¿UN GRITO DE SILENCIO CONTRA LA INJUSTICIA?
¿El 15 M? No se sostiene. Más que nada porque no se ha dado todavía con esa nota sostenida en la partitura de nuestra época. Por eso, ya ni siquiera es un grito y, mucho menos, silencioso, es decir, pacífico, discreto, respetuoso y -sin avasallar, ni conculcar los derechos de nadie- también contundente. Ese pretendido grito silencioso, que nunca ha sido, se está revelando más bien como un alarido patético que, como mucho, confunde. En el mejor de los casos, estremece y, en el peor, exaspera e indigna de veras. Porque algo así de ficticio, innecesario, exhibicionista, estrambótico y mugriento no mueve a la reflexión colectiva y compasiva, sino más bien a la ofensa casi irreconciliable. Pues es, a todas luces -y en plena plaza pública-, una farsa picaresca, en el fondo y en la forma, jocosa y despectiva, como una especie de corte de mangas sostenido hacia el respetable público de la ciudad. Y esa burla acabará por dar la cara, como presión enquistada que es, con un fin inconfesable y claramente violento.
Hay quien sostiene que los famosos indignados -que no se van a ir ni con lejía- son, en realidad, víctimas de la propia violencia de los políticos, del sistema en general y del PP, en particular. Porque, ya se sabe, la derecha está aliada con el capital y eso es lo más peor..., sin embargo, los del PSOE, aunque tengan pisos y pisos, y algunos hasta debilidad por los áticos de lujo, e incluso hayan llegado a gobernar el desgobierno de los últimos siete años, no tienen nada que ver con el cochino dinero que, al parecer, para ellos es siempre indecoroso cuando lo tienen otros. Quien así piensa, en realidad está legitimando a los usurpadores del suelo público, aunque justo por ser público lo es de todos y no lo es más de ninguno, sin que tampoco pueda afirmarse que no sea de nadie (como, sin embargo, pensaba del dinero público una ilustre ministra del grupo político del Gobierno actual, muy significativamente, por cierto). Pues, en definitiva, posiblemente sin saberlo, quien así piensa aplica erróneamente y fuera de contexto aquel aforismo de que, es lícito repeler a la violencia con la violencia. Pero, en tal caso, ello exigiría una respuesta proporcionada y una razonable adecuación del medio al fin, que no generase nuevas situaciones irregulares e injustas, como las ya derivadas de la injustificada ocupación indignada del dominio público por la sola fuerza de los hechos (con violencia, por tanto), en perjuicio de los ciudadanos en general, de los comerciantes en particular y del buen nombre de España y de los españoles, para más señas. Lo contrario sería -y ya lo es en cierta medida- la ley de la selva, yo llegué primero... Se vendría abajo cualquier sistema jurídico-político de convivencia social. Pero, ¿no es eso lo que quiere esta gente que vegeta acampada y hace prácticas democráticas a la caída del sol, en las plazas públicas de nuestras ciudades? ¿Qué está pasando, aquí quién manda? Porque cada pueblo merece su alcalde...
¿Qué hay detrás del circo del 15 M? A mi juicio, en primer lugar, en el mejor de los casos, gente inoportuna que sin encomendarse a Dios ni al diablo se ha echado a la calle, convocada por no se sabe quién y que, encima, carece de vergüenza torera como para reconocer su error, desconociendo además las más elementales reglas del juego, relativas al derecho de reunión y sus límites, en concreto, en las elecciones generales de una democracia parlamentaria (eso habría que enseñar, entre otras cosas útiles, a los alumnos de Educación para la Ciudadanía, en vez de manipular conciencias). Y en lugar de reconocer que han sido utilizados, dando alas a unos personajes carentes de legitimidad democrática alguna, persisten en su matraca teóricamente comprometida con la mejor nada. Y ojo, que algunos periodistas están atribuyendo falsamente a eso que llaman movimiento una serie de ideas que venimos defendiendo muchos, de muchas maneras, en público y en privado, sin identificamos para nada con los indignados. Están cayendo en la trampa de vender buena fe indignada, supuestamente descubierta por los acampados, de modo que si vale no será porque la buena fe es buena y se percibe sin necesidad de etiquetas a diestra o siniestra, sino porque lo dicen los indignados, aliados de los que mandan porque son consentidos por ellos, y enemigos de los ganadores de unas elecciones que han querido boicotear, también en las tomas de posesión...
Y ello nos lleva ya a la segunda clave de la ocupación ilegal del dominio público local. Sin atreverme a afirmar que desde el Gobierno se haya puesto en movimiento a los indignados, lo que sí es evidente es que no sólo no quieren desalojarlos -pues ha habido muchos momentos, como ahora mismo, en que no habría sido peligroso para nadie-, sino que les están legitimando y pretenden utilizarles de interlocutores. Por eso, el descontento de los indignados no va contra el Gobierno directamente, porque se trata de puentear a la oposición, imputándole en exclusiva los vicios del sistema de los que el propio PSOE es mucho más responsable. Y éste, al mismo tiempo, denigra a la oposición con demagogias tales como un supuesto programa oculto, o que no arriman el hombro, o que son antipatriotas (ellos, que no exigen que se reponga el retrato del Rey en el Ayuntamiento de San Sebastián...). Así, fácilmente los de las rastas serán la nueva punta de lanza del PSOE, que podrá estar en la oposición parlamentaria y en la agitación social, a la vez, frente a las medidas difíciles que deba adoptar un gobierno digno. Eso es lo que saben hacer... ¡Y quedarse con el dinero de todos! Sería importante para la paz social exigir, antes de las elecciones generales, que la Policía Nacional coopere con las policías locales en la recuperación de oficio de las plazas públicas.