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De Westminster a Canterbury; por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado de Iustel

15/09/2010
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El día 15 de septiembre de 2010, se ha publicado en el diario en El Mundo un artículo de Rafael Navarro Valls en el cual el autor opina sobre el viaje del Papa a Reino Unido. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

DE WESTMINSTER A CANTERBURY

Se advierte una cierta confusión en torno al viaje de Benedicto XVI al Reino Unido que mañana comienza. Mientras que para los ingenuos entusiastas éste es un plácido viaje comparado con los realizados por el Papa a Turquía o Israel, los maestros de la agresión defensiva han querido retratar esta visita prácticamente como una provocación del Vaticano, como un viaje a territorio hostil al estilo de Gaddafi en Roma, proclamando “que el islam ha de ser la religión de Europa”. O como una moderna embestida de la Armada Invencible -477 años después del divorcio de Enrique VIII de la española Catalina de Aragón-, dispuesta a remover las raíces católicas de Inglaterra y Escocia.

La visita de Benedicto XVI a Reino Unido ha generado una controversia que hace aparecer como globales lo que son simples fenómenos anecdóticos. Si el biólogo y ateo militante Richard Dawkins manifiesta que quiere sentar en el banquillo de la jurisdicción penal universal al Papa (nada menos que por crímenes contra la Humanidad), The Times destaca la noticia. Sin embargo, cuando David Crane (abogado acusador en los juicios por crímenes de guerra en Sierra Leona) califica escépticamente el proyecto de Dawkins de “discusión académica”, el diario londinense utiliza letra pequeña. Otro ejemplo: un grupo (CWO) ha puesto en 15 autobuses de Londres un mensaje sobre la ordenación de mujeres. Para los que conocen la capital británica, eso es una gota de agua en un mar de tráfico.

Más: The Sunday Telegraph filtró un documento de trabajo (La visita ideal), elaborado por un funcionario del Foreing Office, en el que se mofaba del viaje papal, proponiendo, por ejemplo, que una marca de preservativos llevara su nombre. Aunque el ministro de Asuntos Exteriores británico se “horrorizó” y transmitió a la Santa Sede el sentimiento del Gobierno de Londres, Jack Valero -el portavoz de Catholic Voices- no le dio mayor importancia al asunto, calificándolo de “broma que escapó al control de las autoridades”.

Pese a todo, tampoco conviene minimizar las dificultades del viaje. Cuando mañana el avión papal aterrice en Edimburgo, Benedicto XVI (84 años) tendrá por delante un programa con 15 discursos en las cuatro etapas de su viaje: Edimburgo y Glasgow; Londres y Birmingham. Por primera vez en los viajes de Estado, el príncipe Felipe de Edimburgo recibirá al Papa a pie de avión en el aeropuerto. Algo inusitado, tal vez para compensar lo que James MacMillan acaba de manifestar: el ruidoso anticatolicismo de algunas minorías descubre “el nuevo antisemitismo de los intelectuales liberales”.

¿Qué espera Benedicto XVI de este viaje? Según el Gobierno, la razón de la invitación -efectuada por el anterior Gobierno laborista, en nombre de la Reina- trae su causa en la importancia de la Santa Sede, “en particular en su lucha contra la pobreza global”. La popularidad de sus 2.300 escuelas católicas y agencias caritativas apunta a una Iglesia minoritaria -seis millones de católicos- que juega un papel importante en la sociedad británica. Sin restar importancia a estas razones diplomáticas, conviene ahondar en los verdaderos motivos de Benedicto XVI.

El Papa acaba de lanzar un mensaje de agradecimiento por la acogida de su visita en los medios, la Casa Real y los líderes civiles, políticos y religiosos del Reino Unido. Concluía: “¡Dios bendiga al pueblo del Reino Unido!”. Y es que, por encima de la multiplicidad y complejidad de temáticas a las que apunta el viaje, hay un eslabón común que las une: el tema de Dios. El Reino Unido es un país no pos-moderno sino poscristiano. La práctica religiosa en el anglicanismo británico es de un exiguo 2%, y con tendencia a decrecer. Sólo el tema de Dios puede abrir ahí brecha. Este brusco giro hacia Dios, con todos mis respetos, difícilmente saldrá de la Comunión Anglicana. Ésta es la razón de que Stephen Glover -periodista, anglicano y cofundador de The Independent-, acabe de escribir un sorprendente artículo en el Daily Mail defendiendo a Benedicto XVI frente a esos ateos militantes, tan dados -dice- “a exaltar a ciertos clérigos anglicanos, siempre dispuestos a sacrificar las creencias por la moda del día, mostrando una fe muy débil en Dios”.

El objetivo del viaje no es una operación de marketing destinada a mejorar la imagen de Benedicto XVI en el mundo anglosajón. Tampoco una ocasión política para convencer a los líderes ingleses de aprobar tal o cual ley en el Parlamento de Westminster. Es más bien, y mirando a largo plazo, una buena ocasión para hacer notar que la batalla para recuperar el alma del Reino Unido pasa por poner menos esperanzas en reformas políticas o sociales y ahondar más en Dios y los valores espirituales. John Allen, especialista estadounidense sobre el Vaticano y analista de CNN, al preguntarse por el propósito del Papa en este viaje, se contesta : “ninguno”. Hay que entender bien esta respuesta de Allen: ninguno, a corto plazo. A largo, su propósito es avanzar -también en Inglaterra- en el viejo proyecto Ratzinger/Benedicto XVI de crear una “minoría creativa cristiana”. Un pequeño punto de ignición que, poco a poco, se convierta en hoguera, cambiando el horizonte espiritual de todo un pueblo.

Antes he mencionado a la Comunión Anglicana. El encuentro de Benedicto XVI con su líder, el primado y arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, sucede en un momento delicado, tanto de las relaciones con Roma como de la propia situación de la Comunión Anglicana. La incorporación masiva de anglicanos a la Iglesia católica, a través de la fórmula jurídica de los ordinariatos personales, ha dejado inquieto a un sector de la Iglesia de Inglaterra.

A nadie le gusta la emigración masiva de los suyos, aunque no sean de los más adictos al establishment. A su vez, la propia Iglesia anglicana se encuentra en situación crítica, precisamente por las causas que han propiciado el abandono de un sector de sus fieles. Me refiero a la ordenación de mujeres y homosexuales como pastores y después como obispos, la aceptación de los matrimonios entre personas del mismo sexo, del divorcio y del aborto, así como la escasa práctica religiosa. Piénsese que estas decisiones -en especial, la ordenación de mujeres- han provocado fuertes divisiones, que llevaron a que la propia Comunión Anglicana aprobara una measure (fuente del Derecho inglés, aplicable ante los tribunales civiles) que supone una sorprendente forma de objeción de conciencia, pues permite a los obispos, consejos presbiterales y sacerdotes anglicanos disconformes, oponerse a que una mujer ordenada forme parte de sus diócesis o estructuras parroquiales.

Por otra parte, la beatificación del Cardenal Newman -la primera persona no mártir que en 500 años será beatificada en Gran Bretaña- trae a los líderes anglicanos el agridulce recuerdo de un notable intelectual cuya conversión al catolicismo fue el primer paso que arrastró, con el tiempo, hacia la Iglesia de Roma a personalidades como Gilbert K. Chesterton, Maurice Baring, Evelyn Waugh, Dorothy Sayers, Alec Guiness, J.R.R. Tolkien o Ronald Knox. La propia conversión del ex primer ministro Tony Blair -con todos los matices que queramos- se encuadra en ese fenómeno. Así pues, la beatificación de Newman puede ser interpretada como lo que realmente es: un gesto ecuménico de Benedicto XVI o, torcidamente, como un modo de recordar a los anglicanos la fuerza de la fe católica.

En Italia, coincidiendo con este viaje, acaba de publicarse el libro Attacco a Ratzinger, de Tornelli y Rodari. En él se describen las tres “líneas de fuego” que, según los autores, hoy convergen sobre el Papa Ratzinger: una lejana y radical, la de los fanáticos que piden el encarcelamiento del Papa; una segunda, más cercana, formada por algunos grupos católicos que quisieran hacer pagar al teólogo alemán su resistencia a resucitar un modelo de Iglesia sin horizonte sobrenatural; y una tercera -de fuego amigo y formada por algunos colaboradores- que no acierta a gestionar con la habilidad necesaria todo lo que de positivo existe en uno de los Papas intelectualmente más sólidos que ha producido la Iglesia Católica.

Este viaje pondrá a prueba esos tres focos. En mi opinión, como ha sucedido en viajes anteriores, la figura del Papa Ratzinger saldrá fortalecida en este nuevo desafío.

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