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Política de Estado para el español; por José Luis García Delgado, Catedrático de la Universidad Nebrija

02/10/2023
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El día 30 de septiembre de 2023, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de José Luis García Delgado, en el cual el autor dice que la proyección del español como lengua global necesita actuaciones ambiciosas; un vigoroso apoyo de las administraciones públicas que deje atrás definitivamente la desidia general que durante tanto tiempo ha acompañado a su devenir. El despliegue de nuestra cultura, de nuestras empresas y de nuestra producción científica pasa por potenciar la lengua española en el mundo. Una buena causa.

Demasiado mirar hacia adentro -ombliguismo- en vez de interesarnos por lo que pasa más allá de nuestro patio de vecinos, y marcada preferencia por revolver el pasado -para también reescribirlo-, en vez de atisbar los escenarios de futuro. En eso están nuestros políticos, y a esa doble dinámica empobrecedora atraen casi todo lo que tocan; ahora es el turno de las lenguas de España. Se rema así en dirección contraria a la que ha presidido los momentos más fecundos de la democracia española.

En medio de la penosa confrontación (polarización) política que ha tomado como excusa -mejor sería decir rehén- la convivencia lingüística, lo que de verdad se echa de menos es la falta de una política de Estado para la promoción internacional del español, y justo cuando el horizonte que dibujan las proyecciones demográficas para las próximas décadas no es en absoluto halagüeño. La anemia de las políticas públicas de difusión global del español contrasta, además, con la generalizada consideración social de nuestra lengua mayoritaria y común como el activo intangible más valioso de que disponemos. Hay, desde luego, razones para la preocupación.

Durante más de un siglo la demografía lo ha hecho prácticamente todo, arrojando fuertes crecimientos de la población nativa en español; una favorable demografía que ha coincidido en los decenios más cercanos con el también rápido ascenso de la minoría hispana en Estados Unidos. Registros muy positivos, pero no repetibles según indican todos los cálculos estadísticos disponibles. Más que nunca debe abandonarse el triunfalismo, como queda minuciosamente justificado en ‘Los futuros del español’, una obra promovida por el Observatorio Nebrija del Español y escrita en colaboración con José A. Alonso y Juan C. Jiménez. Es ya constatable el retroceso en los indicadores de crecimiento de la población en todos los países que hablan español, cuando también la inmigración de latinos a Estados Unidos se ralentiza. La demografía, pues, dejará de ser nuestro aliado, nuestro fuerte, la catapulta de los exitosos recuentos anuales del número de hispanohablantes.

¿Qué hacer para no perder el terreno conquistado por el español? La respuesta es obvia: mayores esfuerzos en ganar hablantes entre quienes no lo tienen como lengua nativa, conquistar espacios y usos para el español dominados por otras lenguas (los ámbitos de la ciencia y de la tecnología, principalmente) y conseguir que el español se preserve en aquellos países donde, sin ser la lengua dominante, existen comunidades considerables de hispanohablantes. Ante el menor empuje demográfico, aumentar por doquier el atractivo de la lengua y potenciar su enseñanza en unas y otras latitudes. Lo primero requiere calidad institucional, creatividad científica y cultural, y economía con capacidad de competir en los mercados internacionales; esto es, prestigio, reputación. Lo segundo, dar preferencia a desempeños hasta hoy en situación muy subordinada -cuando no estigmatizada en cenáculos académicos-, como es la enseñanza del español para extranjeros; volcarse en la formación de profesores, multiplicando su número y su calidad, también su estatus; conseguir sistemas de certificación con amplio y justificado reconocimiento. Son requerimientos mucho más que convenientes; son necesarios si se quiere ganar el futuro para el español.

No se debe tampoco volver la espalda a la dificultad para mantener el uso del español que se habla en Estados Unidos. Ahí se juega nuestra lengua mayor gran parte de su suerte en los próximos tiempos: ser hoy la segunda lengua de facto en la primera potencia mundial -militar, económica, científica y cultural- es inmejorable credencial. Pero cuidado con los “alegres guarismos” habituales; la calidad del español entre los hispanos deja mucho que desear según estudios recientes. Y es cierto que en algunos Estados de la Unión, así como en algunas de las mayores capitales, un cierto bilingüismo inglés-español es ya una situación de hecho; pero lo es solo a escala popular y en la calle, no en las administraciones públicas, en los despachos decisorios de las empresas o en los círculos de alta cultura. De lengua migratoria a lengua de cultura y de negocios: ese es el reto. Y ganarlo obliga a acciones perseverantes y coordinadas de los principales países de habla hispana, y planteamientos audaces en el campo de las industrias más ligadas a la lengua: editorial, musical y audiovisual global, incluyendo series de ficción, videojuegos y ‘pódcast’, con productos todas ellas crecientemente demandados.

Deberes por hacer. Si el español es nuestro producto más internacional, actúese consecuentemente. Su promoción -evitemos ‘defensa’, que implica lucha, litigiosidad- demanda una política de Estado, es cuestión de Estado. Ha de considerarse como bien preferente a todos los efectos -también los presupuestarios-, un bien colectivo superior, en tanto que su provisión genera un beneficio destacable para el conjunto de la sociedad. En suma, política de Estado para la proyección internacional del español, concebida como tarea de largo aliento -consensuada y ajena a vaivenes gubernamentales-, con las prioridades que comporta en el campo de la enseñanza del idioma, en la elección de las lenguas de trabajo en foros internacionales y en el apoyo a todos los procesos de creación cultural y comunicación científica. Una política que se articule a través de una estrategia compartida por España y los países igualmente titulares de esta propiedad mancomún.

Dicho con palabras equivalentes: la proyección del español como lengua global necesita actuaciones ambiciosas; un vigoroso apoyo de las administraciones públicas que deje atrás definitivamente la desidia general que durante tanto tiempo ha acompañado a su devenir. El despliegue de nuestra cultura, de nuestras empresas y de nuestra producción científica pasa por potenciar la lengua española en el mundo. Una buena causa.

Qué lejos todo ello -y retomo lo del principio- de los pugilatos de vía estrecha que en el terreno lingüístico presiden el actual escenario político español. Necios forcejeos que revelan al menos dos cosas. Una, que España es un país plurilingüe pero con poca cultura de lenguas, lo que impide a muchos entender que promocionar el español como gran lengua común e internacional no solo es compatible con el cuidado y vitalidad de las lenguas minoritarias, sino que también puede suscitar el interés por éstas fuera de los recintos geográficos originarios. Y segunda, que, visto lo visto, parece que no se trata tanto de mejorar el estatus de las lenguas cooficiales cuanto de mermar el de la lengua común, con la que más fácilmente nos entendemos entre todos, reduciendo así el espacio de lo que nos une, cercenando lo que compartimos. Eso es al menos lo que parece, insisto. Para salir de dudas, la prueba del nueve es, al respecto, muy sencilla: quien ama una lengua ama todas las lenguas.

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