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¿Qué está en juego en las autonómicas gallegas?; por Roberto L. Blanco Valdés, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela

11/01/2024
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El día 11 de diciembre de 2024 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Roberto L. Blanco Valdés en el cual el autor opina que el nacionalismo es minoritario en Galicia pero, en un contexto en el que la derecha sólo gana si se acerca al 50% de los sufragios, el separatismo, con el apoyo socialista, podría gobernar con menos de un tercio de los votos.

¿QUÉ ESTÁ EN JUEGO EN LAS AUTONÓMICAS GALLEGAS?

Hay una Galicia ficticia, que goza de un gran mercado más allá de las portillas del Padornelo y de la Canda: la Galicia mágica, única y distinta, céltica, hablante sólo de una lengua “propia” perseguida por España y dotada de una supuesta esencia nacional únicamente al alcance de quienes se autoproclaman sus exclusivos y genuinos portavoces. Y hay otra que, pese a su manifiesta realidad, tiene, por desgracia, fuera de las fronteras gallegas peor venta: la de Inditex, la de los grupos punteros de investigación, la que habla gallego y español con total normalidad pese a que los nacionalistas lleven casi medio siglo tratando de imponer a todos la primera de esas lenguas, la Galicia española y europea que exporta a medio mundo y recibe año tras año cientos de miles de turistas procedentes de todas las partes del planeta. En correspondencia con la una y con la otra hay también dos Galicias políticas: de un lado, una Comunidad atrasada, que aun no habría salido de una peculiar especie de franquismo sociológico, dominada por caciques como los de la Restauración, una Galicia negra y alienada, entregada por ignorancia a una derecha arcaica que se mantendría en el poder gracias exclusivamente al voto clientelar y a los trucos y trampas del sistema electoral; frente a ella, una Comunidad Autónoma moderna, plural, con voto dual desde hace años, estable y gobernable, que se expresa con libertad en todo tipo de elecciones y que ha tenido la prudencia colectiva de no participar ni en la rifa de la atomización partidista ni en la del secesionismo. El 18 de febrero veremos cuál de esas dos visiones sobre un mismo territorio (relatos, se dice ahora) se impone en la partida electoral.

En la derecha juega el PP, que ha logrado mantener a Vox a raya como una fuerza irrelevante, y que está obligado, si quiere seguir gobernando, a obtener en los comicios la mitad más uno de los diputados que componen el parlamento regional: 38, como mínimo, de 75. Tiene ahora el PP 42. En la izquierda, nacionalista o no, la extremada división es ya costumbre. Compiten, todos contra todos, cuatro partidos. Dos tenían en la pasada legislatura representación parlamentaria: el Bloque Nacionalista Gallego y el Partido de los Socialistas de Galicia, respectivamente con 19 y 14 diputados. Otras dos formaciones, Sumar y Podemos, carecían de presencia en el parlamento autonómico disuelto y varias de las encuestas que se van conociendo no se la adjudican. Si el PP ganase con mayoría absoluta, lo que también pronostican todas las encuestas, los perdedores intentarán de nuevo cocinar la perdiz que llevan muchos años mareando, la de que tienen en conjunto más votos que los populares, lo que, aunque por los pelos ha venido siendo cierto en el pasado, supone desconocer un hecho elemental: que si los partidos en cualquier otro lugar tuvieran que obtener para gobernar el porcentaje de votos que ha venido necesitando el PP para hacerlo en Galicia (entre el 45% y el 48%) no habría gobierno en ningún lugar de Europa.

El hecho de que al PP solo le valga la mayoría absoluta para mantenerse en la Xunta de Galicia significa que el objetivo de los grupos de la izquierda será, sobre cualquier otro, arrebatársela. Ni el BNG ni mucho menos los socialistas están en condiciones de ganar las elecciones: el PP dobla en escaños al primero y triplica a los segundos. Por eso la pretensión de los partidos de la oposición no será otra que la de sumar en conjunto una mayoría que saben que ninguno de ellos podría obtener por separado. La división con que concurren a los comicios dificultará, sin duda, la consecución de ese objetivo. Y todavía más, la evidencia de que el trasvase de votos entre la derecha y la izquierda ha venido siendo hasta la fecha muy poco significativo. Los nacionalistas saben que para mejorar sus resultados de 2020 deberán absorber una parte del voto socialista. Los socialistas son también conscientes de que el ascenso que necesitan para adelantar al BNG sólo puede proceder de entrar a saco en el voto de los nacionalistas y en el de la extrema izquierda, lo que dificultará que el Partido Socialista se presente con un perfil moderado, indispensable para competir con el PP. Las expectativas de Sumar de obtener representación parlamentaria se han complicado mucho tras la decisión de Podemos de presentarse en solitario a la competición electoral. El problema al que la izquierda se enfrenta es, en suma, el de avanzar a costa de los populares, o de los que la votan en elecciones generales y se quedan en casa en autonómicas, en lugar de repartirse de un modo diferente los sufragios que ya tiene.

La competición entre el Bloque Nacionalista Gallego y el Partido de los Socialistas de Galicia será, en ese sentido, decisiva. Los nacionalistas entran en la liza convencidos de que nunca habían tenido tan cerca, como creen tenerlo ahora, el Gobierno de Galicia, colocados como están claramente por delante de los socialistas. Esto significa que, de perder el PP la mayoría absoluta, la presidencia de la Xunta sería para el Bloque. Tal es la regla de reparto que el BNG y el PSdeG han mantenido hasta la fecha en elecciones municipales: el que queda por delante, en ausencia de mayoría absoluta del PP, se hace con la alcaldía. Por eso, justamente, para los socialistas son tan difíciles las elecciones gallegas del 18 de febrero: porque si alcanzasen el objetivo que persiguen -dejar al PP por debajo de los 38 diputados- la Presidencia de la Xunta sería para el Bloque, lo que colocaría a los socialistas en el nada airoso papel de apoyar a la extrema izquierda separatista. Malo, por tanto, para el PSdeG si el PP tiene mayoría absoluta y malo, igualmente, si la pierde.

Todo eso lo sabe, claro, el PP gallego, que mostrará a los electores que deben elegir entre un partido que ha asegurado la estabilidad y el buen gobierno durante los 15 últimos años y una Xunta que estaría en constante barullo, con dos, o incluso tres, partidos unidos sobre todo por la voluntad de desplazar a la derecha del Gobierno. El PP sabe también, por supuesto, que una parte de los votantes socialistas pueden quedarse en casa para evitar que el BNG se haga con la Presidencia de Galicia -conscientes de que votar socialista podría acabar por provocar tal resultado- y pueden, incluso, votar a una derecha centrada capaz de torear con gran habilidad ese llamado “problema nacional” que ha puesto patas arriba a Cataluña y, de otra manera, al País Vasco. Y es que la reciente historia de Galicia demuestra de forma concluyente que, cuando quien encabeza la oposición es el separatismo, las posibilidades de la izquierda de desplazar al PP disminuyen de un modo sustancial.

Como el de todas las elecciones regionales que se celebran es España (y bien sabemos que son muchas) el resultado de las gallegas será también interpretado inevitablemente en clave nacional. Los comicios decidirán el futuro inmediato de Galicia, pero -más allá de su significación en la batalla entre el PSOE y el PP, entre Feijóo y Sánchez- tendrán también otra notable consecuencia: si los populares no consiguiesen conservar la mayoría absoluta y la candidata del BNG se hiciese con la Presidencia de la Xunta, la Comunidad Autónoma gallega sería gobernada, al igual que las comunidades vasca y catalana, por los separatistas. Resucitaría, así, de otra manera, aquella antigua Galeusca, ahora al servicio de un plan independentista que se vería sin duda reforzado por una Xunta nacionalista. El nacionalismo es claramente minoritario en Galicia, pero un sistema de partidos en el que la derecha sólo gana si se acerca al 50% de los sufragios expresados en las elecciones regionales y el separatismo, con el apoyo socialista, podría gobernar con menos de un tercio de esos votos acabaría proyectando una imagen falsa que, como otras tantas falsedades de los nacionalistas, sería puesta al servicio de la ofensiva que sufrimos por parte de los independentistas, ahora envalentonados más que nunca por su cercanía al poder político del Estado con el que quieren acabar.

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