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Manual de supervivencia trasatlántica; por Alessia Putin Ghidini, doctora en Derecho, abogada y profesora

04/08/2025
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El día 4 de agosto de 2025, se ha publicado en el diario El Mundo, un artículo de Alessia Putin Ghidini en el cual la autora opina que una lectura pausada del acuerdo comercial entre Europa y Estados Unidos indica que la presidenta de la Comisión ha logrado negociar un pacto más benigno que el aplicado por Washington a otras regiones del planeta.

MANUAL DE SUPERVIVENCIA TRASATLÁNTICA

El acuerdo comercial entre la Unión Europea y Estados Unidos anunciado esta semana pasada nos ha ofrecido una nueva dosis de polarización a la carta. Por un lado, palabras gruesas: humillación, rendición, vasallaje, sumisión. Por el otro, funambulistas tradicionalmente defensores del libre mercado intentando justificar algo tan contrario al liberalismo económico como un arancel. Paradójicamente, Trump, enarbolando la bandera proteccionista, es, en sí mismo, la nueva mayor fábrica de liberales económicos del mundo. Los otrora defensores a ultranza de la intervención del mercado, de los impuestos, de las barreras de entrada, del control estatal y de las regulaciones se han convertido, de la noche a la mañana, en los nuevos paladines del libre comercio. Bienvenidos sean.

Pero hay algo en lo que los dos espectros ideológicos siempre están alineados. No existe semana sin motivo para cargar contra todo lo que hace la Unión Europea para dejar claro, una vez más, lo poco orgullosos que estamos de pertenecer a nuestro Welfare Club a pesar de todas las ventajas de las que disfrutamos gracias a nuestra membresía. Sorprende que, sin ni tan siquiera conocer los detalles, muchos analistas se hayan lanzado a desacreditar ya un acuerdo del que conocemos solo el marco genérico, y del que nos faltan los detalles y la letra pequeña, lugar donde suelen estar la mayoría de las respuestas. Pero, como es habitual en nuestro mundo de pensamiento binario, cuesta entender que los matices y las escalas de grises dominan realidades tan complejas como un macroacuerdo que implica, al unísono, empresas, sectores, individuos, administraciones, normativas, regulaciones, ventajas y desventajas comparativas. En el gran teatro del comercio global no siempre gana quien triunfa, sino quien pierde un poco menos que los demás. Y, con ese listón, hay incluso espacio para un matiz de optimismo pragmático.

Una lectura más pausada, fuera de los marcos ideológicos preestablecidos y del ruido mediático, nos indica que la presidenta de la Comisión ha logrado negociar para Europa un acuerdo más benigno que el aplicado por Washington a otras regiones del planeta. Si esto se confirma, la “posición relativa” europea no habría salido tan mal parada; de hecho, en la peculiar liga internacional de las desventajas comparadas, la UE podría incluso presumir tímidamente de una mejora. Veamos los motivos.

En primer lugar, para algunos productos agroalimentarios y otros sectores estratégicos se han eliminado totalmente los aranceles: aeronaves y sus componentes, productos químicos, medicamentos genéricos, equipos de fabricación de semiconductores, productos agrícolas, recursos naturales y materias primas críticas. Se espera que esta lista pueda ampliarse en futuras negociaciones.

En segundo lugar, muchos de los productos europeos que exportamos no tienen competencia interna en EEUU, por lo tanto, si productos iguales son fabricados en terceros países con aranceles mayores a los de la UE, los países miembros tienen ventaja respecto a los demás.

En tercer lugar, hay productos europeos como los bienes de lujo o alta gama (moda, gourmet, etc.) dirigidos a un público dispuesto a absorber la subida que implica el arancel.

En cuarto lugar, hay numerosas empresas europeas con filiales en EEUU que están empezando a producir más en sus sedes norteamericanas para saltarse los aranceles con gran beneficio tanto para ellos como para la economía local.

En quinto lugar, una parte del acuerdo implica que la UE levante las muy costosas barreras internas y trabas no arancelarias, algo que ya Draghi solicitaba en su informe sobre competitividad para aliviar la kafkiana burocracia comunitaria. ¿Podría esto atraer a empresas estadounidenses a instalarse en Europa y al mismo tiempo reducir los costes de producción europeos? Sería una buena noticia para todos.

Finalmente, la posibilidad de quitarle cuota de mercado a Rusia en la venta de gas nos permitiría, por fin, dejar de financiar la invasión de Ucrania de manera tan hipócrita como hasta ahora.

Pero el análisis DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades) no encaja con el relato machacón y cansino de que la UE siempre se equivoca, siempre se arrodilla y siempre cede.

Si entendemos la geoeconomía como un juego de suma cero (cuando yo gano, tu pierdes) y no como un campo extremadamente sofisticado en el que una infinidad de factores se superponen, será difícil analizar racionalmente un acuerdo lleno de matices y tremendamente complejo.

En la teoría recogida por el ex ministro y profesor griego Yanis Varoufakis en el libro El Minotauro Global, la UE fue instrumentalmente creada por EEUU para venderle sus productos tras la Segunda Guerra Mundial gracias a las grandes dosis de anabolizantes del Plan Marshall.

Lo mismo se hizo con Japón durante su reconstrucción tras la ocupación.

El objetivo consistía en crear, hacia el este y el oeste, dos mercados lo suficientemente fuertes para comerciar masivamente, amparados tras la retórica de la libertad y la prosperidad que ofrecen las democracias liberales.

Vistos los resultados en términos de desarrollo de las últimas décadas, el supuesto experimento americano resultó ser todo un éxito. Millones de ciudadanos viviendo en estados de bienestar con derechos humanos y civiles garantizados por ley.

Volviendo a nuestros días, no es casualidad que EEUU acabe de firmar un acuerdo muy similar al de la UE con Japón.

Por lo tanto, llegados a este punto, la duda es legítima.

¿Y si Trump estuviese sencillamente intentando reequilibrar el tablero comercial mundial, inclinado radicalmente hacía el Pacífico en las últimas dos décadas para restablecer un flujo más nivelado en los dos océanos y quitarle mercado a China?

Quizás lo que más nos moleste a los que no somos admiradores de Trump sea no entender sus verdaderas intenciones, ni sus burdas formas maximalistas de negociar ni su mala costumbre de cambiar al improviso de opinión.

Trump, como buen populista, ha basado su discurso político en el victimismo: “La Unión Europea y los miembros de la OTAN llevan aprovechándose décadas de EEUU, y tenemos que resarcirnos”. Este es el mensaje exitoso que ha calado en sus votantes. Y es por ello por lo que la Alianza Atlántica arrastra heridas profundas. Washington, como un Saturno desbordado de pragmatismo, nos recuerda una y otra vez que ha financiado casi en solitario el escudo de la OTAN, costándole no sólo sangre y recursos, sino la legitimidad de un liderazgo global discutido en casa. Trump no es sino el último y más grosero recitador de una admonición prolongada desde Eisenhower.

Pero ¿cómo saldar tal deuda en un momento en que nuestras economías todavía arrastran las secuelas de la crisis financiera, la pandemia y la inflación de guerra? ¿Cómo reequilibrar el tablero económico cuando la vieja supremacía atlántica se disuelve bajo el empuje asiático, los sueños industriales de India y la inestabilidad en África?

En El rearme occidental, propongo una serie de medidas que apelan a la recuperación de la autoestima política y estratégica de Occidente en general y de Europa en particular. Las reformas urgentes e ineludibles para superar los efectos negativos de la tríada oscura del populismo (victimismo, decrecimiento y concienciación punitiva) son las siguientes.

Soberanía energética: Apostar por la energía nuclear, los sistemas de waste to energy y waste to hydrogen, diversificar fuentes y construir infraestructuras comunes, es una cuestión de supervivencia y competitividad.

Reindustrialización estratégica y autonomía relativa: Europa debe recuperar músculo productivo para dejar de depender industrialmente de otros. Esto exige inversiones en sectores críticos, innovación tecnológica y una política industrial común capaz de competir con los gigantes asiáticos. Alemania debe dejar de ser un impedimento en este sentido y parece que, por fin, lo ha entendido.

Mercado único de capitales: ¿Tiene sentido en un entorno global mantener las diminutas (en comparación con el resto) Ibex35, Piazza Affari u otras bolsas nacionales europeas? ¿No tendría más sentido una bolsa europea de un tamaño lo suficientemente grande para competir con Wall Street, el Nasdaq y las bolsas orientales? Actualmente nuestros ahorros se van en gran medida a carteras estadounidenses en vez de financiar realidades europeas. La UE debe avanzar en la integración financiera, atraer capital internacional y crear incentivos para la innovación, el emprendimiento y el desarrollo digital.

Una defensa común europea y compromiso con la OTAN: La paz cuesta dinero y voluntad. Ha llegado la hora de que Europa asuma su parte, invierta en capacidades propias y suba la apuesta en ciberseguridad, inteligencia y defensa espacial. Solo así podremos negociar de tú a tú con Washington, y dejar de ser flanco débil bajo el paraguas ajeno.

Reforma política e institucional de la UE: Europa necesita una toma de decisiones ágil, una voz común en la escena global y un liderazgo democráticamente legitimado para negociar un nuevo contrato social transatlántico y reequilibrar la globalización. Los ciudadanos debemos poder votar al “Presidente de Europa” y elegir aquellos dirigentes que consideremos más capacitados para liderarnos. Un Gran Condottiero que conozca la complejidad del entramado comunitario y sus instituciones. Si el 80% de nuestra legislación viene de Bruselas, es legítimo que votemos algo más que su limitado (en términos de poder) Parlamento.

Recuperar el “efecto Bruselas” y reducir la burocracia: Europa no puede ganar la carrera de la fuerza bruta, pero sí puede marcar las reglas, exportar estándares y hacer valer su poder regulador en medio de la fragmentación global. Al mismo tiempo, debe recuperar el espíritu del genuino orden liberal que potencie la empresa privada sin estigmatizarla ni ahogarla fiscalmente, para dinamizar nuestras economías racionalizando los excesos regulatorios.

En 2016 estuvimos a punto de firmar el TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership, o Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión), un acuerdo de libre comercio entre la UE y Estados Unidos. Ganó Trump y se interrumpieron las negociaciones. Biden tampoco las retomó. Aunque fue una gran ocasión perdida, Trump pasará, y el objetivo de la UE y de EEUU a futuro debería ser reeditarlo.

Quizás aspirar a un nuevo TTIP puede parecer utópico en este momento, pero no deberíamos renunciar a las metas últimas del orden liberal: más crecimiento económico y empleo, mayor competitividad global, refuerzo estratégico del bloque atlántico, liderazgo normativo mundial, y mayor estabilidad institucional frente a desafíos autoritarios.

Hasta ahora no hay evidencia histórica de que otro sistema haya proporcionado mejores resultados para millones de personas en términos de paz, abundancia y bienestar.

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