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La UE recibe el Premio Nobel de la Paz; por Marcelino Oreja Aguirre, Presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

10/12/2012
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El día 10 de diciembre de 2012, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Marcelino Oreja Aguirre, en el cual el autor afirma que este premio, que bien hubiera podido ser otorgado hace años, debería ser recibido con inmensa alegría por los europeos porque la integración de nuestro continente es la historia de un éxito, que ha sido capaz de crear un espacio de paz, de libertad y de defensa de derechos humanos, y un modelo de integración.

LA UE RECIBE EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ

Hoy se entrega el premio Nobel a la Unión Europea por su contribución a la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos. Muchos se preguntarán si la Unión merece este alto reconocimiento, precisamente ahora que son tantas las dudas e incertidumbres sobre su funcionamiento. Y sin embargo, yo me atrevo a afirmar que este premio, que bien hubiera podido ser otorgado hace años, debería ser recibido con inmensa alegría por los europeos porque la integración de nuestro continente es la historia de un éxito, que ha sido capaz de crear un espacio de paz, de libertad y de defensa de derechos humanos, y un modelo de integración.

Recordemos la situación de Europa recién terminada la Segunda Guerra Mundial. En 1950, la declaración de Robert Schuman anuncia un atrevido proyecto que más allá de su contenido económico ofrecía un programa político de gran alcance de paz y reconciliación.

Un programa concebido en nombre de “nunca más una guerra entre nosotros” que fue resumido con tanta belleza por Hannah Arendt con dos palabras: perdón y promesa. Aquellos pueblos divididos, enzarzados en constantes guerras que acumulaban odio, resentimiento y venganza, se proponen que prevalezca el perdón, aunque no el olvido, porque una sociedad no puede pensar en su futuro si no tiene memoria. Y la promesa a las nuevas generaciones de que sus nacionales se integren en una comunidad.

A la Declaración Schuman se adhirieron inmediatamente Konrad Adenauer y Alcide de Gasperi, y los tres contaron con el genio intelectual de Jean Monnet y su equipo, y todos juntos pusieron en marcha un ideal de entendimiento y colaboración, conscientes de que sería la unidad, y no el equilibrio de intereses, el instrumento para la paz. Y reconocieron que por encima de cada país existe un bien común superior al interés nacional, en el que se funden y confunden los intereses de cada uno de los países.

Todos ellos estaban convencidos de que el nacionalismo podría ser transformado mediante un esfuerzo creativo que se había estancado en el sistema de equilibrio de poder y de que era necesario crear estructuras políticas de integración que, más allá de los enfrentamientos seculares, destierren el peligro de la guerra y asienten la paz.

Un año después de la Declaración Schuman se crea la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y en 1957 la firma del Tratado de Roma instituye las Comunidades Europeas, que inician un largo desarrollo, no sin problemas y sobresaltos, pero con la firme determinación de ampliar el ámbito de integración y aumentar el número de sus miembros desde el respeto y el cumplimiento de sus principios básicos.

En 1986, el Acta Única promueve la creación de un mercado interior y la libre circulación de personas, servicios, mercancías y capitales; en 1987 se impulsa -al margen del Tratado- el programa Erasmus, que alcanza hoy a tres millones de estudiantes, y la Comunidad se preocupa por reforzar la cohesión social, que se convierte en materia prioritaria, junto con la defensa de las reglas de la competencia. En 1989 la caída del Muro de Berlín abre el camino de la integración a los países que el comunismo había apartado del camino de las libertades. El Tratado de la Unión Europea, en vigor desde 1993, plantea la creación de una Unión Económica y Monetaria con la introducción de una moneda única. El euro se convirtió así en el símbolo de la integración económica. El Tratado de Lisboa de 2009 incluye en su articulado el reconocimiento del valor jurídico vinculante, al mismo nivel de los Tratados constitucionales, de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, y atribuye a la Unión la competencia para permitir su adhesión al Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales.

Durante estos cincuenta y cinco años, el proceso europeo ha logrado resultados inimaginables, integrando países siempre que respeten los principios de libertad, pluralismo y tolerancia, propiciando el más largo periodo de paz de la época contemporánea.

Y todos estos logros no deben hacernos olvidar otros objetivos alcanzados: superar el estrecho y angosto marco del estado-nación, la defensa de la democracia como sistema para encauzar las opiniones divergentes en sociedades libres y plurales, y dotar a Europa de una voz para defender sus ideas, valores e intereses.

Los primeros años del proceso de construcción europea fueron años de integración gradual de las economías europeas, pero el gradualismo que se utiliza no es improvisado, responde a un patrón teórico bien conocido, que convierte a la integración europea en el primer proceso en la historia realizado de acuerdo con las prescripciones de la ciencia económica, según unos criterios muy claros. Cuando se han seguido esos criterios las cosas han salido bien; cuando no se han seguido, como ha sucedido últimamente, las cosas han salido mal, pero ha empezado a enderezarse.

Antes de la crisis existían ya instrumentos de gobernanza, creados por el Tratado de Maastricht en 1992, el Pacto para la estabilidad y crecimiento de 1997, las Grandes Orientaciones Económicas, los programas crecientes de reforma; pero esas reglas no se han seguido en numerosos casos, y ello ha sido causa de la situación que padecemos. Pero se debe reconocer también que la Unión ha reaccionado y actualmente existen unos mecanismos de supervisión presupuestaria, en el ámbito macroeconómico y en el financiero, que permiten hacer frente a la crisis, y se están dando los pasos para instaurar una política fiscal que complete la Unión Monetaria, un Banco Central que sea prestamista de última instancia, unos mecanismos de rescate con capacidad suficiente para ayudar a países con problemas.

La Unión Europea está adoptando medidas para completar la Unión Monetaria y Fiscal con los correspondientes mecanismos económicos y políticos, punto de partida de una Unión Bancaria. Y el último paso será una Unión Política a través de una federación de Estados Nacionales con la posibilidad de desarrollar ritmos diferenciados de integración, como de hecho ya existe con la Unión Monetaria y en los acuerdos de Schengen.

En el futuro también debe quedar abierta la vía para que los cambios de los Tratados puedan hacerse por mayoría reforzada de Estados miembros y población. Solo hay un tema en el que siempre se exigirá el acuerdo de todos los países: la adhesión de un nuevo Estado miembro, una regla inalterable en la que todos los Estados coinciden, y conviene que nadie se lleve a engaño proponiendo fórmulas inviables.

La Unión Europa tiene aún un largo camino que recorrer. Pero sigue siendo la referencia más representativa y eficaz de un proceso de integración que representa la paz, la reconciliación, el imperio de la ley, un marco para un desarrollo duradero y un espacio político que permite el hecho diferencial de nuestras diversidades culturales.

Como reconocimiento a esa inmensa tarea que ha realizado la Unión Europea y la esperanza de su futura labor, debemos celebrar que el Comité de los Premios Nobel haya concedido el Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea, como reza el texto de la concesión, por haber contribuido durante más de seis décadas al progreso de la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa.

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