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El cumpleaños de Kissinger; por Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, jurista

29/05/2023
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El día 27 de mayo de 2023 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín en el cual el autor opina que el analista de las relaciones internacionales nunca debe perder de vista las realidades del poder, que pueden obligar al responsable político, incluso si es norteamericano, a aceptar determinados compromisos.

EL CUMPLEAÑOS DE KISSINGER

Hoy cumple cien años Henry Kissinger. Se redondea así, incluso en las cifras, uno de los destinos más singulares del siglo XX. A día de hoy, Kissinger es el más famoso de los secretarios de Estado norteamericanos en los casi doscientos cincuenta años de historia del país, y no es esa una liga fácil de ganar, porque los hubo muy importantes antes que él. Pero hay más: en la historia, o, por mejor decir, en la leyenda de los grandes ministros de Asuntos Exteriores de todos los tiempos, Kissinger ocupa un lugar muy destacado, cerca de su admirado Metternich y también de Talleyrand.

En realidad, más duraderamente influyentes fueron, en los años centrales del pasado siglo, Marshall y Acheson. El Plan Marshall cautivó la imaginación de los europeos en la inmediata posguerra mundial, incluyendo la de la orillada España de la época. Dean Acheson fue el verdadero arquitecto de la comunidad internacional de la Guerra Fría, como revela el título -exacto y no pretencioso- de sus memorias: ‘Presente en la creación’. Pero la fama habría de preferir a aquel niño Heinz Kissinger que nació en la ciudad bávara de Fürth el 27 de mayo de 1923, en los inciertos comienzos de la República de Weimar.

Kissinger nació en una familia judía. Su padre, profesor y enamorado de la cultura clásica alemana, nunca comprendió la atroz y bárbara persecución que el régimen nazi desencadenó contra los judíos. Fue la clarividencia de su madre la que llevó a la familia a emigrar a Nueva York en 1938. Heinz Kissinger pasó a llamarse ‘Henry’ y se adaptó bien a los Estados Unidos, aunque siempre habló inglés con acento alemán (e inconfundible voz de bajo). Cuando, ya como secretario de Estado, visitó al canciller Willy Brandt en 1974, hizo unas declaraciones en un excelente alemán, pero que ya no tenía el sonido inequívoco de la lengua materna. Con característico humor, Kissinger dijo que había alcanzado una fase en la que hablaba con acento en cualquier lengua. La anécdota es reveladora de una vida a caballo entre Europa y América, con efectos no sólo fonéticos, sino también intelectuales, como veremos a continuación.

En 1943 fue movilizado y luego enviado a Europa, donde su dominio del alemán fue de gran utilidad a los servicios de inteligencia del ejército norteamericano en la puesta en marcha de la ‘desnazificación’ de Alemania. Volvió a Estados Unidos en 1947 y fue admitido en la Universidad de Harvard, donde, años más tarde, defendió una tesis doctoral, publicada en forma de libro bajo el título de ‘La restauración de un mundo: Metternich, Castlereagh y los problemas de la paz 1812-1822’.

Como en el verso de Rubén Darío, l a espada s e anuncia con vivo reflejo. Kissinger aparece en la tesis como lo que sigue siendo hoy: un pensador de las relaciones internacionales. Pero su pensamiento no se inscribe en la gran corriente liberal norteamericana que, desde el presidente Woodrow Wilson en 1917, había pretendido salvar al mundo para la democracia.

En la concepción de Kissinger, el idealismo wilsoniano aparece corregido por las siempre más sombrías experiencias históricas europeas. En este sentido, el analista de las relaciones internacionales nunca debe perder de vista las realidades del poder, que pueden obligar al responsable político, incluso si es norteamericano, a aceptar determinados compromisos. Sin embargo, el gran prestigio de Kissinger no se debe sólo a la originalidad de sus ideas, sino sobre todo a su capacidad de asociar inteligencia y acción, a veces con resultados espectaculares.

Su carrera política empezó a destacar cuando el recién elegido presidente Nixon le nombró en enero del año 1969 consejero de Seguridad Nacional. Henry Kissinger se convirtió pronto en la figura más influyente de la presidencia de Nixon y lo siguió siendo en la de quien fuera su sucesor, Gerald Ford.

Richard Nixon había llegado por una vía empírica a una visión realista de las relaciones internacionales semejante a la de Kissinger. A esa armonía de criterios y a la colaboración entre los dos se debieron en gran medida los éxitos diplomáticos del periodo, como el propio Kissinger ha reconocido en sus libros. Así, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y China (197172) no se debió a razones ideológicas, sino a que la Unión Soviética era una amenaza para ambas partes. En la ocasión se puso de manifiesto por primera vez la destreza negociadora de Kissinger, y también su afición -tan poco wilsoniana- por el secreto. Se abren así sus mejores años, en los que supo encontrar soluciones, aunque imperfectas y precarias, a conflictos que parecían imposibles. Sus largas negociaciones con Le Duc Tho desembocaron en los acuerdos de paz de París (enero de 1973) que posibilitaron la salida de los Estados Unidos de Vietnam, y l e valieron “ el premio Nobel de la Paz más controvertido de la historia”, en palabras de Charles Powell. Un año más tarde, ya como secretario de Estado, fue su incansable actividad mediadora entre egipcios e israelíes -para la que se acuñó la expresión ‘diplomacia del puente aéreo’- la que permitió un final negociado de la guerra del Yom Kippur.

¿Y qué decir de Europa? Quizá la frase más famosa de Kissinger es una que, al parecer, nunca pronunció: “Si quiero hablar con Europa, ¿a quién llamo?”. Como muchas frases apócrifas que han cuajado, esta debe su éxito a reflejar muy bien una época. En todo caso, es conocida la frustración de Kissinger con la inoperancia de la entonces Comunidad Europea en orden a las relaciones internacionales. Produce satisfacción constatar que hoy esa deficiencia se ha empezado a corregir, gracias a las transformaciones institucionales de la Unión Europea. Justo es reconocer el papel representado en la materia por dos españoles, Javier Solana y Josep Borrell. En cuanto a Kissinger, cabe celebrar al menos que esta Tercera sea una felicitación de cumpleaños y no un obituario. Y la felicitación es merecida, porque el balance de su obra es, con indudables sombras, positivo, y porque su biografía es un buen ejemplo de lo fecunda que puede ser la interacción de Europa y América.

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