ESPERANDO A HOLLANDE
La política española ha mejorado pero la economía ha ido a peor. Este diagnóstico de un visitante inglés a España hace escasas semanas lo confirman nuestros últimos datos. Las reformas se notan siempre menos que la pesada herencia de un país, el nuestro, muy vulnerable hoy en una zona euro sin un verdadero gobierno supranacional. Los dictados de Ángela Merkel imperan -al menos hay alguien al mando-, pero el euro se sigue percibiendo como un mecano incompleto. El eurogrupo está atravesado por deseos que no pasan de susurros acerca de las elecciones en Francia, sin diplomacia que los modele en actos. Algunos españoles e italianos desean que gane Hollande para hacer más indigesta esta Unión a los alemanes. Algunos alemanes quieren un euro más pequeño o no hacen ascos a su voladura controlada. La solución no puede depender para siempre del crédito barato del BCE a los bancos. La incertidumbre política irrita la suspicacia de los inversores internacionales, que presionan sobre los países con más problemas. Una eventual llegada de François Hollande al Elíseo eleva todavía más el nerviosismo. Aunque nada está decidido en la carrera electoral francesa, el candidato socialista sigue de favorito, superviviente del aparato más turbulento entre los partidos europeos, por el extendido sentimiento anti-Sarkozy y por su capacidad de aglutinar en segunda vuelta el voto de izquierdas. La perspectiva de un presidente francés temeroso de las reformas económicas y con una agenda neo-proteccionista es mala para la Unión y, en especial, para su periferia. Es probable que un Hollande investido presidente no cumpliese sus promesas de castigar las rentas más altas o de renegociar el llamado tratado fiscal para invertir la política alemana de austeridad reinante. La experiencia de este Godot ha sido adquirida puertas adentro de su partido, una escuela de poder dudosamente apta para la tarea de impulsar a la Unión Europea desde París.