LA DROGA DE LA PROHIBICIÓN
¿Prohibir es malo? No necesariamente. Montar la convivencia en la prohibición ¿es positivo? Indudablemente, no. Pero tales afirmaciones requieren unas cuantas precisiones que son las que me ocuparán en este artículo.
Como pura constatación, y según nos enseña la Biblia, el primer gran revés del ser humano se forjó en la transgresión de un mandato: no comer el fruto prohibido. Adán y Eva y la manzana. Y de los diez mandamientos de la Iglesia, tres son positivos -”amarás a Dios sobre todas las cosas”, “santificarás las fiestas” y “honrarás a tus padres”- y siete son negativos -no matarás, no robarás, no fornicarás, etc.-. No deja de ser algo significativo y demuestra, con la sabiduría de los siglos, que el ser humano precisa que le acoten su campo vital de actuación.
En nuestra Constitución, sin embargo, es un gozo leer los artículos 14 a 29 -sobre los derechos fundamentales-, de una enorme positividad. Todos los españoles tienen derecho a la vida, a la libertad ideológica, a la seguridad, a difundir su pensamiento, etc. Y cuando prohíbe, lo hace con un sentido profundamente democrático. Por ejemplo: nadie puede ser obligado a declarar sobre su ideología o nadie puede ser condenado por acciones que no sean delito, etc. Y en el campo político, todos los regímenes, sean democráticos o dictatoriales, tienen en sus códigos de actuación cívica múltiples prohibiciones. Por muy liberal que sea un sistema político hay muchas actuaciones y posicionamientos que están prohibidos. Lo que ocurre es que la fuente de la prohibición en las democracias está en la voluntad del pueblo, y en las dictaduras en la del dictador. Curiosamente, ello hace que la transgresión de la norma en las dictaduras sea una heroicidad -que a veces se paga con la vida-, mientras que en las democracias sea un mero acto punible. Las prohibiciones que emanan del poder democrático constituido tienen su fundamento en el pueblo, por lo que no cabe marginarlas de modo gratuito. Pero da la casualidad de que quienes formulan las prohibiciones son las personas físicas, que gobiernan a nivel estatal, autonómico o municipal. Y, desgraciadamente, sus mandatos prohibitivos son en bastantes ocasiones un disparate. Y como tales, ininteligibles y odiosos para los ciudadanos. El consuelo de que podré cambiar a esos políticos cada cuatro años es un mal consuelo, por lo que hay que pedir sensatez y mesura en el “arte” de prohibir.
Al político le gusta mucho la prohibición. Es casi como una droga. Reafirma su personalidad, su liderazgo y complace mucho a quien dicta la orden, sobre todo si es una persona de poca categoría personal e intelectual. Es humano. Pero en los programas políticos tendría que haber muchos más proyectos de hacer que de prohibir. Una prohibición que no comprenda la gente es nociva per se. Es un “capricho del que manda”. En el mundo existen prohibiciones pintorescas o exóticas que avalan lo dicho. Por ejemplo, en Denver está prohibido sentarse en la calle; en Burundi, comer en grupo; en Corea del Norte, los “piercings”; en Singapur, masticar chicle; en Dubai, besarse en público y escupir en la calle y en Inglaterra está prohibido morirse en el Parlamento, ya que de ser así exigiría darle al muerto un entierro de Estado. Y así podríamos seguir poniendo ejemplos curiosos.
Yo creo que, desde luego, la prohibición, en general, es necesaria para la convivencia humana, y que no sería aceptable ni bueno que en dicha convivencia todo estuviera permitido. La libertad de uno termina donde comienza la del otro. Hay que equilibrar, ajustar y ordenar, pero con sentido común y razonabilidad. En ese sentido, es muy positivo que las prohibiciones razonables tengan duración en el tiempo, puesto que las prohibiciones-ocurrencia, que cambian cada dos por tres, acaban siendo tiránicas. Por el contrario, una prohibición razonable y duradera pierde su carácter imperativo y se hace costumbre en nuestras vidas. El mejor ejemplo es el circular por la derecha. A nadie nos da la sensación de que al hacerlo tengamos “en el cogote” el código de circulación. Se ha hecho costumbre. Y lo mismo ocurre con el fumar en establecimientos públicos cerrados.
Y ¿por qué hay que prohibir determinadas conductas? Pues, indudablemente, porque salvo excepciones individuales concretas, el ser humano es egoísta per se. Busca su interés, su felicidad, y muchas veces a costa del interés de los demás. Y por otra parte, la convivencia hay que ordenarla, y ordenar entraña limitar. De ahí que, ontológicamente, prohibir no sea malo en sí mismo. Ahora bien, la madurez y calidad de una sociedad radica en el propio autocontrol de los ciudadanos y en su capacidad de autorregulación de su conducta, más allá de los mandatos existentes. Y eso es un tema de educación cívica que desgraciadamente no tiene mucha cabida en nuestras escuelas. Es bueno aprender Matemáticas, Geografía, Historia, Literatura, etc., pero es casi mejor aprender a comportarse con civismo, con educación y respeto a los demás. Si así fuera, las prohibiciones serían mucho menores. Otro tema de naturaleza muy distinta es prohibir determinados actos o conductas que van contra la ley. En tales casos estamos en presencia de un posible delito, y quien prohíbe no es el gobernante, sino la Constitución o la Ley, que es ontológicamente distinto.
No es que me apunte al lema de la revolución estudiantil del mayo francés de 1968, “prohibido prohibir”, pero sí lo haría a otro que añadiera “ por prohibir”.
Una variante de la prohibición es la de limitar la voluntad de los ciudadanos a base de “permisos”. Es casi peor que la prohibición, porque exige una actividad conducente a tener el permiso, cuesta dinero y fomenta o puede llevar a la corrupción de quien otorga el permiso, muchas veces discrecional. Si pensamos en nuestra vida diaria, en nuestros proyectos, en nuestras actividades y en el diario quehacer, comprobamos con agobio que para casi todo -menos para morirse- hay que pedir permiso. Y por lo general si la Autoridad no contesta de modo explícito, el permiso se entiende negado. Es lo que se denomina el silencio negativo.
Por todo ello, sería muy beneficioso para el buen vivir de los ciudadanos que, sobre todo a nivel municipal, se mediten bien las prohibiciones y se resistan los responsables a la droga de la prohibición, sobre todo cuando es caprichosa o insensata. Y desde luego habría que hacer una poda generosa del aquelarre de permisos que condicionan nuestra existencia diaria. Hay que tener más fe en el sentido cívico de las personas y ser algo más liberales. Sería un respiro para todos.