EL FUTURO DE LA DEMOCRACIA
Contra lo que muchas veces pueda pensarse, la democracia liberal no es la forma natural de organización política humana. Por el contrario, y aunque algunas generaciones hayamos llegado a contemplarla como un dato más en nuestras vidas, no deja de resultar una excepción en términos históricos, e incluso es más que discutible que la práctica democrática sea la regla en el mundo actual. Así las cosas, somos relativamente muy pocos los seres humanos que hemos tenido -y tenemos- la suerte de vivir en contextos donde los derechos y libertades están garantizados, y en los que la voluntad de los ciudadanos constituye la base de la organización social y política.
La mera contemplación de esta realidad histórica y contemporánea justifica la conciencia de esa excepcionalidad, y exige matizar las afirmaciones según las cuales la historia de las ideas políticas y de las teorías del Estado en los últimos dos siglos podría caracterizarse como una auténtica marcha triunfal de la democracia (C. Schmitt). Seguramente no haga falta ser un optimista antropológico para constatar el progreso experimentado en ese período, al menos en aquellas sociedades que, como las nuestras, han gozado de unas condiciones de libertad social y económica que lo han permitido. En gran parte del mundo, y en los planos estrictamente político y jurídico, la democracia y los derechos fundamentales parecen firmemente consolidados, y en vías de expansión. Y ello hasta el punto de que hace ahora dos décadas, en el fragor subsiguiente a la caída del comunismo soviético, un pensador norteamericano, Francis Fukuyama, alcanzaba notoriedad mundial y suscitaba un importante debate al formular la tesis del fin de la historia: muy sintéticamente, aventuraba que es posible que lo que estamos presenciando... sea... el final de la historia en sí, es decir, el último paso de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como forma final de gobierno humano.
Sin embargo, veinte años después resulta obvio que la historia no deja de poner a prueba la acreditada capacidad de adaptación de la democracia liberal como modelo de organización de la convivencia social. Por eso, la reflexión sobre la democracia sigue siendo necesaria. Al fin y al cabo, como advirtiera Kelsen, el triunfo de la democracia como ideal ha tenido un altísimo coste en términos de precisión conceptual, hasta hacerle perder, como todos los lemas, su sentido intrínseco. Y también las sociedades democráticas precisan, de acuerdo con la conocida inscripción del templo de Delfos luego retomada por Sócrates, conocerse a sí mismas.
Éste es el objetivo del curso sobre Desafíos y amenazas a la democracia liberal, dentro del Campus FAES 2009. De acuerdo con los objetivos de la Fundación, diversos expertos, de países y formaciones diferentes, contribuirán a esta reflexión acerca de nuestro modelo democrático y sus perspectivas de futuro.
Se analizarán así algunos de esos desafíos, en ocasiones convertidos en auténticas amenazas para la pervivencia de las sociedades democráticas, prestando atención a la aparición (o reaparición, bajo ropajes nuevos y aparentemente más atractivos) de otros modelos alternativos al democrático liberal, o a la amenaza de la violencia terrorista; junto a otras cuestiones como el difuso malestar a veces perceptible en las sociedades democráticas; los problemas derivados de la integración de modelos culturales distintos o, por supuesto, las posibilidades de reforma y fortalecimiento de las instituciones democráticas y representativas.
La cuestión no es meramente teórica: la consolidación y expansión de la democracia liberal no depende de buenos sentimientos, sino de sólidas convicciones, fundadas en la razón y el conocimiento de los desafíos pendientes. Sólo así es posible asegurar su pervivencia. Como reciente muestra de ello, la reciente Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que afirma expresamente que los lazos entre Batasuna y ETA pueden ser objetivamente considerados como una amenaza contra la democracia. A partir de este análisis de la realidad se constata un grave peligro para la democracia española y se justifica, como resultado de una necesidad social imperiosa, la disolución de Batasuna. Una vez más, los datos demuestran que las democracias son fuertes y capaces de responder a los desafíos que en cada momento histórico se alzan ante ellas, siempre que sean conscientes de los mismos.