¡PELIGRO: NEOCONSTITUCIONALISMO!
Los españoles, por mor de la propaganda que emana del mundo gubernamental, estamos adquiriendo la peligrosa costumbre de importar ideas alejadas de la sindéresis y de la mesura, pues ¿qué es la plurinacionalidad, aplicada a una España que ha tejido su destino histórico entre espadas, letras y milagros, sino un ejemplo de esta tendencia?
Por eso es de extrema importancia conocer lo que se ventila por esos mundos. Tal es el caso del “neoconstitucionalismo”, que se está engendrando en paritorios cercanos porque en ellos se trafica en nuestro propio idioma y que tan bien nos explica Santiago Muñoz Machado en De la democracia en Hispanoamérica (Taurus, 2025), un libro, con vitola tocqueviliana, rico, sugerente y ameno.
Y es que en varias de aquellas Repúblicas se ha dado el salto, en pocos años, desde el constitucionalismo liberal, propio del siglo XIX, a estas nuevas manifestaciones de la prosa constitucional, caracterizadas por contener una especie de “panacea con la que se espera un arreglo final de todos los males políticos y sociales que está padeciendo Latinoamérica”.
El punto de partida, coinciden los especialistas, hay que situarlo en la Constitución colombiana de 1991, seguida luego por las de Venezuela, Ecuador y Bolivia, aunque existen precedentes lejanos en los textos guatemalteco, paraguayo y peruano.
Así, en Colombia se reconoció el “pluralismo político, regional, cultural y étnico” de la sociedad, lo que lleva a respetar, junto a la lengua castellana, “las indígenas, cuyos hablantes pueden ser gobernados por sus propias autoridades, según sus usos y costumbres”. ¿Qué hubiera dicho Andrés Bello? A él se deben las siguientes palabras: “Demos carta de nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante neologismo y nuestra América reproducirá dentro de poco la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónico de la Edad Media, y diez pueblos perderán uno de los vínculos más poderosos de fraternidad, uno de sus más preciados instrumentos de correspondencia y comercio”.
Los más expresivos “paradigmas” del nuevo constitucionalismo se hallan alojados en las Repúblicas de Venezuela (1999), Ecuador (2008) y Bolivia (2009).
Son textos extremadamente largos y, por tanto, ajenos a esa conocida advertencia hecha por tantos expertos del pasado: una Constitución es tanto más débil, cuanto más se escribe en ella. Lo cierto es que, para la Constitución venezolana de 1999 (350 artículos), su fin supremo es “refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado”.
En el caso de Ecuador, con 444 artículos, su preámbulo invoca la importancia de los pueblos y las culturas indígenas, empezando por celebrar la Pachamama, de la que los humanos son parte y que es vital para su existencia. La Pachamama viene de algunos idiomas indígenas y significa la “Madre Tierra”, sustento de la vida, la fertilidad y de los recursos naturales. Apela asimismo a las culturas de toda clase e invoca a la integración latinoamericana como “una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el Buen Vivir, el Sumak Kawsay”.
Un buen pescozón al individualismo consumista propio del decrépito modelo occidental.
En Bolivia (408 artículos) se proclama un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, autonómico y descentralizado, independiente, soberano, democrático e intercultural”. La libre determinación en el marco del Estado se reconoce a los pueblos indígenas originarios y a las comunidades campesinas y afrobolivianas. Y el artículo 8 señala que “el Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa, suma qamaña, ñandereko, teko kavi, ivi maraei y qhapaj ñan”, expresiones propias de los idiomas originarios y que se traducen como “no seas flojo”, “no seas mentiroso”, “camino o vida noble”, “vida armoniosa”...
Lo alarmante es constatar que estas novedades neoconstitucionales cuentan con sus apologetas, es decir, estudiosos que predican los beneficios que los ciudadanos de aquellas Repúblicas van a obtener de tales bienaventurados textos.
Entre ellos se encuentran “profesores españoles que, al parecer, han desempeñado tareas de asesoramiento en su preparación”. Cita Muñoz Machado al efecto un artículo del diario El País (17 de junio de 2014) titulado “Asesores constituyentes. Juristas y politólogos españoles colaboraron con el Ejecutivo bolivariano de Venezuela”. Entre tales especialistas sobresale el nombre de Juan Carlos Monedero, conocido por su protagonismo en estos últimos años en la política española.
De ahí la importancia de alertar acerca de lo que se nos viene encima si se siguen configurando en España mayorías de gobierno con grupos políticos cuyos inspiradores ideológicos han extraído de la Madre Tierra o Pachamama tales preseas intelectuales.
Naturalmente, frente a los apologetas se hallan los críticos. Entre los que destaca Allan Randolph Brewer Carias, un respetado profesor con audiencia en Latinoamérica, en España y en buena parte de Europa. Brewer enseñó en la Universidad de Caracas y actualmente vive como exiliado en Nueva York, donde también ejerce la docencia.
Brewer, bien curtido en las batallas dialécticas, no se amilana con la pluma. Destaca como pecado original que “la Asamblea Constituyente que se eligió era muy poco representativa, muy poco deliberativa y muy poco participativa, habiendo quedado integrada por una abrumadora mayoría que respaldaba al presidente Chávez, quien la convocó a su manera: solo cuatro miembros llegaron a formar la minoría opositora en la misma”. Y subraya “la confusión entre las buenas intenciones y los derechos constitucionales y el engaño que deriva de la imposibilidad de satisfacer algunos derechos sociales” (entre los más destacados, los derechos a la vivienda y a la salud).
Los adjetivos que maneja son poco piadosos: autoritarismo, paternalismo estatal, populismo y estatismo insolvente.
Pero hay más en su alegato, siempre estribado en el solvente razonamiento jurídico. De ahí sus afirmaciones acerca de la consolidación del centralismo estatal - abortando un proceso descentralizador que se había puesto en marcha en 1989- y el partidismo, al reiterar el sistema electoral de representación proporcional como el único de rango constitucional, lo que asegura el monopolio de la representatividad a los partidos políticos y sus agentes.
Consagra además un “presidencialismo exacerbado” implantando un sistema de gobiernos elegidos con una minoría de votos, “lo cual hace imposible la gobernación”.
Por su parte, la separación de poderes está “desbalanceada” con la incorporación a la escena de dos nuevos poderes de rango constitucional: el poder ciudadano que abarca al Ministerio Público, el Defensor del Pueblo y la Contraloría General de la República, y el poder electoral, confiado al Consejo Nacional Electoral. La Constitución permite a la Asamblea Nacional remover de sus cargos al Fiscal General y otros de tipo representativo pero, sobre todo ¡a los magistrados del Tribunal Supremo!
En fin, Brewer sostiene que se pusieron los cimientos para la consolidación del militarismo, pues las Fuerzas Armadas han ganado poder y relevancia.
La supremacía de la Constitución, establecida en el texto, queda desfigurada porque, para su efectividad, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo tendría que estar integrada por juristas cualificados y probos “que gozaran de independencia y autonomía, pues, de lo contrario, si está sujeta a la voluntad del poder, en lugar de ser guardián de la Constitución se convierte en el instrumento más atroz para su destrucción”. Que es lo que ha ocurrido al “legitimar un Estado autoritario, mutando la Constitución ilegítima y fraudulentamente, usurpando las potestades del poder constituyente originario”.
Diagnóstico terrible, que incorpora temores que suenan en nuestro medio pues en él ya hay algunas lanzas que se están arrojando contra el costado de nuestro cuerpo constitucional.
Obligado es pues combatir los temores y las lanzadas, y hacerlo con este símbolo de la libertad, de la sencillez y de la transparencia que es la pluma.
La mía, al glosar la obra de Muñoz Machado, a este fin se dirige.