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El alma enferma del Congreso; por Luis María Cazorla Prieto, fue secretario general del Congreso de los Diputados y letrado mayor de las Cortes Generales

03/11/2023
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El día 3 de noviembre de 2023 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Luis María Cazorla Prieto en el cual el autor opina que si alguno o ninguno de los dos partidos con representación más numerosa no se presta o no se prestan a través de sus grupos a iniciar la curación del alma de la Cámara será o serán responsables de haber contribuido al vaciamiento del sistema democrático español y habrá o habrán incurrido en una notable responsabilidad presente e histórica.

EL ALMA ENFERMA DEL CONGRESO

“Se habla de alma de las personas, de los pueblos, de los animales, de los ríos, de las montañas, de las obras de arte. Todo lo que tiene vida tiene alma”, escribe agudamente el filósofo Manuel Freijó. El Congreso de los Diputados arrastra su alma enferma cuando desarrolla hoy su vida institucional, política y representativa. El espíritu y el estilo son componentes esenciales del alma parlamentaria. Son exigibles a toda institución de esta naturaleza que aspire a desempeñar adecuadamente sus cruciales funciones. Un determinado espíritu debe impregnar la actividad parlamentaria y rodear todo lo que se haga en la Cámara y a los que lo hagan, aunque no se corporeice en textos políticos o jurídicos.

Adentrémonos en su contenido. Es elemento fundamental del buen espíritu parlamentario que los miembros de las Cámaras sean conscientes de dónde están y de la importancia capital de lo que protagonizan. Las sesiones del Congreso de los Diputados no son reuniones de asambleas de estudiantes ni de cualquier órgano representativo que no tenga el alcance de las funciones de esta institución, pues y entre otras cosas, al pisar el palacio de la Carrera de San Jerónimo, se entra en la casa de la soberanía. Me parece acertado que se les llene la boca a ciertos parlamentarios alegando que, gracias a sus intervenciones, entra la realidad de la calle en la Cámara; bien está esto, pero tal proceder debe adaptarse a la dignidad y altura que el espíritu parlamentario reclama.

La consciencia a la que las líneas anteriores aluden reclama la alteridad que tan poco gusta a los populismos sean de derechas o de izquierdas. Reclama tener presente que todo parlamentario, por muy alejado que esté de la ideología y del propio grupo, representa la soberanía nacional que reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado, como señala el artículo 1.2 de la Constitución. El espíritu, en suma, es la sustancia del alma parlamentaria y en su versión buena impide interpretaciones de las normas reglamentarias meramente formales o abusivas que choquen con la representatividad, la transparencia, la publicidad y la participación de todos los miembros de la Cámara en las tareas parlamentarias.

A su vez, el estilo es el complemento del espíritu y ambos son piezas básicas del alma parlamentaria. El buen estilo parlamentario va mucho más allá de lo que una norma escrita pueda decir. Debe empapar las relaciones entre diputados tanto individualmente considerados como integrantes de un grupo y, por encima de que se plasme o no en regla escrita, se debe respirar en la Cámara y presidir estas relaciones. El buen estilo parlamentario impone que, por hondas e insalvables que puedan ser las diferencias políticas, se manifiesten con el debido decoro y respeto hacia el rival. Los insultos, los gestos despreciativos, el estruendoso grito descalificador, las faltas de respeto, por poner solo algunos de los muchos ejemplos posibles, dañan gravemente el estilo que reclama la buena salud del alma de la Cámara. El buen estilo va mucho más allá de la mera cortesía, conforma el caparazón del espíritu parlamentario, guarda una estrecha conexión con éste y ayuda mucho al buen funcionamiento de la Cámara y, a la postre, a la salud democrática de nuestro sistema político.

El alma del Congreso de los Diputados está enferma por el deterioro que aqueja a su espíritu y por el deficiente estilo parlamentario que predomina en él. El fenómeno viene desgraciadamente de lejos, y, en mayor o menor medida, son muchos y variados los causantes, aunque se ha acentuado en la última legislatura. El mal ambiente general y la utilización abusiva de los procedimientos parlamentarios en materias capitales como la tributaria y la penal han contribuido al desprestigio de los diputados individualmente considerados y de la Cámara como institución, y, a la postre, del sistema democrático. En esta lamentable etapa, ya en la última fase de mis muchos años al servicio del Congreso, me refugié en la Comisión de Defensa en donde, gracias a la presidencia de José Antonio Bermúdez de Castro y de Ignacio Echániz y al buen trabajo de los portavoces, entre los que, obligado por razones de espacio, solo menciono a Zaida Cantera y a Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu, los de los grupos más numerosos, reinaron el buen espíritu y estilo con buen fruto para las tareas parlamentarias.

En la primera fase de una nueva legislatura creo que no es ocioso preguntarse si la enfermedad que daña el alma del Congreso de los Diputados es mortal o es curable, aunque sea a costa de mucho esfuerzo.

Si anclamos la mirada en los valores democráticos encauzados a través de un sistema parlamentario representativo y se sopesa lo que he apuntado en las líneas precedentes, la enfermedad que aqueja a lo que, quizá con demasiado lirismo, llamo alma parlamentaria es grave, incluso muy grave, aunque sea todavía curable si se ponen los medios para ello. Dada la importancia de lo que escribo, hay que exigir a los que puedan atajar esta enfermedad que se pongan a ello. De no ser así, el deterioro de un cimiento esencial del sistema democrático español acabaría siendo irreparable y la enfermedad del alma parlamentaria incurable.

Los que han de impulsar esta tarea antes de que sea demasiado tarde y sin excluir a los demás son principalmente los dos partidos sobre los que se sustenta en buena medida nuestro sistema político y sus respectivos grupos parlamentarios. El primer paso podría ser un ‘pacto o acuerdo de pasillo’, sin ninguna formalización escrita o escenificada de rebajar la tensión, disminuir la agresividad y aumentar la tolerancia mutua. Sin ser exhaustivo, otros pasos en el camino de recuperar la salud del alma parlamentaria podrían consistir en reforzar con hechos concretos y actitudes generales el papel institucional de la Presidencia del Congreso de los Diputados, incluso incrementando sus facultades disciplinarias, y en poner freno a la adulteración y utilización indebida de ciertos procedimientos, sobre todo legislativos.

Si alguno o ninguno de los dos partidos con representación más numerosa no se presta o no se prestan a través de sus grupos a iniciar la curación del alma de la Cámara será o serán responsables de haber contribuido al vaciamiento del sistema democrático español y habrá o habrán incurrido en una notable responsabilidad presente e histórica. En la legislatura que balbucea deben darse pasos decisivos en la mejora de la vida parlamentaria. Si no es así, el alma del Congreso de los Diputados podría caer en manos de una enfermedad letal y el sistema democrático resultar seriamente dañado.

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