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Gresca con fondo de Academia; por Francisco Sosa Wagner, catedrático universitario

20/10/2025
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El día 20 de octubre de 2025 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Francisco Sosa Wagner, en cual el autor opina que la bronca -entre los directores de la RAE y el Instituto Cervantes- monumentalmente ficticia que abre telediarios para tapar trapacerías es la única ocurrencia de La Moncloa.

GRESCA CON FONDO DE ACADEMIA

Se veía venir y las plumas más lúcidas lo han ido expresando a lo largo de estos últimos años en periódicos y libros. Las menos lúcidas hemos ido anotando con creciente preocupación la evolución del panorama político español para concluir, en relación con los dos partidos básicos, lo siguiente: en él los que integran la derecha o el centroderecha son fundamentales, pues una parte apreciable de la población se identifica con ellos y así seguirá siendo en el futuro.

Sin embargo, el PSOE ha sido, es y será el partido-eje: sin él resultará imposible abordar la concordia entre españoles ni operaciones políticas de grandes vuelos. Y ello porque los componentes de la borrosa y difuminada izquierda que representa, aptos para un electorado sectario e ideologizado de una forma muy primaria, están presentes con mucha fuerza en la sociedad española. Este fenómeno explica la desconcertante fidelidad de su electorado.

No le demos vueltas: esta fuerza grisácea y misteriosa que es el PSOE ha echado raíces entre nosotros y, aunque llegará el día en que se diluya -¡lo hizo el Imperio Romano!-, eso será en un futuro que, de momento, no se avista.

Pues bien, en ese PSOE se ha producido una mutación (mudar, dar otro estado, forma, etc., según el DRAE). No es la primera vez: tras la muerte de Franco, González y Guerra mutaron al PSOE del exilio en un PSOE comprometido con la socialdemocracia europea tradicional. Zapatero, como adelantado, y Sánchez, como pupilo ideológicamente descomprometido, lo han transformado en algo distinto, una (des)organización apoyada -sin máscaras y sin otras mascarillas que las del trapicheo ilegal- en los tradicionales enemigos del socialismo democrático. Y, para que la desgracia no se detuviera, también de España.

Y todo ello con una singularidad procedimental: sin pasar por Suresnes ni convocar un XXVIII Congreso. Sin oposición, por cuanto sus militantes -exceptuados unos pocos que mantienen la dignidad con una voz propia- han caído en una afonía histórica. Peor aún: en variadas afecciones oftalmológicas, porque propenden a ver en un golpista de Cataluña a un progresista cabal, en un heredero de los carlistas vascos o en un partidario del tiro en la nuca a pacíficos y constructivos amantes de la nación, en cualquier desarreglado intelectual que le preste un voto de supervivencia a Sánchez en el Congreso de los Diputados a un novador o un ilustrado del siglo XVIII, un reformista del XIX o un Adenauer del XX.

Ya no se trata de que el presidente del Gobierno diga y se desdiga, se contradiga, mienta y se desmienta, niegue y tergiverse, desperdigue argucias, es verdad que con astucias menguantes; en fin, que todo sus parlamentos se apoyen en un muro construido con las piedras de la temeridad, el descrédito y la traición... Es que prácticamente todo el PSOE ha renunciado a buscar un discurso trabado por los ingredientes del razonamiento y del diálogo, para sustituirlos por los desvaríos del entendimiento, las sinrazones del sectarismo y el confite averiado que proporciona el atajo sin afán.

Los esfuerzos intelectuales que se pudieron hacer en la historia del PSOE -cierto que no hubo muchos, pero sí algunos- han caducado de la mano de Sánchez como una lechuga mustia, de manera que se hace buena verdad la afirmación de Gracián: “Siempre conduce la ignorancia con vellocinos de oro”. Hoy el sutil jesuita diría “con ristras de chistorras”.

El corolario es lógico: cuando las ideas se han desvanecido, no queda punto de juicio y a nadie le importa el dictamen sereno del sujeto ponderado e informado, es lógico que su lugar lo ocupe la picardía experta en aderezar ensaladas de vacuidades, ofrecer entremeses de consignas y macerar argumentarios como alimentos.

En esta situación se oyen como palabras explicativas las del enfrentamiento y la polarización. No están mal escogidas. Pero prefiero la gresca. Advierta el lector/a/e que no hay espacio de la vida española en el que no se haya instalado, con maneras imperiales y vocación de permanencia y destrucción, la citada gresca. De esta sustancia se nutren los gobernantes, de análoga forma a como se nutren los escarabajos peloteros de los excrementos o esas aves o mamíferos gustosos de las sustancias en descomposición. Casi todo el debate político español se desarrolla en este lamentable ecosistema.

Su penúltima manifestación, porque pronto vendrá a sustituirla otra de análoga pestilente hechura, es el enfrentamiento desencadenado por el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, con el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado. El tono agrio de las ofensivas declaraciones de Montero ha llenado de mugre un congreso sobre la lengua española celebrado en la ciudad que vio nacer a Vargas Llosa.

Un escenario que debía haber sido el reino de la concordia -o de la rica discrepancia- expresada con el poderoso medio de la palabra, la noble arma de las personas allí presentes, porque la palabra es como la ostra que trae dentro la joya de la música, esa que solo el poeta sabe encontrar.

García Montero es un escritor apreciable, autor de publicaciones justamente alabadas y antologizadas. Ahí están las Habitaciones separadas, la Balada en la muerte de la poesía o la biografía del poeta Ángel González en Mañana no será lo que Dios quiera, entre otras.

Muñoz Machado es un jurista que figura en la nómina de los más brillantes de Europa. Y lo digo con fundamento porque conozco, como administrativista, su obra ingente; y porque puedo compararla con la de las grandes cabezas que han poblado la jurispericia en el continente desde principios del siglo XIX. Ahí están, para demostrarlo, mis volúmenes dedicados a analizar la vida y la obra de los Maestros del Derecho Público alemán desde los amenes del Sacro Imperio Romano Germánico hasta bien entrado el siglo XX, así como los recientes dos tomos Clásicos del Derecho Público (escritos a cuatro manos con Mercedes Fuertes), donde comparecen los juristas franceses, italianos, hispanoamericanos y españoles. Sé pues de lo que hablo cuando valoro los incontables libros de Muñoz Machado.

Pero es que, además, Muñoz Machado publica constantemente obras que no tienen contenido jurídico y que demuestran su inacabable curiosidad intelectual y su laboriosidad. También su compromiso con la lengua. Títulos como Los itinerarios de la libertad de palabra, Hablamos la misma lengua, Fundamentos del lenguaje claro, su monumental Cervantes o su reciente, también espectacular, De la democracia en Hispanoamérica lo atestiguan.

¿A qué viene entonces la polémica entre dos intelectuales distinguidos? Porque se convendrá conmigo en que desautorizar a Muñoz Machado por no haber cursado los estudios de Filología es como desautorizar como poeta a Miguel Hernández por haber ejercido de cabrero o a Pío Baroja por haber sido panadero.

En esta polémica extemporánea todo parece tener, por lo que se está narrando sobre ella, un impulso político al que García Montero se pliega por gozar de un cargo a dedo decidido por el Gobierno y, por tanto, a su disposición para removerlo. Esta circunstancia le lleva a inmiscuirse en asuntos tan peregrinos como el proceso de elección del próximo director de la RAE, un asunto del que la mínima prudencia y el debido respeto a los académicos -él no lo es- aconsejan mantenerse alejado.

Pero no lo hace, y aquí engarzo mi discurso con el comienzo de este artículo. El Gobierno de España, ayuno de ideas socialistas y de discurso ingenioso, incapaz por desaseo intelectual de empeños de fecundo aliento, cercado en la alambrada de espinos de una corrupción atribuida a personajes relevantes y del entorno familiar del presidente, no conoce otra trocha aliviadora que la de la “gresca”.

La bronca monumentalmente ficticia que abre telediarios para tapar trapacerías es la única ocurrencia de la Moncloa, cobijo de embaucadores y perita en la esgrima con florete de rufián. Porque en el espacio del que el decoro ha sido expulsado, se vuelven maestros bien remunerados quienes muestran habilidades para manejar, como titiriteros, los “andrajos y palillos” de que nos hablaron los escritores del Siglo de Oro.

El líquido amniótico de la gresca.

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