El peor enemigo del gobierno de Alexis Tsipras no son las instituciones de Bruselas ni el gobierno de Berlín. Los de Syriza se enfrentan sobre todo a su propia incapacidad para entender y gestionar una situación económica y social compleja y cada vez más comprometida.
Ya nadie duda que el gabinete heleno carece de suficiente competencia para hilvanar un discurso europeo alternativo al que el resto de sus socios puedan responder. El pacto al que se llegó in extremis el pasado 20 de febrero es puesto en cuestión a diario desde Atenas con medidas improvisadas, no consultadas con Bruselas y que tienen como hilo conductor subir el gasto. Estas tácticas dirigidas a deshilachar a diario cual Penélope la prórroga del segundo rescate se vuelven contra ellos.
Grecia solo puede sobrevivir al caos con un acuerdo de asistencia financiera externa condicionado a la puesta en marcha de reformas. Pero esta verdad evidente es negada por su ejecutivo, como un niño que se tapa los ojos para que no lo vean. A finales de 2014, después de una financiación masiva europea y algunas medidas y reformas con un alto coste social, el país había empezado a remontar y arrojaba los primeros resultados económicos positivos. Con la llegada al poder de Syriza, no solo se han perdido dos meses preciosos, se ha dado marcha atrás y la confianza se ha derrumbado.
En el margen del Consejo Europeo de estos días, Tsipras maniobra para que Angela Merkle, François Hollande y los presidentes de las instituciones le ofrezcan financiación y tiempo a cambio de nada. Cualquier promesa de ayuda pasa por el cumplimiento de los acuerdos y la interlocución ordinaria con la Comisión y el Eurogrupo. Es algo que el lunes próximo la canciller reiterará al primer ministro griego en su visita a Berlín. Merkel es una maestra en la gestión de crisis a corto plazo, pero, por si acaso, sus asesores económicos repasan la carpeta que analiza los costes y los planes para la primera salida ordenada del euro de un Estado miembro.