LOS CAMINOS DE LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA
Vivimos en España en un régimen democrático, con una Constitución democrática, pero todavía es necesario un gran esfuerzo pedagógico y de ejemplo moral, para que nuestras vivencias y nuestros comportamientos se acompasen con nuestras instituciones. Es malo si nuestro país no supera ser un conjunto de seres racionales unidos principalmente por la fuerza de la coacción jurídica. La virtud nos convertirá en convencidos de los valores y de las reglas de juego de la democracia y la coacción sería sustituida por el consenso.
Una simple mirada a nuestro alrededor nos convence pronto de que aún estamos lejos de ese paradigma donde seríamos autónomos sin arrogancia y sometidos a la ley sin rebajarnos.
Cuando nos sometemos aun mayoritariamente por el temor a la sanción, nuestra dignidad sufre y se rebaja, cuando desde el consenso aceptamos las reglas jurídicas por convicción y nos sometemos al derecho que tienen nuestros semejantes reconocidos como gobernantes a mandar, nos elevamos y nos dignificamos como seres esclarecidos. Si el ideal de los individuos es la virtud y la capacidad de autodeterminación, el ideal de los pueblos son los valores de la ética pública procedimental y material de los valores, los principios y los derechos. La concurrencia viva de esas capacidades individuales y colectivas hacen a los pueblos grandes y a las democracias auténticas y humanas.
El contraste con la observación de la realidad es aún importante. En nuestro país, y seguro que no es una excepción, el egoísmo, la preocupación sólo por cada uno, por sus intereses y por su crecimiento individual o familiar es un panorama repetido y frecuente. La virtud se difumina entre ese escenario de amor propio y de escasez de amor ajeno. Pretender con esos mimbres una democracia viva es creer en lo imposible. Las estructuras democráticas que no sirven al interés general, sino a muchos intereses privados, no están volcadas al servicio del bien común. Por eso la corrupción es más frecuente de lo normal y encontramos muchas conductas desviadas de los paradigmas normales de comportamiento. Por eso encontramos violencia irracional, daños a las personas y a las cosas, engaño, simulaciones, petulancia, arrogancia y suficiencia estúpida en muchos comportamientos sociales. La desmesura, la falta de medida, la exageración y la prepotencia son frecuentes en escenarios pensados para la moderación y la comunicación intersubjetiva. Vemos cómo muchos comportamientos se desarrollan sin rumbo y sin objetivo racional y se hunden sin convicciones firmes y sin metas a realizar.
La mayoría de los ciudadanos, moderados, sensatos, conideas y creencias fuertes, virtuosos y buscando una convivencia sana y abierta con sus semejantes, a los que reconocen la misma dignidad que ellos se otorgan, contemplan con estupor, con desconcierto y con desánimo el deterioro de la democracia que recibieron con esperanza para acabar con 40 años de oscuridad con el franquismo y que se asentó con firmeza descartando a revanchistas y a golpista y estableciendo unas reglas de juego y unos criterios estables de ética pública con la Constitución de 1978.
Hoy sólo el peligro separatista ha permitido una luz de esperanza en el País Vasco, con una colaboración entre el PSOE y el PP que ha hecho posible el nombramiento de un lehendakari socialista como Patxi López. ¡Ojalá sea el primer paso de soluciones constructivas y estables en toda España!
Sin embargo, al menos a corto plazo, las malas formas y las dificultades para iluminar las cosas de bien común y de interés general que deberían conducir a pactos de Estado están a la orden del día y marcan a la política cotidiana y a la acción de Gobierno y de oposición. Los reproches, las acusaciones, las descalificaciones, los insultos incluso, aparecen diariamente en los medios de comunicación desde los dos grandes partidos y también desde los demás con incontinencia irremediable. Falta grandeza, pasión pública, desinterés por objetivos propios, y necesitamos una sacudida, una llamada sensata para momentos de crisis. A largo plazo, esa renovación tiene que venir de la educación y del esfuerzo de ideas como las de ciudadanía, derechos humanos, parlamentarismo, protección a la conciencia individual, lucha contra la pobreza. El numantino rechazo de la Iglesia y de la derecha más dura e intransigente a la asignatura Educación para la Ciudadanía y Derechos Humanos es un signo de que siguen participando del ¡vivan las caenas! de la España zaragatera y triste, "devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma inquieta", que describió Antonio Machado en los albores del siglo XX.
A corto plazo es necesaria una catarsis de grandeza, de autocrítica y de sentido de la responsabilidad de nuestros políticos y de nuestros dirigentes sociales. El pluralismo político es esencial en democracia, así como el juego de los dos grandes partidos mayoritarios. Todos, y especialmente estos últimos, deben hacer una reflexión e iniciar una regeneración. Ésta supone, al menos, excluir a los indeseables, a los corruptos, abandonando la vergonzosa defensa que hacen de ellos, desplazar a los intransigentes, a los defensores de las tesis de los enemigos sustanciales y a los incapaces de algunos acuerdos de abrir caminos al diálogo y al consenso en los grandes temas de Estado y de interés común para todos los ciudadanos, desde una común idea de España y de la defensa y promoción de nuestra democracia. También deben ser apartados los que son ciegos para el bien común y lúcidos y expertos sólo en el interés propio. En definitiva, necesitamos políticos virtuosos que crean en España y en la virtud de nuestros ciudadanos. Los hay dirigiendo los grandes partidos, pero necesitamos más porque si la terapia se aplica con rigor, deberán quedar diezmados y reconocer ausencias terapéuticas deseables. También necesitamos ciudadanos virtuosos. En una consumación de las medidas educativas y regeneradoras a largo plazo, y en la limpieza a fondo en el corto plazo está el camino para salir del atolladero porque la democracia o es moral o no es democracia.