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Cabalgando al tigre: 100 días de Obama; por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad Complutense de Madrid y Director de la Revista General de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado de Iustel

30/04/2009
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El día 29 de abril de 2009, se publicó en el diario El Mundo un artículo de Rafael Navarro-Valls, en el cual el autor opina sobre los 100 primeros días del mandato de Obama. Trascribimos íntegramente dicho artículo.

CABALGANDO AL TIGRE: 100 DÍAS DE OBAMA

Tiene razón Obama al preferir que lo evalúen por lo que haga en los 1.000 primeros días de su presidencia -como Kennedy-, y no en los convencionales 100. Los 100 famosos primeros días son simplemente una fuente de indicios de lo que el presidente hará los años siguientes y, acaso, también de lo que no hará en el futuro. La realidad es que se calcula en un mínimo de 18 meses el período de aprendizaje intensivo para un usuario del despacho Oval. Por si las moscas, su equipo discretamente está desplegando una notable actividad para pilotar la cobertura mediática de esos primeros 100 días. Obama ya ha anunciado que dará una conferencia de prensa televisada en horario de máxima audiencia hoy miércoles, con motivo de esa convencional efeméride.

¿Qué ha hecho el joven presidente demócrata en este tiempo? Ante todo, mantener un ritmo de sobreexposición mediática que recuerda vagamente a quien cabalga sobre un tigre, temeroso de que, si frena o cae, el tigre lo devore. Por ahora esta actividad frenética -”infernal”- la califica la prensa europea, no parece que canse a los americanos.

La última encuesta del Centro de Investigación Pew -algo superior es la del Washington Post- muestra que el 63% de los encuestados aprueba la manera en que Obama maneja el trabajo, mientras que el 26% dice que lo desaprueba. En estos últimos 20 años sólo un presidente mantuvo ese nivel: Jimmy Carter, que obtuvo a los 100 días un 67%. Lo cual no significa que esté yo apuntando malévolamente a quien descendió vertiginosamente de la cumbre al abismo.

La verdad es que Obama, en muy poco tiempo, ha conseguido lo impensable. Hace unos meses lo políticamente correcto era despellejar al presidente de los Estados Unidos; hoy lo incorrecto políticamente es la crítica a la Casa Blanca del brillante y joven afroamericano. Su labor meticulosa de demolición de la era Bush, unas veces simbólica, otras con medidas concretas, ha supuesto un notable cambio de ritmo en la política estadounidense.

El escéptico Time habla en su última edición de Obama como un presidente que en sus 100 primeros “espectaculares” días ha querido liderar “un cambio radical, no sólo respecto de la política de su predecesor, sino también de la era Reagan que ha durado 30 años”. Incluso el cínico Kissinger, en una entrevista a la cadena CNBC, habla de Obama como un presidente que podría “crear un nuevo orden mundial”.

Repasando la prensa americana y europea da la impresión que lo único que no ha hecho todavía Obama es andar sobre las aguas. En lo demás, los elogios son casi unánimes, probablemente con razón. Un ejemplo: en su visita a Europa el mandatario estadounidense asistió a tres cumbres internacionales, mantuvo 14 encuentros bilaterales y, antes de regresar a Washington, hizo una inesperada escala en Irak. Otro: en el campo doméstico, logró que el Congreso aprobara el paquete de estímulos económicos más grande de toda la historia americana: 787 billones de dólares. Acaba de presentar a las Cámaras un presupuesto de 3,5 trillones de dólares, con una ambiciosa agenda centrada en educación, salud y energías alternativas.

Dicho esto, se vislumbra una sombra en este cielo despejado: la inquietud de si esa bomba que es Obama, aparte del estallido mediático, será capaz de liderar a largo plazo un big bang político y económico. ¿Existe detrás de ese continuo movimiento ideológico, en ese pasar de un problema a otro, un plan determinado?

Todavía es pronto para decirlo si se piensa que, según el “obamómetro” -un cuadro con la situación de más de 500 promesas electorales llevado en tiempo real por el diario St. Petersburg Times de Florida- el nuevo presidente ha cumplido 27 promesas y roto seis. Además, 61 están en curso de realización, y sobre 411 aún no hay novedades. Tal vez por eso Time se cautela diciendo que hay que esperar al menos un año para comprobar si estos 100 días han tenido “más resonancia mediática que real”. Sin llegar, claro está, a los excesos del conservador New York Post que habla de “los 100 errores de Obama en sus 100 primeros días”.

Por lo demás, en estos primeros tres meses de mandato, ha mostrado un carácter conciliador, equilibrado y paciente. Quizá demasiado. Su tendencia a quedar bien con todos acaba de producir la primera crisis diplomática con un aliado. Con ocasión de las masacres sobre el pueblo armenio en 1915, Obama ha pronunciado un discurso que para unos ha sido demasiado tímido, al no calificar las masacres de “genocidio” y, para otros, demasiado unilateral. Turquía ha reaccionado calificando de “inaceptables” ciertas partes de su discurso, que ignoran las bajas turcas en esa época. Los armenios americanos han calificado de “afrenta” la suavidad de los calificativos de Obama sobre la tragedia de su pueblo.

Existe la impresión de que el presidente afroamericano, queriendo pasar página apresuradamente a la era Bush, está concediendo demasiadas cosas antes de sentarse a negociar en serio. Sus adversarios califican esa tarea de “peligrosa”, sobre todo cuando tenga que hacerlo con negociadores difíciles como Rusia, Irán o Cuba. Si comienzan a tener la sensación de que el interlocutor es un “tigre de papel”, en exceso conciliador, el “efecto tiburón” hará que se lancen los escualos sobre la carnaza. Una posición de riesgo, que, por una parte acentúa la novedad de su mensaje, pero por otra debe guardarse las espaldas a la hora de la verdad.

En mi opinión, junto con los evidentes aciertos, Obama ha cometido dos errores de bulto. El primero ha sido su indecisión a la hora de afrontar las torturas de la época Bush, que ha dividido en dos al partido demócrata y ha puesto en pie de guerra a los republicanos. Por un lado, presionado por influyentes demócratas del Congreso, hace públicos unos datos llamativos de las torturas empleadas por la CIA contra los presuntos terroristas, pero, por otro, añade que no tomará medidas legales represivas. Ante las reacciones, rectifica débilmente: “tal vez sí haya que tomar algunas medidas”.La confusión está servida.

El segundo error han sido sus prisas en desmontar la política pro vida de su antecesor. En las elecciones de 2008, Obama consiguió la mayoría del voto católico, por más de nueve puntos. Pero en estos cien primeros días el presidente ha favorecido una política de financiación de abortos en el Tercer Mundo, levantado las restricciones sobre investigación en células madre embrionarias, y anunciando una política de restricción legal de objeción de conciencia de los médicos. Esto ha conducido a que las últimas encuestas marquen 14 puntos de aumento del descontento entre ese importante grupo de votantes, que se convierte en un 4% entre los blancos no hispanos de esa confesión (antes eran un 20).

En fin, se dudaba de la capacidad de Obama de meter en cintura y coordinar sin sobresaltos un staff plagado de prima donnas: desde Hillary Clinton a Leon Panetta o Rahm Emanuel, pasando por el Nobel Stephen Chu, secretario de Energía. La verdad es que, a pesar de iniciales pasos en falso en la formación de su gabinete, el equipo se ha movido a ritmo rápido abordando desafíos heredados y desplegando esfuerzos ambiciosos sin crear impresión de descoordinación, asumiendo con naturalidad las prioridades presidenciales. Es otro dato positivo.

Cuando me tocó evaluar los 100 primeros días de Bush, observé que no es fácil enjuiciar a un presidente en un plazo tan corto. Hay que ponerse en su pellejo, contemplar todo el panorama desde la azotea: no basta observarlo desde un edificio vecino. Un presidente es un hombre con muchos sombreros y roles muy diversos. En estos 100 días hemos visto algunas caras de Obama: quedan todavía otros 1360 jornadas de mandato. Su problema es que el oficio de presidente es un trabajo en el que uno debe pensar más que nadie en el mundo y sin embargo quizá su hiperactividad no le deje tiempo.

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