VICTORIA INSUFICIENTE
En efecto, Mitt Romney lo hizo mejor que el presidente Obama en el debate, pero el buen desempeño del republicano no tiene por qué traducirse en un vuelco en las encuestas. A estas alturas de la carrera electoral, tan solo quedan en el aire media docena de Estados y Obama va con una cómoda ventaja en casi todos ellos. Tal vez por eso adoptó un tono tranquilo y casi didáctico, como si fuera un profesor de Economía (no demasiado bueno esta vez) de la Universidad de Denver, donde se celebró el primero de los tres debates, o como si estuviese dando la enésima rueda de prensa en la Casa Blanca. Su objetivo era ganarse a los indecisos sin perder a los suyos, y por ello se esmeró en no cometer errores y no aparecer como arrogante al ser el favorito electoral, dejando claro de paso que Romney es el candidato de los ricos. Enfrente, el republicano andaba necesitado de ganar esta ronda para mantener sus posibilidades. Hizo una crítica metódica y enérgica de la política económica de Obama, que no se ha traducido por ahora en una recuperación completa de la crisis, y actuó mirando a la cámara y pisando fuerte. Con la mente puesta en los votantes centristas, reivindicó su reforma sanitaria cuando era gobernador de Massachusetts, no tanto por su contenido sino por el consenso que fue capaz de generar entre los dos partidos. En su debe está que no detalló su rebaja de impuestos, y vaciló al explicar cómo sus recortes del gasto público afectarían a la sanidad o a la educación. Lo mejor de la noche fue la escenificación civilizada de dos maneras opuestas de ver la presidencia: una en la que la acción del Gobierno se presume positiva e insustituible por otra que recela del boletín oficial y aspira a crear desde el Gobierno federal la máxima libertad económica.