuart Holland, uno de los expertos que primero abogó por esta idea, “el BEI emite obligaciones de las que solo él responde, lo que explica que no se incluyan en la deuda pública de los gobiernos nacionales. A partir de 1987 (….) el BEI ha multiplicado por cuatro el volumen de los préstamos concedidos hasta alcanzar la cifra de 80.000 millones de euros anuales -es decir, dos tercios de los recursos de la Comisión Europea.

La aplicación práctica de todas estas recetas supone una enorme transferencia de competencias desde los países miembros a las instituciones europeas y una redefinición de su arquitectura institucional. Se concedería mucho más protagonismo a la Comisión, reforzando así su papel como motor de la construcción europea, y al Parlamento Europeo, que es la única institución de la UE elegida por sufragio universal. El famoso funcionalismo económico que nos ha permitido llegar hasta aquí ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Lo que hoy toca es dar un salto cualitativo hacia la unión política, porque si no el futuro del euro será todo menos brillante. No estamos ante una decisión económica, estamos ante una decisión política. Para eso se necesitan líderes con una decidida vocación europeísta y supranacional, como los que en su día pusieron en marcha el proceso de construcción europea.

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