LA EXTRAÑA MISIVA
En solo siete líneas el presidente de la Comisión Europea ha despachado la extraña petición de amparo de Artur Mas. No hay el más mínimo respaldo de la Unión a su pretensión secesionista. Pero la carta de José Manuel Durao Barroso, un portugués que en 1998 fue testigo de cómo su nación votaba en referéndum en contra de la descentralización política, merece ser analizada.
En su escueto texto, Barroso da a entender tres cosas muy importantes. Primero, que la integridad territorial de un estado miembro es una cuestión nacional, no solo por la vigencia de las constituciones de cada país sino por decisión europea, como se dijo expresamente en el Tratado de Lisboa. Segundo, que en principio sería mucho más sencilla una escisión en un país fuera de la Unión, porque la integración europea contiene un verdadero régimen antisecesión. El precio que paga un territorio de un estado miembro si consigue separarse es vivir también fuera de la Unión, con las enormes desventajas que esto supone para convertirse en una economía viable y atractiva y en una sociedad capaz de gestionar la interdependencia global. El temor al efecto contagio en otros estados miembros hace además que ningún socio europeo acepte alegremente la creación de precedentes -el caso escocés es una excentricidad británica y separa todavía más a Londres de Bruselas-. En tercer lugar, la carta de Barroso hace una clara invocación a la importancia del respeto al rule of law, que va más allá de lo formal.
La Unión es ante todo una Comunidad de Derecho, inspirada en valores éticos, pensada para unir personas y resolver diferencias conforme a normas y procedimientos civilizados. Con oportunidad el ministro José Manuel García-Margallo invocaba ayer en Barcelona una cuestión de principio: las leyes se cambian a partir de otras leyes. La ruptura del principio de legalidad es un valor ajeno a la cultura política europea. La carta de Mas en verdad ha sido devuelta por faltarle los sellos: no llevaba ni el español ni el europeo.