APOSTÓLICA SEDE VACANTE
Hoy la web del Vaticano se abre con la expresión: Apostolica Sedes Vacans. La sede permanecerá vacante hasta la elección del nuevo Pontífice y no digo hasta su ‘sucesor’, pues el elegido no sucederá a Francisco, sino a Pedro. Y por ello, se convertirá en el nuevo obispo de Roma que, siendo tal, será Papa.
Al Estado vaticano se le denomina Santa Sede. El Diccionario de la RAE define ‘sede’ como: “Asiento de un prelado”, y añade: “Jurisdicción y potestad del sumo pontífice”. Son sedes apostólicas las fundadas por alguno de los doce apóstoles. De la sede romana -por ser la de Pedro, al que Cristo confió la primacía (Mt 16,18)- manan todas las Iglesias.
Sede refiere, asimismo, ‘cátedra’ con el significado de silla. Cristo, como los Rabinos hebreos, se sentaba para predicar. ‘Catedral’ es pues la construcción que alberga la cátedra, desde la que los obispos predican. Y la ‘Cátedra de Pedro’ simboliza al Papado, cuya catedral no es la basílica de San Pedro, sino la de San Juan de Letrán, al ser la primera. Se construye en un terreno donado por el emperador Constantino al Papa en el siglo IV, después del Edicto de Milán, que reconoce la libertad de culto y termina con la persecución de los cristianos.
El pontificado de Francisco ha sido de 12 años, 1 mes y 9 días. Esta cronología se inscribirá debajo de su retrato -un mosaico policromado con fondo dorado- que, desde su elección puede verse en la basílica de San Pablo extramuros. Allí están representados todos los Papas, siendo Francisco el 265 sucesor de Pedro.
No era nada fácil convertirse en Papa, después de sus excepcionales predecesores. Juan Pablo II tuvo una inigualable ‘auctoritas’ mundial en el pasado siglo, condicionando parte de su historia, así en la caída del comunismo. Benedicto fue el más eminente teólogo de la historia del pontificado. A Francisco se le elogió, con frecuencia, en contraste con los dos anteriores. Y las comparaciones eran manifiestamente inconvenientes.
Fue el primer Papa jesuita; el primer latinoamericano; el primero que tomó el nombre de Francisco. En su carisma, a mi juicio, sobresale la atención a los países situados en lo que denominó “periferia”; la defensa de los más pobres; y la sensibilidad por la conservación del planeta. Quedan muchos retos. Entre ellos, destacaría la (re) evangelización de Europa, hoy convertida en un páramo espiritual.
Francisco muere como Papa. Cada Pontífice decide con Dios su permanencia en el ministerio petrino. Recuerdo, con tristeza, comentarios indecentes que abogaban por la renuncia de san Juan Pablo, al afirmar que sentían “angustia cuando se exhibe impúdicamente la imagen de un Papa disminuido”. En las últimas semanas, la debilidad de Francisco era también notoria. Una sociedad que exalta la plenitud física y el bienestar material no entiende el valor del sufrimiento. Juan Pablo y Francisco se vieron privados de voz en sus últimas apariciones públicas. En esta sociedad del ruido es complejo entender la elocuencia del silencio. Francisco tuvo oportunidad de desearnos ‘urbi et orbi’: ‘Buona Pasqua’. Él la ha celebrado ya en la casa del Padre.