Netanyahu ha traicionado a Israel y al judaísmo; por Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye, licenciado en Derecho y funcionario del Estado jubilado
El día 23 de septiembre de 2025 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye, en el cual el autor opina que Netanyahu y su Gobierno son indefendibles, pero el desconocimiento sobre Israel y sobre el sionismo es abismal en España.
NETANYAHU HA TRAICIONADO A ISRAEL Y AL JUDAÍSMO
En España no se puede hablar con serenidad sobre Israel; es tarea prácticamente imposible. Netanyahu y su Gobierno son indefendibles. La destrucción sistemática de Gaza -que Hamas utiliza aviesamente como escudo humano y rehén- hace imposible todo debate tranquilo. La izquierda española y parte de la derecha consideran a Israel como un Estado artificial, de naturaleza colonialista, bélica e imperialista.
Mejor es callar porque la izquierda española siempre ha estado contra Israel. La acusación de genocidio y la comparación con los nazis las vengo oyendo desde hace años, mucho antes del 7 de octubre de 2023. Ahora tienen muchos más argumentos gracias a Netanyahu, pero no los necesitaban. Porque en España, desde hace decenios, la izquierda no ha calibrado qué significa el antisemitismo y ha comprado la tesis del movimiento llamado antisionista que idearon los países árabes y la extrema izquierda europea. El deliberado desconocimiento de Israel, del movimiento sionista, de la sociedad israelí, es abismal en España. No hay forma de poder debatir. Y el Gobierno alienta ese antiisraelismo; tiene el terreno abonado desde hace años.
La izquierda marxista siempre subestimó el peligro del antisemitismo, desde el siglo XIX hasta hoy, pasando por el ascenso del nazismo, como Enzo Traverso ha demostrado en su libro La cuestión judía. En España esta ignorancia es aún más pronunciada porque no se vivió el Holocausto como en la Europa ocupada por Hitler. Eso se ha manifestado siempre en una antipatía permanente hacia Israel, en la adopción del discurso antisionista, del que hacen gala dirigentes españoles, incluso altos cargos del Gobierno actual. Han traspasado claramente el umbral entre el antiisraelismo y el antisemitismo.
El presidente del Gobierno, astuto, lo mismo que ha elegido el antitrumpismo sistemático porque sabe que el 81% de los españoles valoran mal a Trump (lean los artículos del think tank Chatham House), hace igual con Israel, consciente de que la gran mayoría de los españoles son críticos con Israel o incluso lo detestan. La posición del Gobierno es muy electoralista. Ahora encaja perfectamente, pero siempre ha sido la misma. No ha hecho falta Gaza, que sólo es el desencadenante, la excusa: antisionismo y antisraelismo primario, cuando no puro antisemitismo, como se evidenció cuando la entonces presidenta del PSOE andaluz, antigua militante del PCE, Amparo Rubiales, llamó a Elías Bendodo “judío nazi” (luego tuvo que dimitir para mantener la fachada). Por no hablar de las declaraciones de varios ministros actuales.
La gran ventaja que tienen hoy nuestros antisionistas es que Netanyahu, Smotrich, Ben Gvir y todos sus compinches reúnen todos los rasgos exigidos para ser odiados. Son como la imagen ideal, el retrato robot del sionista malévolo; del judío, digámoslo claramente, imperialista y cruel. De ahí al antisemitismo hay una mínima línea casi transparente.
La hegemonía militar de Israel ha llevado a su Gobierno a soñar con un imperialismo absurdo. Anexionarse Cisjordania y destruir Gaza para hacer una “Riviera” constituyen disparates que, si no fuese porque son sangrientos, serían el hazmerreír de cualquier persona lúcida. Es un espejismo que sólo pueden creer unos ignorantes profundos del sentido judío de la existencia, como Smotrich, Ben Gvir o Netanyahu.
Sin embargo, y más allá del poderío militar, lo que Israel se está jugando -y que quizá ya está perdiendo o ha perdido- es la hegemonía cultural, en el sentido que le dio Gramsci. Lo israelí, y lo judío (pues el Estado encarna la ética y memoria del pueblo judío, aunque sólo viva en él algo menos de la mitad de los judíos de todo el mundo), en el sentido más puro del término -lo esencial, lo que le daba vigor y progreso-, está siendo destruido por el peor Gobierno que jamás tuvieron los israelíes. El Ejecutivo más inculto, grosero y corrupto.
Esta traición a la identidad israelí y judía forma parte de un proceso de expropiación violenta por parte de Netanyahu de los valores laicos y democráticos -con todas sus contradicciones y paradojas- que encarnaba el país. El Gobierno de Israel se ha apropiado de la identidad israelí y la ha adulterado; es traidor e impostor. Recordemos a la izquierda española que los judíos norteamericanos, como los sudafricanos, fueron los mayores defensores de la integración racial y contrarios al apartheid, lo que resulta paradójico hoy en Israel con el medio millón de colonos ultras que ocupan Cisjordania.
Ya no es el Israel de Yitzhak Rabin, de Golda Meir, de Ben Gurion, de Moshe Dayan, de Amos Oz, David Grossmann o Shlomo Ben Ami. Hoy parece ser el país de esa especie de Goering que es Ben Gvir, que se ufana con chulería de pisotear los lugares sagrados de los musulmanes y de los israelíes árabes (que son dos millones, el 20% de la población); y de un racista extremo como Smotrich, quien afirma públicamente que hay que exterminar a los gazatíes a través del hambre.
Israel ha perdido para las próximas décadas su prestigio como país democrático, liberal y culto. Será un Estado paria, como han escrito el Financial Times y The Economist, dos medios que no pueden ser acusados de antisemitismo. Nadie ha malherido más a la sociedad israelí que su Gobierno actual. Una amiga mía francesa, que ya está sufriendo el desbordamiento de lo antiisraelí hacia lo antisemita, me dice que “la política de Netanyahu ha acabado con el judaísmo”.
Ya no es el Israel de 1948, de los pioneros socialistas, de los kibbutzniks supervivientes de los campos de exterminio. Un Israel que, tras defenderse de los vecinos países árabes que se oponían a la partición acordada por la ONU en noviembre de 1947, fue invadido por ellos y que se salvó de milagro gracias a su coraje y sacrificio. Los propios países árabes fomentaron la naqba, el éxodo de millares de palestinos a los que muchos judíos quisieron retener (en Haifa se consiguió). Un pueblo convertido en víctima permanente, asistido por la ONU y al que ningún país árabe ha querido nunca acoger, era más rentable dejándolo hacinado en campos, incubando odio y resentimiento. Eso les servía a Egipto, Siria, Jordania y Líbano como punta de lanza y como parachoques, como excusa perfecta para no llegar nunca a ser sociedades abiertas.
Los palestinos han sido siempre los rehenes del islamismo, como hoy lo son de Hamas y Hizbolá. Y recordemos que a continuación, en represalia, centenares de miles de judíos fueron forzados a salir con lo puesto de Irak, Marruecos, Libia y Egipto; países en los que vivían desde antes de Cristo y desde la expulsión de Sefarad en 1492. Esos no figuran en las listas de refugiados. Tampoco nadie quiere saber que hay dos millones de palestinos con nacionalidad israelí que viven en Israel.
La mayor desgracia para Israel es la desolación y la soledad de la minoría liberal, demócrata y partidaria de los dos Estados; y el borrado de la tradición cultural que representan decenas de pensadores, filósofos, escritores y rabinos liberales. Citaré sólo a cinco pensadores judíos, que hoy son o habrían sido denostados por Netanyahu porque eran críticos, no simples repetidores de la doctrina oficial. Tres clásicos: Hannah Arendt, quien asistió al proceso de Eichmann y escribió un informe, bastante controvertido en Israel, que debería ser leído y estudiado por todos los estudiantes de Derecho; Isaiah Berlin, que marcó el sendero del liberalismo y de las bases de la sociedad democrática a la que aspiramos; y Judith Shklar, que se rebeló contra la violencia y el terror, contra el sufrimiento de su familia, e indagó sobre el significado real del liberalismo. Y dos vivos: Delphine Horvilleur, quien aboga por el encuentro y el respeto mutuo entre musulmanes y judíos; y Philippe Sands, jurista y escritor que ha definido el concepto de crimen contra la humanidad.
Lo que nos queda por saber es si el camino de Israel hacia el abismo podrá detenerse; si este horroroso Gobierno israelí será sólo un paréntesis, aunque sea largo, y podremos volver a ver un Israel democrático donde se pueda plantear la paz y la solución de los dos Estados. Por ahora no lo parece, desgraciadamente.