SIRIA NO, EGIPTO SÍ
Nadie sabe todavía si Egipto será la gran historia de éxito de las primaveras árabes o su principal fracaso. La situación política es confusa y fluida. Desde que el año pasado la pirámide militar de Mubarak, Sadat y Naser comenzó a desmoronarse, la gran nación del Nilo ha dado pasos de resonancia mundial hacia su libertad. Los niveles de violencia han sido bajos y no ha aparecido el terrorismo. Nada apunta a la guerra civil de Siria. Los observadores occidentales avecindados en El Cairo coinciden en que la transición del país árabe pende del único gran pacto posible entre la incógnita de los Hermanos Musulmanes, sólidos ganadores de las recientes elecciones legislativas, y el Ejército, todavía bajo la influencia de los EEUU, garantes del orden. Ambos tienen mucho que ganar y que perder en este juego de poder. Los dos candidatos favoritos en las elecciones presidenciales de mayo son moderados y podrían facilitar el entendimiento. Una decisión crucial tomada, por el parlamento en su estreno es permitir que la nueva constitución la redacte un órgano mixto, compuesto tanto por miembros de la cámara como por representantes de distintas minorías en el país. Dos asuntos esenciales para medir el progreso político serán el grado de vigencia de la libertad de religión y de la libertad frente a la religión (no hay una sin la otra) y de igualdad entre el hombre y la mujer, amenazada por los islamistas. La economía de Egipto se sostiene en el trabajo de muchas mujeres y, al menos, las profesionales urbanas están dispuestas a una resistencia activa. El mismo día de nuestra Pepa, un historiador hablaban en el Instituto Cervantes cairota ante una nutrida audiencia de esa primera constitución española. José Várela Ortega quiso alertarles en su lección que las constituciones duraderas no son fruto de unas elecciones sino de grandes acuerdos, guiados por un ánimo de conciliación y consenso.