DESAYUNOS DE ORACIÓN Y ESTADO LAICO
En EE.UU. los miembros del Congreso organizan anualmente un desayuno de oración, auspiciado por una fundación cristiana. En él toman parte el Presidente de la Nación y un nutrido grupo de políticos y de personajes influyentes de la esfera nacional e internacional. Este año ha sido invitado Rodríguez Zapatero.
Allí este tipo de prácticas de significación religiosa se insertan en el marco de la normalidad democrática. Piénsese, por ejemplo, en el juramento de fidelidad a la bandera que incluye la referencia "una Nación ante Dios", el Día de Oración Nacional, Acción de Gracias o el propio lema nacional, "en Dios confiamos".
¿En qué medida resultan compatibles con la laicidad del Estado? La respuesta se ha decantado con el tiempo. Inicialmente, el Presidente Jefferson declinó promulgar el Día de acción de gracias, por considerarlo contrario a la neutralidad del Estado (Primera Enmienda). Sin embargo Washington, Adams y Madison no tuvieron reparos en su proclamación. Los últimos presidentes han continuado la tradición de referirse a Dios -hasta cuatro veces lo ha hecho Obama- en diversos actos públicos.
El propio Tribunal Supremo norteamericano ha ido admitiendo la constitucionalidad de estas prácticas, precisando, al tiempo, la noción de laicidad. Inicialmente la interpretó como rígida separación entre Estado/Iglesias. Posteriormente le atribuyó un significado benevolente frente a la religión. Esto explica que en 1983 declarara constitucional la costumbre de abrir las sesiones del Congreso de Nebraska con una oración. Entendió que formaba parte de las tradiciones sociales, de suerte que la invocación del auxilio espiritual por parte de un órgano público no entrañaba una violación de la laicidad. Se trata -decía- "de un reconocimiento tolerable de las creencias ampliamente compartidas por el pueblo de este país y no un paso decidido hacia el establecimiento de una iglesia oficial"
La asistencia del presidente Zapatero al desayuno de oración, tal vez sea circunstancia propicia para plantearnos si de la experiencia norteamericana se puede extraer alguna conclusión. Probablemente, lo más significativo sea redescubrir el sentido positivo de la laicidad, que no implica -por decirlo en palabras de un intérprete autorizado- "liberarnos de la religión, sino más bien hacernos oficialmente libres para su práctica". Lo cual puede ayudar también en el anunciado proceso de reforma de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa.