DISPUTAS DE PATIO
Acaba de ser nombrado Luis Díez-Picazo como presidente de la Sala Tercera del Tribunal Supremo. Se impone una mínima reflexión, ya que al fin y al cabo está llamado a presidir la Sala con voz en los asuntos públicos, responsable de enjuiciar, sin ulterior recurso jurisdiccional, las cuestiones mayores del control del Ejecutivo.
Partiré de señalar que es de justicia reconocer que los cuatro aspirantes a presidir la Sala Tercera poseían méritos mas que sobrados para ejercerla con dignidad. Y también que el juego de tensiones, conspiraciones y correveidiles que han agitado los medios de comunicación sobre quién sería nombrado me parecen fuera de lugar.
Por un lado, admitamos que todo el sistema de designaciones para cargos judiciales se asienta sobre el reparto de cuotas, pactos de fondo político y estrategias de grupos. No digo que sea justo ni ideal pero, desde luego, no es una novedad. Idénticos criterios metajurídicos se aplicaron en su día para el anterior presidente y serán aplicados para el que venga en el futuro. Tampoco es malo que sea así la forma de designar al presidente de la Sala Tercera, porque ¿Se va a convocar un concurso de méritos para tales cargos, con baremos viciados? ¿Se va a hacer un sorteo? Si el sistema está montado y pivota sobre un Consejo General del Poder Judicial con potestad para nombrar cargos judiciales entre quienes son jueces y magistrados, pues que funcione. O que el legislador cambie el sistema, pero mientras tanto, habrá que trabajar con ese mármol que se nos impone, aunque la escultura resulte deficiente.
Es más, a título personal considero que el principio de rotación debe reinar en todo cargo público. Nada de renovaciones por inercia o usucapión: un mandato y a retirarse a los cuarteles de invierno. Es cierto que se perderán buenos gestores con toga, pero se evitarán tentaciones de prácticas cómodas y maniqueísmos en que estadísticamente incurren todos los cargos con permanencia prorrogada.
Pensar que un presidente de Sala puede influenciar, manipular o decidir el favor o condena del Gobierno con las sentencias es una afirmación demagógica o simplona, que sobrevalora la capacidad política de tal cargo e insulta la independencia de criterio de los magistrados.
En definitiva, creo que hay que enterrar esas disputas de patio sobre la forma de designar presidente de la Sala Tercera, y sencillamente apostar por una seria visión institucional y desear suerte al nuevo, quien está llamado a afrontar retos distintos y distantes de posicionamientos políticos frente a gobiernos.
Entre ellos destaca el de pilotar la implantación de la nueva configuración del recurso de casación, que supondrá una auténtica revolución en las garantías procesales contenciosas. No valen me dias tintas, sino un presidente activo y con ideas claras.
En suma, lo deseable es pasar página y que los magistrados del Supremo remen en la misma dirección, sin rencores y con generosidad. Díaz-Picazo cuenta con reputación, preparación, empatía y voluntad. Su éxito será el de todos los que vivimos en este mundo jurídico-administrativo y el de los ciudadanos.