LAS SIRENAS DE CHIPRE
Las alarmas que han sonado desde la lejana Chipre son demasiado ruidosas como para no sacar lecciones, por más que su peso sea el de un mini Estado partido en dos. En la cuarta crisis bancaria, tras las de Grecia, Irlanda y España, la gobernanza europea se muestra fatigada. Seguir tres años más tarde sin diseño institucional digno de llamarse gobierno económico del euro, supone jugar a una arriesgada ruleta.
El carrusel de llamadas, reuniones entre los ministros de economía y las pujas de medidas al alza o a la baja indican algo así como que se hubiera perdido el miedo a rozar el ridículo en público. El método de asambleas improvisadas y los malos modos entre países acreedores y deudores lo asemejan más a una plataforma popular de perjudicados por la crisis económica que a representantes políticos cuya razón de ser es no añadir leña al fuego.
El problema no es sólo la ausencia de liderazgo en Bruselas o las torpezas concretas de unos y otros, sino el contexto informal en el que aún se toman decisiones para gestionar y rediseñar la moneda común. Es cierto que el euro vive momentos excepcionales. Pero ha pasado tiempo suficiente para lograr un buen funcionamiento de las instituciones, con una Comisión que utilice su alto nivel técnico y su conexión con los problemas del día a día para proponer medidas ejecutivas.
El otro factor de alarma es la negativa de los países acreedores a transferir poderes y recursos suficientes al nivel europeo para abordar con decisión los problemas que acechan al euro y a la Unión Monetaria. Mientras se trate de los rebeldes estados del sur, el mandato implícito es que cada palo aguante su vela.
Pero, ¿qué nos aguarda cuando quien entre en la UCI sea un fundador como Francia? La entrevista de París de Rajoy con Hollande dejó un comunicado conjunto a medias entre el recordatorio y las lamentaciones propias de estos días de Semana Santa.