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El Papa Francisco y la ministra Yolanda; por Javier Martínez-Torrón, catedrático de la Universidad Complutense

12/02/2024
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El día 11 de febrero de 2024 se ha publicado, en El Debate, un artículo de Javier Martínez-Torrón, en el cual el autor opina que la Santa Sede tendrá sus expertos en diplomacia, pero que en esta ocasión -y en alguna otra- no están bien aconsejados respecto a la situación política española.

EL PAPA FRANCISCO Y LA MINISTRA YOLANDA

Llama la atención la importancia que Sumar ha dado a un encuentro privado mantenido por Yolanda Díaz con el Papa Francisco, como si ese encuentro fuera un aval pontificio al partido de la vicepresidente y las ideas que representa. Quienes así interpretan la entrevista - interesadamente- olvidan que el Papa ha recibido en privado a personajes tan dispares como Vladimir Putin, Donald Trump o Raúl Castro; y nada indica un apoyo a sus políticas. Que el Papa no se identifica necesariamente con el ideario de las figuras políticas a quienes recibe lo muestra el caso de Macron, quien, como el partido Sumar, defiende acérrimamente el reconocimiento del derecho de la mujer al aborto. Y es bien sabido que Francisco ha declarado sin ambages que el aborto es un homicidio, y que quienes lo practican son por tanto comparables a sicarios.

Los Pontífices acostumbran a recibir en privado a personas muy distintas, por razones también muy diversas que no siempre es fácil colegir para un observador externo. A veces, algunas de esas razones salen a la luz por la propia información que el Vaticano proporciona. Por ejemplo, la necesaria garantía de la libertad religiosa en el caso del expresidente cubano, o la importancia de promover activamente la paz en el mundo en el caso del expresidente norteamericano. En otras ocasiones, sin embargo, los motivos de esas reuniones permanecen bajo una capa de discreción -e incluso silencio- como ha sucedido ahora, por parte del Vaticano, con la ministra española.

Pese a todo lo anterior, el recibimiento privado del Papa a Yolanda suscita cierta perplejidad. La diplomacia vaticana, que es la más antigua del mundo, ha solido caracterizarse por su sutileza y, sobre todo en tiempos recientes, ha tratado de evitar que los encuentros de un Papa con personajes políticos pueda ser interpretado como refrendo a gobiernos o partidos determinados. Por eso sorprende esta entrevista con Yolanda Díaz, tan involucrada en las próximas elecciones autonómicas en Galicia; al igual que sorprendió hace unos meses la reunión del Papa con el presidente de la Generalitat catalana, Pere Aragonès, en momentos tan delicados, y tan tensos, por las reclamaciones del independentismo y sus acrobáticas relaciones con el actual gobierno de España.

No era difícil prever que una tal entrevista se prestaba a una fácil manipulación en clave electoralista, que podría tener consecuencias negativas para la credibilidad de la jerarquía de la Iglesia Católica, y su independencia misma respecto de los distintos posicionamientos políticos. Las reacciones de la opinión pública confirman esos presagios.

Los sistemas políticos occidentales se sustentan sobre un postulado esencial: la distinción entre los ámbitos religioso y civil. Es un dualismo que tiene raíces milenarias en la tradición cristiana: la célebre escena evangélica en la que Jesucristo formula el principio “dad a Dios lo que es de Dios, y dad al César lo que es del César”. Era el inicio del fin de un modo de organizar la sociedad en que lo religioso y lo secular aparecían confundidos -interesadamente confundidos- en una relación de interdependencia que generaba una instrumentalización de lo religioso por el poder político civil y viceversa. La historia cambiaba, al menos sobre el papel, pues la distinción de ámbitos, presente como idea desde el comienzo del cristianismo, no dejó de ser tergiversada durante siglos, bien bajo la forma de cesaropapismo (gobernantes que controlan la religión) o de hierocratismo (la estructura jerárquica religiosa que controla la política).

Esa diferenciación entre religión y política, tan intrínsecamente vinculada a la herencia cristiana y a la Ilustración, ha sido un elemento característico de Occidente que la ha tratado de exportar, con éxito variable, al resto del mundo. De ella depende la propia noción de democracia, tal como hoy la entendemos. No significa esto que, como sugería Thomas Jefferson, sea necesario erigir “un muro de separación” entre religión y Estado. Y menos aún que sea necesario apostar por un sistema separatista radical al estilo francés, con tendencia a excluir la visibilidad de la religión de la esfera pública. Religiones y Estados están llamadas a relacionarse entre sí (y deseablemente a entenderse). En el fondo, se trata de aceptar lo que el jurista Rafael Navarro-Valls ha llamado un “sistema de frontera” -entre lo religioso y lo secular- añadiendo que, como en todo territorio fronterizo, es frecuente que haya disputas o fricciones. La frontera, además, puede variar con el tiempo, pero el hecho mismo de reconocer que hay una frontera es punto de partida imprescindible para que un régimen político contemporáneo pueda ser reconocido como democrático.

De ahí que la Conferencia Episcopal Española, ya desde antes de la transición de España a la democracia, haya evitado siempre pronunciarse a favor o en contra de partidos políticos concretos, y se haya limitado, cuando lo ha estimado oportuno, a recordar principios morales que considera necesarios en la acción de las autoridades públicas. Esa razonable contención de los obispos españoles sólo se ha visto quebrantada cuando algunos obispos se han manifestado, inadecuadamente, en pro de ciertas posiciones políticas. Por ejemplo, en el pasado, en relación con el independentismo vasco; y más recientemente, favoreciendo la independencia de Cataluña e incluso determinadas políticas lingüísticas locales.

En ese contexto, son muchos quienes consideran que la conversación del Papa Francisco con Yolanda Díaz, y su posterior divulgación mediática, es un error por partida doble. Por parte de Sumar, porque resulta chocante -y aún más en un partido de su orientación ideológica- que una organización política necesite de una autoridad religiosa para legitimarse o ganar popularidad, como si sus propios argumentos o propuestas no fueran suficientes. Revela una curiosa querencia por una suerte de “paternalismo pontificio”.

Pero también es un error por parte del Papa, porque, aunque no sea esa su intención, una entrevista con la vicepresidente española en estas fechas, y teniendo en cuenta que la importancia de las elecciones en Galicia trasciende el ámbito regional, permite que algunos círculos políticos se aprovechen de ello, en especial si es difundida con fotografías que dan la imagen de un encuentro cálido e incluso entrañable. La Santa Sede tendrá sus expertos en diplomacia, pero me temo que en esta ocasión -y en alguna otra- no están bien aconsejados respecto a la situación política española. Al menos es lo que quiero pensar, pues la alternativa sería más preocupante.

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