Define la RAE el eurocentrismo como “la tendencia a considerar los valores culturales, sociales y políticos de tradición europea como modelos universales”, y podría añadirse que como valores superiores a cualesquiera otros en razón de su influencia en el mundo y su permanente adaptación a las nuevas realidades. Europa sufre de este síndrome y en España el problema se eleva a sus niveles máximos. Europa tiene que aceptar con valentía que vivimos un mundo en el que las dos grandes potencias son los Estados Unidos y China y que ambas superan a Europa en cuanto a poder económico, tecnológico y militar. En esta situación conviene recordar el consejo atribuido a Charles Chaplin, de que “cuando uno es pobre tiene que ser listo, porque ser pobre y tonto es muy peligroso”.
La relación entre Europa y Estados Unidos es una relación que ha sido larga y siempre fructífera, pero desde hace pocos años ha empezado a perder vigor como consecuencia de que la agenda asiática es ya para los norteamericanos más importante que la nuestra. Esa es la realidad. Y frente a ella habrá que reaccionar con prudencia, buen tacto y eficacia.
Por de pronto hay que dedicar mucho más tiempo a conocer un continente en el que habitan unos 4.200 millones de habitantes distribuidos en 48 países entre los que destacan además de China, Corea del Sur, Indonesia, Japón, Filipinas, Pakistán, Singapur y Taiwán, un país que con el reciente triunfo de Tsai Ing-wen, ha vuelto a poner en cuestión la idea de “una sola China”.
Veamos en concreto dos ejemplos poco conocidos: Indonesia, un país compuesto por 17.508 islas, de las cuales alrededor de 6.000 están habitadas por 260 millones de personas, -cuarto país del mundo en población- que hablan 742 lenguas y cuya economía depende fundamentalmente de la explotación de gas, petróleo y minerales diversos. El otro ejemplo sería Pakistán -quinto país del mundo en población- con 200 millones de habitantes, con un desarrollo bajo en cuanto al respeto a derechos humanos y en especial el respeto a la mujer y una economía que está teniendo un crecimiento rápido que puede atribuirse a las inversiones extranjeras que reciben y sobre todo a una importante industria textil que representa el 70% de sus exportaciones.
Este ejercicio de un mayor y un mejor conocimiento del mundo del Este, sigue siendo, incomprensiblemente, una asignatura que Europa no ha aprobado todavía. Nos cuesta mirar al Este. Seguimos encerrados mentalmente en nuestras distintas estrategias nacionales y la idea de establecer una política común no tiene la menor posibilidad de emerger. La verdad es que Europa y política común se ha convertido en un ejemplo perfecto de oxímoron. Hará bien por ello España en renovar sus ideas en relación con el mundo asiático, investigando a fondo todas las oportunidades que ofrecen los países que la conforman y mejorando las relaciones políticas e institucionales que no son tan intensas ni tan amplias con las de la mayoría de los países europeos.
China y Japón van a ser un eje decisivo en la globalización económica y cultural y nuestro país puede y debe estar presente en ese proceso como un país europeo e iberoamericano que puede también colaborar en las relaciones con África, un continente en el que están invirtiendo de forma masiva China y Rusia para asegurarse la explotación de materias primas claves para su desarrollo. Es una auténtica revolución geopolítica que debería merecer el interés de Europa y una respuesta inteligente que de llegar, llegará tarde y será poco eficaz.
Mirar al Este, es triste reconocerlo, seguirá siendo una asignatura pendiente para Europa, pero España podría ser la excepción. Con el Oeste lo hemos hecho francamente bien.