Diario del Derecho. Edición de 13/05/2024
  • Diario del Derecho en formato RSS
  • ISSN 2254-1438
  • EDICIÓN DE 29/12/2023
 
 

Querido Derecho español; por Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, jurista

29/12/2023
Compartir: 

El día 29 de diciembre de 2023, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, en el cual el autor dice que cada uno encuentra en él su venturoso rincón. Por mi parte, puedo decir que pocas cosas me gustan tanto como preparar cuidadosamente el dictamen sobre un proyecto de real decreto para su despacho por la Comisión Permanente del Consejo de Estado. Pero llego al final de estas líneas, releo lo escrito, y me cabe la duda de si no tendría razón Jaime Guasp sobre lo imposible de la tarea emprendida. Al juicio benevolente del lector me encomiendo.

En su ‘Derecho procesal civil’, Jaime Guasp despachaba la práctica del Derecho en pocas palabras, diciendo que podía ser vivida, pero no enseñada ni aprendida. En el aula, como siempre, era más expresivo. El Derecho, aseguraba, era un saber telúrico. No tenía la universalidad de las matemáticas o de la física, pero estaba profundamente vinculado a la vida del hombre sobre la tierra. Precisamente por eso, el oficio de jurista varía más que otros de país a país, siguiendo las vicisitudes de las distintas realidades nacionales. El lenguaje de las matemáticas siempre ha sido universal, pero hoy incluso economistas, politólogos y sociólogos hallan lugares de encuentro para la puesta en común de sus respectivas disciplinas. En cambio, los juristas guardamos siempre una fuerte querencia por nuestros corrales de origen, y de ahí que el Derecho comparado siga siendo un árbol que da más flor que fruto.

¿Cómo referirse a las experiencias que colorean el oficio del jurista español, después de muchos años de practicarlo? Ya hemos visto que Guasp era escéptico sobre las posibilidades de éxito de un experimento de esta naturaleza. Habría que empezar aceptando que se trata de hablar tanto de anécdotas como de categorías. Y pasando del padre al hijo, nuestras fuentes han de ser sobre todo libros, porque, como advertía Álvaro d’Ors, el Derecho está en los libros.

Inevitablemente, a cada época corresponden unos manuales jurídicos que a la vez influyen y reflejan el ejercicio del Derecho en sus distintas ramas. En este sentido, cualquiera que hojee con algún detenimiento el ‘Derecho político’ y el ‘Derecho administrativo’ de Santamaría de Paredes puede llevarse una buena impresión de cómo a lo largo de la Restauración canovista la España líquida del siglo XIX fue encontrando un suelo sólido donde apoyarse. Por supuesto, también los textos legales son definitorios de una época. Así, el Código Civil es sin duda el símbolo legislativo más destacado de la propia Restauración. Sin embargo, dada su continuada y feliz vigencia hasta nuestros días, el Código Civil sigue contribuyendo a dar perfil a la fisonomía idiosincrática de nuestra vida jurídica, al tiempo que actúa como un baluarte del buen sentido y del buen estilo literario.

Precisamente la historia del Código Civil brinda una de esas anécdotas que todos los juristas españoles conocemos. Pero ¿por qué conceder tanta importancia a las anécdotas? Pues por su capacidad de evocar, con pocas palabras, conjuntos de saber que se comparten por quienes tienen una misma formación. De este modo, cuando Manuel Alonso Martínez dijo en la exposición de un real decreto de octubre de 1888 que estimaba “como un halago de la fortuna” ser él quien tenía la honra de someter a la aprobación de la Reina Regente el Código Civil, sintetizaba el largo y difícil camino de la codificación civil española y su papel decisivo en ella con una frase idónea para imprimirse en la memoria de muchas generaciones de juristas. No todos los textos anecdóticos tienen la misma solemnidad, pero al escribir Eduardo García de Enterría que ningún jurista tenía “aliento físico -simplemente físico- para seguir la inacabable carrera de la innovación normativa” acertó también con una clave psicológica con la que podían identificarse muchos estudiosos del Derecho administrativo contemporáneo y lectores de un cada vez más voluminoso Boletín Oficial del Estado.

En el orden de las categorías, y sin salir del ámbito del Derecho Administrativo, la obra de García de Enterría, de cuyo nacimiento se cumple este año el centenario, ha tenido una importante influencia en la sociedad española del último medio siglo. En un artículo periodístico de finales de los años ochenta, que cito de memoria, Fernando DíazPlaja, buen detector de tendencias sociales, llamaba la atención sobre la creciente afición de los españoles a hablar de “la Administración” para referirse a los poderes públicos. Aquel gran viajero atribuía la moda a la influencia de los Estados Unidos, donde se habla de la administración de un presidente para designar su período de gobierno. No, pensé yo, si a algo se debe esa moda es al ‘Curs o de Derecho administrativo’ de Eduardo García de Enterría y TomásRamón Fernández, que, sin duda partiendo de una obra legislativa anterior, introdujo en las mentes de decenas de miles de e stu di antes una terminología, y, sobre todo, unas coordenadas conceptuales que les acompañarían durante toda su vida profesional. Así ha sido, desde luego, en mi caso. Tomando inspiración en un gentilicio argentino, no resulta exagerado hablar de una fase ‘enterriana’ de nuestro Derecho Público, que coincide en gran medida con la vigencia de la Constitución de 1978. Y volviendo un instante a las anécdotas, le contaré al lector que en mi despacho de juez del Tribunal General de la Unión Europea, en Luxemburgo, el ‘Curso’, junto con el ‘Derecho procesal civil’ de Guasp y otros clásicos españoles, figuraba en una que yo llamaba “vitrina patriótica”.

No quedaría completa esta Tercera sin una referencia a las rutinas profesionales de los juristas españoles. La sociología contemporánea ha rehabilitado la noción de rutina, caída en desgracia con la revolución industrial y recuperada hoy de la mano, entre otras cosas, del resurgimiento de la artesanía. Aquellos juristas que valoren la dimensión artesanal de su trabajo entenderán bien que hablo de esa rutina positiva que lleva, por un lado, a la obra bien hecha -otra vez Eugenio d’Ors- y, con suerte, también a la paz de espíritu. Ocurre que nuestro oficio se subdivide en muchas ramas distintas y cada una tiene sus tradiciones y sus catálogos de buenas prácticas. Harían falta muchas páginas para ilustrar adecuadamente lo que aquí queda apenas apuntado.

Querido Derecho español Cada uno encuentra en él su venturoso rincón. Por mi parte, puedo decir que pocas cosas me gustan tanto como preparar cuidadosamente el dictamen sobre un proyecto de real decreto para su despacho por la Comisión Permanente del Consejo de Estado. Pero llego al final de estas líneas, releo lo escrito, y me cabe la duda de si no tendría razón Jaime Guasp sobre lo imposible de la tarea emprendida. Al juicio benevolente del lector me encomiendo.

Comentarios

Escribir un comentario

Para poder opinar es necesario el registro. Si ya es usuario registrado, escriba su nombre de usuario y contraseña:

 

Si desea registrase en www.iustel.com y poder escribir un comentario, puede hacerlo a través el siguiente enlace: Registrarme en www.iustel.com.

  • Iustel no es responsable de los comentarios escritos por los usuarios.
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.

Revista El Cronista:

Revista El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho

Lo más leído:

Secciones:

Boletines Oficiales:

 

© PORTALDERECHO 2001-2024

Icono de conformidad con el Nivel Doble-A, de las Directrices de Accesibilidad para el Contenido Web 1.0 del W3C-WAI: abre una nueva ventana