ÁNGELA MERKEL, SOLA
Cuando se escriba la historia europea en estos años de crisis, habrá que explicar dos corrimientos de tierras impresionantes en la geología de la UE. Por un lado, la Comisión y el Parlamento han cedido poder de forma drástica a los Consejos Europeos y al Consejo de Ministros. Europa es hoy más intergubernamental y esconde avergonzada sus rasgos federales: el derecho, la toma de decisiones por mayoría o la expansión continuada de competencias. Pero, por otro lado, el sistema de Consejos ha quedado subordinado a la voluntad de Alemania. No es solo por razón de tamaño y de potencia económica. Sin que su estilo de ejercer el poder despierte entusiasmos. Ángela Merkel ha emergido como la única líder europea. Frente a una Francia dócil en temas europeos, una Italia convulsa, un Reino Unido dubitativo y una España desaparecida hasta hace tres meses, la canciller ha estado siempre dispuesta a enderezar el tsunami financiero y sus tremendos efectos destructivos. Su apuesta por la austeridad, el presupuesto equilibrado, sin importar la contracción de la actividad y el consumo, podrá funcionar o no, pero a estas alturas su liderazgo es indiscutible. Esta traslación del centro de gravedad de Bruselas a Berlín tiene ventajas y riesgos para la Unión. La gran esperanza es que el apoderamiento alemán dé resultados positivos para el conjunto de la eurozona. El peligro es que la universalización del imperativo de austeridad germano ahonde la recesión de los miembros no exportadores y rebroote el resentimiento nacional y la frustración popular hacia tan severo diktat. Una vez tengan lugar las elecciones francesas y el gobierno de Mariano Rajoy obtenga un aval europeo menos titubeante, habrá llegado la ocasión de avanzar hacia una gobernanza más plural de la Unión. Será el momento de Italia y España, a condición de que Mario Monti evite el regreso de su país al eterno bucle de la inestabilidad política.