LAS MENTIRAS DE LOS POLÍTICOS
El eminente filósofo Gustavo Bueno escribió un ensayo con el título: “Teoría metafísica de la mentira” en la que defendía que mentir es propio de personas débiles, pero advertía que él iba a mentir a sus seguidores en política por considerar que estaban muy dispuestos a oír las hazañas de sus antepasados para elegir a los dirigentes de hoy. Una teoría un tanto peculiar.
Los ciudadanos que conquistan el poder no tienen inconveniente en decir mentiras y con demasiada frecuencia utilizan el sistema porque es cómodo, rentable y lo cierto es que parece que producen efectos positivos en los gobernados, unas veces pretenden encubrir errores, otras quieren solamente derrocar al contrario y algunas para consolidar su posición. No hay más que recordar la expresión de un máximo responsable diciendo que nunca pactaría con otro grupo político, que no podría dormir si lo hiciera y a continuación le incorporó a su organización política con un abrazo entrañable. Algunos mantuvieron que la amnistía no “cabe” en la Constitución y poco después su planteamiento era contrario y todos los seguidores se afanaron en mantener que puede incluirse perfectamente en la Carta Magna con el “pretexto” de “conseguir” una pacífica convivencia.
La filósofa alemana Hannah Arendt escribió varios ensayos manteniendo que la verdad en la esfera política es exigible en un sistema democrático. Los políticos tienen que fundar sus posiciones en un criterio objetivo y veraz. En este ámbito tienen que dar a conocer las realidades. Los que van elegir a una persona para que les represente necesitan que se exponga la situación real de su país, conocer sus logros y sus fracasos. Arendt habló de que la “mentira organizada” es una falsedad que admiten solo los que se prestan al engaño y mantienen que es conveniente y “progresista” lo que anteriormente era execrable. Por su parte, Maquiavelo decía que el gobernante debe tener la astucia del zorro, y aceptaba que mentir es admisible para perpetuarse en el poder y otro gran pensador, el sociólogo francés Pierre Bourdieu, sostuvo con frialdad que los políticos son actores y todos los ciudadanos lo saben.
Ciertos tratadistas consideran que algunas mentiras pueden ser saludables si tienen buena intención. Un tanto absurda resulta esta observación, sin duda, pero ha sido muy aceptada. Se ha dicho que el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras, es decir, que nadie se ofende porque le presenten falsedades y que, en definitiva, las aplauden.
No hay más que recordar la aceptación histórica de la mentira. Se cita como ejemplo el silencio de Platón ante el juicio y condena de Sócrates y la posibilidad legal que se ofrece a los penalmente encausados de callar o mentir en su defensa.
Se sabe a ciencia cierta que la mentira en política se predetermina cuidadosamente con el fin de rentabilizar sus resultados, va penetrando y termina por prevalecer convertida en aparente verdad. No solo hay que criticar a los políticos de otros tiempos por sus mentiras, se ha dicho que en el siglo XX la mentira ha entrado rotundamente en el consumo masivo. Es costumbre que los que gobiernan, en lugar de atribuir los fracasos a su mala gestión, ataquen a los partidos de la oposición insistiendo en que todos los problemas se deben al mal funcionamiento de los sistemas contrarios, que no conocen el rigor, tienen poca preparación y quieren dañar con mala intención.
Hay mentiras que podrían llamarse ingeniosas pero que tienen mala fe o son dañinas. Se cuenta que un dirigente inglés se refirió a un adversario diciendo que sería una desgracia si se cayera al Támesis pero que sería una mayor calamidad que alguien pudiera rescatarle. Una verdadera iniquidad.
Otra forma encubierta de la mentira es la costumbre de los altos políticos de contestar a las preguntas relatando hechos ajenos a la cuestión planteada. Es tan común que no se afecta ni siquiera el que plantea la interrogación, muchas veces como ejemplo se recuerda que cuando preguntaron a De Gaulle por el comportamiento de Francia en la Segunda Guerra Mundial, contestó recordando la magnífica actuación de Juana de Arco.
Según Sartre la mentira es siempre expresión de mala fe, se presentan hechos que nunca existieron y se imputan al contrario tremendas falsedades para que no se indague en ámbitos propios. En realidad hay que aceptar que las falacias no son necesarias para obtener el triunfo y, sin duda, muchos ciudadanos saben apreciar la honestidad de las propuestas y las falsas promesas que no se harán realidad.
El bienestar de un pueblo depende del respeto de todos y que tanto los que se dedican a la política como los jueces y medios de comunicación, apliquen rigurosamente las limitaciones del derecho a la libertad de expresión. Hay que repetir una frase célebre: “la verdad os hará libres”.