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Tanto estudiar para olvidarlo todo; por Juan Antonio García Amado, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de León

30/05/2024
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El día 30 de mayo de 2024 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Juan Antonio García Amado en el cual el autor opina que nuestros Estados están siendo socavados de modo más sibilino y más efectivo que los golpes de estado violentos.

TANTO ESTUDIAR PARA OLVIDARLO TODO

La buena noticia es que ya no hay golpes de Estado violentos que terminen en abuso masivo y estatuas ecuestres. La novedad mala es que nuestros Estados están siendo socavados de modo más sibilino y más efectivo también. El ataque brutal contra la legalidad y los derechos provoca resistencia, pero la sutil y aviesa disolución de los fundamentos morales de una sociedad libre y de las estructuras de un Estado de libertades y derechos causa resignación y el pueblo lo toma como fatalidad irremediable. Es más fácil resistir la agresión de las fieras que la lenta labor de las termitas.

Los que peinamos canas nos creímos antaño que los intelectuales venían a ser los anticuerpos de las sociedades libres y que las democracias tenían en los académicos sus más fieles paladines. Craso error. Ahora mismo, si queremos escuchar discursos libres y expresiones de una moral genuina habremos de refugiarnos en los bares de algún barrio humilde o sentarnos en los parques de cualquier pueblo sencillo, en vez de frecuentar las cafeterías de campus universitarios, los centros culturales cuando se presentan libros o las puertas de teatros donde la intelectualidad con más posturas que lecturas acumula calderilla simbólica. Los cómplices y los silentes caminan de la mano sin hacerse preguntas y difunden proclamas a mayor gloria de los pastores, mientras todos se desmelenan al grito de que viene el lobo, que se acerca la ultraderecha, que peligran las libertades sostenibles, los derechos transversales y las éticas de la especie. Algo así como si las plañideras se hubieran cargado al muerto o como cuando el sicario besa la medallita de la Virgen para que le mantenga el pulso firme.

Quién le iba a decir a uno, en el tiempo aquel de la confianza, que ese maestro que lo inspiraba aguardaba su oportunidad para tornarse fanático, que aquel magistrado que teníamos por santo patrono de la mejor jurisprudencia acusaría un día de vendidos a los que siguen creyendo que el imperio de la ley está por encima del interés de cualquier capo con tupé, cómo habríamos podido imaginar que les crecerían los colmillos del sectarismo a los adalides de valores y principios, a los que tanto abominaban de las variadas injusticias y ejercen ahora de escuderos de analfabetos, mayordomos de abusadores, esbirros morales de quienes por leídos los desprecian y por sumisos los compadecen. Tanto nadar para morir en la orilla, tanto estudiar para olvidarlo todo, tanto hacerse los kantianos para terminar como mouriños de tercera, tanta lírica impostada para que por fin se note que su auténtico estimulante es el licor ideológico de garrafa. Como cuando aquel cabo austriaco en aquel otro país que se tenía por quintaesencia y santuario de la razón.

Habrá quien piense que de pronto profesores selectos, profesionales cultivados y esmerados moralistas se nos están viniendo abajo, que padecemos una epidemia de alienación o una infección de inconsecuencia. Creo que no, que la verdad es más triste: siempre fueron pequeños, mínimos, apocados, intrascendentes y pueriles, más allá de las fotos, más allá de los prólogos y de los ademanes, de los museos y las salas de conciertos, de las citas a pie de página. No han encogido ahora, solamente se sienten al fin desembarazados y se bajan de los zancos.

Se libran de los clásicos para abrazarse a cualquier pedáneo de imposible sintaxis; la ética dialógica, qué tiempos aquellos, levanta muros de silencio y teje enemigos para excluirlos de todo consenso, la lucha por la igualdad se ensaña con el que critica a la santa del santo y lo mejor y más refinado de su emotividad lo guardan los guardianes para compadecer al zascandil de sus entretelas por lo mucho que ha de sufrir ante ese pueblo villano que no lo quiere bastante, que no lo ama como ellos, quienes lo sueñan caudillo de las mil Españas por la gracia de sus gracias, porque su palmito y tal y porque si él nos faltara llegaría la extrema derecha y, ya puestos, prefiero que me siga pegando mi Manolo o que me humille mayormente uno de casa.

Ojalá estuviéramos hablando tan solo de lo inauténtico de tanto exquisito, de lo vacuo de semejantes vates, qué divertido si bastara con señalar que la seriedad era esperpento y la circunspección puro gesto del que se ejercitaba para rendido y para votante masoquista. Pero el mal es más serio, el daño está hecho y algo han tenido que ver estos mismos veleidosos cuando se aparentaban expertos y cosían doctrinas como el que siembra en secarrales.

El primer desarreglo lo tuvieron cuando lo que en las aulas y conferencias pontificaban se hizo caricatura o disfraz para incautos, cuando de la ética deontológica pasaron a un utilitarismo tribal. Abogaban por la universalidad de los grandes principios los que los tenían minúsculos y se querían más bien de bandas y bandos, predicaban los derechos humanos, pero de unos humanos más que de otros, se dolían de la discriminación de los extranjeros los mismos que tramaban ostracismos para sus connacionales y mayor represión para el que no se humillara.

Atorada su conciencia moral en la adolescencia, adiestrados para mirar con un solo ojo y no ver más colores que los de la propia bandera, llegó el turno del Derecho y los juristas más finos nos dijeron que bien está que la ley sea de todos, pues se hace en democracia, pero que al señor marqués habrá que reconocerle lo suyo y que para qué luchamos nosotros por los derechos del común si no han de pesar más los derechos de los nuestros. Fue cuando se tildó al buen juez de enemigo del Derecho y con la Constitución se hizo papel de cocina, cuando nos dijeron que el frío razonar de juristas imparciales debía ser reemplazado por el cálido valorar de los de nuestra grey y que para eso habrá que lograr antes que nada que los tribunales más altos sean afines. Como si un día descubriéramos que los niños de San Ildefonso andan trucando los bombos del sorteo de Navidad o que los cirujanos antes de operar preguntan de qué partido será el paciente, para adecuar el bisturí a la ideología.

El día de hoy, 30 de mayo de 2024, deberían conmemorarlo como el día de su apoteosis, del descenso a su estatura, como el día en que se miraron en el espejo, se desmaquillaron de lo que habían predicado y se gustaron así, domésticos, acezantes y a la espera de renovadas y más sorprendentes consignas. Qué buenos vasallos y cuán merecido su señor (o su señora). Como cuando Franco, pero hablando inglés y con más gimnasio.

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