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Velázquez y Lincoln se hermanan; por Pedro González-Trevijano, presidente del Tribunal Constitucional y académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación

10/08/2022
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El día 10 de agosto de 2022 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Pedro González-Trevijano, en el cual el autor opina que Velázquez y Lincoln, separados por más de dos siglos y casi 6.000 kilómetros de distancia, comparten y reclaman la exigencia de una de las más elevadas virtudes, la magnanimidad.

VELÁZQUEZ Y LINCOLN SE HERMANAN

Vivimos, o mejor sufrimos, un estío que nos perturba y acongoja. Acechados, cuando no prisioneros, de una malhadada pandemia, de unos descontrolados incendios que calcinan los parajes, de una galopante inflación que esquilma nuestro bienestar y de una guerra que avergüenza por su barbarie. Una atenazadora pesadilla más propia del frío y seco invierno que de un apacible y relajado verano. Las estaciones se habrían transfigurado, desdiciendo los inolvidables versos del ‘Ricardo III’ de Shakespeare: “Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano”. ¡Pareciera que el feo y cojo Hefesto hubiera dejado escapar, abriendo las puertas de par en par, las abrasadoras lenguas de fuego de sus ardientes forjas del monte Olimpo y de la isla de Lemnos!

Mas, incluso en tan desasosegante estado, podemos abrazarnos a momentos imaginarios, pero a la vez necesarios. A la postre, como recoge sagazmente el dramaturgo nacido en Stratford-uponAvon en otro de sus bellísimos textos, “tal es el poder alucinador de la imaginación, que le basta concebir una alegría, para crear algún ser que se la trae”. (‘Sueño de una noche de verano’). De esta suerte, aparecen ante nuestros ojos, no sólo amazonas, hadas, duendes y enamorados, sino, ni más ni menos, ¡que don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez y el presidente Abraham Lincoln! El primero, denominado por Manet, “pintor de pintores”; el segundo, quien tras su magnicidio en 1865, y según las palabras de su secretario de Guerra, Edward Stanton, “pertenecía ya a la eternidad”.

En una época no pocas veces presidida por la racanería, la ausencia de miras y el regate corto, el artista sevillano y el político norteamericano nos reconcilian con lo mejor de la condición humana. Los dos plasmaron, uno con sus contenidos pinceles, y otro con su comprometida pluma, la magnificencia de las grandes obras y de los más altos esfuerzos. Velázquez y Lincoln, separados por más de doscientos años y casi seis mil kilómetros de distancia, comparten y reclaman la exigencia de una de las más elevadas virtudes. Me refiero a la magnanimidad. “Ornamento -argumentaba Aristóteles- de todas las demás virtudes”. Hoy, sin embargo, tan preterida en la vida privada como orillada en la faceta pública.

El pintor de corte de Felipe IV la representa de forma inigualable en uno de sus emblemáticos lienzos: ‘Las lanzas o La rendición de Breda’. La capitulación de la ciudad por el gobernador holandés, Justino de Nassau, ante el general genovés Ambrosio Spínola, al frente de los tercios de Flandes, es, más allá de sus extraordinarios valores estéticos, la más lograda manifestación de la liberalidad del vencedor. A diferencia de otras escenas coetáneas, no hay en el cuadro, como describió el maestro Díez del Corral, relaciones de vasallaje, dominio e imposición. Se diría que ambos se hallan en relación de idéntica posición paritaria, de semejante autoridad. No asoman los característicos perfiles de los triunfadores y los sometidos. No hay sumisión, ni doblegamiento, si no fuera por el vislumbrado fuego humeante del fondo de la composición y por la entrega de las llaves de la ciudad. Poco importa, a estos efectos, que la obra, con la indubitada finalidad de resaltar la generosidad de la Monarquía hispánica, estuviera destinada a adornar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro.

¿Dónde están los vencedores? ¿Dónde los vencidos? ¿Dónde se hallan los enemigos? En ninguna parte. Sencillamente, no aparecen -¡y por supuesto que los había!-, ni se perciben. ¡Como si no existieran! Nassau y Spínola se asemejan a dos caballeros que hubieran participado en un principesco combate. La guerra no es la protagonista. Tampoco la victoria. ¡El anhelado armisticio se ha adueñado, más allá de la clemencia, de la benefactora atmosfera! Una paz que solo puede forjarse sobre el perdón y la justicia. Calderón de la Barca en una comedia por título, precisamente, ‘El sitio de Breda’, pone en boca de Spínola las siguientes benevolentes palabras al recoger las llaves: “Justino, yo las recibo,/y conozco que valiente/sois; que el valor del vencido/ hace famoso al que vence”.

El decimosexto presidente de los Estados Unidos sobresale, de su lado, por su compromiso, munificencia e inteligencia. La abolición de la esclavitud y la preservación de la Unión son sus dos gigantescos legados históricos. Pero deseo centrarme particularmente en uno de sus más descollantes discursos, a pesar de su extrema brevedad -pues no contiene más de trescientas palabras- que se han escrito. Se trata de la alocución pronunciada en Gettysburg, el 19 de noviembre de 1863, con motivo de la inauguración, cuatro meses después de la sangrienta batalla, del cementerio en que reposan cincuenta mil soldados de la Guerra de Secesión.

Una admonición comparada con la mismísima Oración Fúnebre de Pericles, que situaba la fundamentación del país americano no ya en los artículos de la Confederación de 1781, sino en la Declaración de Independencia de 1776. Ahora me importa menos reseñar su clásica definición de democracia -”gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”-, que la nobleza de espíritu. Tanto los unionistas como los confederados caídos en la contienda son, para Lincoln, hijos de la misma tierra y hermanos de una sangre común. Todos son, cualquiera que hubiera sido su bando fratricida, patriotas con mayúsculas. Unos y otros habrían entregado sus vidas movidos por la sinceridad de sus convicciones. Impelidos, eso sí, sin distinción, a erigir de imperioso consuno la urgente tarea de reconstrucción de la convivencia. O, en sentida expresión del sin par político de Hodgenville, “que resolvamos firmemente que estos muertos no dieron su vida en vano. Que esta Nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad”.

¡Qué pena! Al final, como afirma nuestro escritor del Siglo de Oro en otra de sus obras, ‘La vida es sueño’, “ los sueños, sueños son”. Aunque, mientras duran, apostillamos nosotros, nos ayudan a sobrellevar la asfixiante canícula.

Comentarios - 1 Escribir comentario

#1

Tiene toda la razón. el problema es que aqui la guerra de 1936 no ha terminado. Pero al revés. Los que ALLÍ vencieron tenían razon (todas las personas son guales antge la ley) y los que perdieron (los negros no tienen los mismos derechos) no la tenía y aunque les ha costado lo aceptan. AQUI los que vencieron (el fascismo tiene que acabar con la democracia) no tenían la misma razón y los que perdieron (la democracia tiene que acaar con el fascismo la tenían)
ALLI los que que garanto NO PRIVARON de sus derechos AQUI los que ganaron les PRIVARON de sus derechos con los tribunales de "DEPURACIÓN" que llegó incluos al "ASESINATO RITUAL" despues de un simulacro de juicio
ALLI, aunque lentamente los NEGROS empezaron a ver reconocidos sus derechjos AQUI LAS MUJERES se vieron privados de los que tenían
ALLI en la conemoraci de la batalla de Getysburg: "Tanto los unionistas como los confederados caídos en la contienda son, para Lincoln, hijos de la misma tierra y hermanos de una sangre común. Todos son, cualquiera que hubiera sido su bando fratricida, patriotas con mayúsculas. Unos y otros habrían entregado sus vidas movidos por la sinceridad de sus convicciones.
AQUI todavía los vencedores siguen negándoles el derecho a una tumba digna quienes sus padres o abuleos asesinaron, que NO COMBATIERON, fueron simplente victimas de LA REPRESIÓN
Para los vencedores la guerra de 1936 NO HA TERMINADO; ni terminará, porque el ODIO no se extingue.

Escrito el 10/08/2022 9:52:52 por Alfonso J. Vázquez Responder Es ofensivo Me gusta (0)

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