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Únete o muere; por José María Lancho, abogado

05/06/2023
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El día 3 de junio de 2023 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de José María Lancho en el cual el autor opina que la Unión Europea está en una encrucijada que se remonta a 2008, con heridas que no pueden cerrar sin profundos cambios y un contexto internacional sobre el que necesita tener más influencia.

ÚNETE O MUERE

La prueba más dramática de la historia económica de Estados Unidos corresponde a los años inmediatos, posteriores a su independencia. En el periodo entre 1783 y 1789 la crisis era total: la moneda no tenía valor, Nueva York era una ciudad estancada, abandonada, rota, las instituciones en su precariedad carecían de ninguna autoridad, el estado previsible de cualquier concentración de tropas era un motín inminente y todo el oeste desde los Apalaches estaba en un proceso de sedición, buscando sobrevivir como una colonia española. Comparativamente la crisis del año 1929 o la del año 2008 son apenas accidentes digestivos de una de las mayores y más rápidas construcciones políticas de nuestra especie.

En aquel momento sin esperanza, de bancarrota no sólo económica sino política, los colonos dieron con la única medida que podía tener éxito en semejante situación, aparentemente irresoluble. La decisión no hacía lógica con la situación, no era aparente ni obvia, sino que consistió precisamente en unirse más, más perfectamente, creando la constitución política más inspiradora y ambiciosa que había conocido ninguna comunidad y dotándose de una solución que le ha permitido sobrevivir y prosperar imparablemente desde entonces.

Después de más de dos siglos de aquello ha surgido algo parecido y esperanzadoramente simétrico: la Unión Europea, nacida por entre los resquicios enfrentados y estrechos de dos superpoderes en la Guerra Fría y las cenizas de un imperio abatido, el británico, creado sobre la división y la confrontación entre europeos, ha alcanzado una madurez que nadie podía prever en el realismo de los años 50 del siglo pasado. Hoy por hoy, el Viejo Continente genera una realidad inédita, la primera vez en la historia de la humanidad que procesos democráticos independientes, de millones de seres humanos, progresan en una integración política y económica verdaderamente voluntaria. Sin embargo, esa misma excepcionalidad se ha visto expuesta, en menos de una generación, a enormes desafíos políticos y económicos, no menos originales, sin referencia en el espacio europeo al menos desde la II Guerra Mundial.

El primero y más grave es que la crisis del año 2008 no quedó en modo alguno resuelta. No me refiero a los datos económicos, sino a la profunda causa jurídica que la favoreció y que ha subsistido en sus mismas raíces. Recordemos que apenas hace 10 años se llegó a dudar de que España fuera capaz de seguir emitiendo deuda soberana -no sólo España- o incluso sobre la continuidad del euro, en la forma en que originalmente fue concebido. La Unión Europea y sus enemigos descubrieron que era mortal.

Sin embargo, una reacción sin precedentes tuvo sus frutos y Europa se dotó de soluciones globales avanzando en los llamados tres pilares de la Unión Bancaria, y ello aunque siga pendiente uno de ellos, tan importante como el fondo de garantía único.

Pero, ciertamente, una de las causas principales de aquella crisis, y de la actual, sigue subyacente y viva, olvidada por las reformas emprendidas. Me refiero a la banca en la sombra, como los fondos de inversión, de cobertura, etc y a la regulación de los derivados ajenos a la banca tradicional que permiten el apalancamiento irreal de los bancos. Tal como resume Rafael Duarte, profesor de banca del ESIC, en un mantra ajustado y fatal muchas de estas objeciones técnicas sobre la banca en la sombra: “La memoria de la codicia es muy corta”. Olvidamos su falta de transparencia, de supervisión y su enorme capacidad de contagio, como las matas secas, de propagar el fuego de los peores riesgos sistémicos.

Y como siempre al final, apenas unas frases para la estrella negra, siempre irresponsable, la superestructura de la confianza en los mercados que son las agencias de calificación de riesgo, un oligopolio impune, político y fatal que permitió que la crisis del 2008 fuera mucho más europea que norteamericana. Estas agencias nos dicen qué hacer para que ellas nos califiquen con un riesgo bajo y por supuesto nos dicen lo que les interesa a ellas. La dimensión de estas poderosas fábricas de realidad alterada, es enorme y, no obstante, disputan la invisibilidad a los dioses. Desde el 2008 su magnitud y la falta de su adecuada regulación se ha multiplicado.

Otra de las singularidades de nuestra crisis, a mi entender, es comprender cierta “peculiaridad inflacionaria” de la Unión Europea. Parte de su éxito como espacio de baja inflación se debe entre otras causas a procesos inadvertidos, de nivel regional, y más o menos voluntarios, que han supuesto el “exportar” buena parte de su sector secundario (industria) a países en desarrollo. Este sector es por lo general mucho más inflacionario que el resto y genera mucho más conflicto social.

Finalmente, la circunstancia más grave es que la Unión Europea tiene sus propios y enormes enemigos. Su proyecto socava y compromete la legitimidad y la propia existencia de toda dictadura y, desde luego, hace inviable la continuidad de las viejas hegemonías que han dependido de la división y confrontación interior de Europa. Recordemos la abyecta experiencia del Brexit, de la activación artificial de nacionalismos rupturistas, de un largo etcétera de aparentes accidentes que podían haber sido fatales para la continuidad de la Unión. Sería arrogante negar que la viabilidad de la UE tiene amenazas estratégicas de una dimensión mayor.

La Unión Europea está en una encrucijada que se remonta a 2008, con heridas que no pueden cerrar sin profundos cambios y un contexto internacional sobre el que necesita tener más influencia. Nos encontramos ante una opción colectiva simple pero irreversible, a mi entender: o nos unimos más, superando las insuficiencias que tiene la construcción europea en su actual modelo, incluido el Banco Central Europeo -un botiquín incompleto como lo calificaba un amigo consultor- o es cuestión de tiempo que la Unión se quiebre. La estampida al grito de “sálvese quien pueda” supondrá el inevitable vasallaje de las partes, el empobrecimiento de la región y probablemente la pérdida significativa de libertades individuales. Europa dejó de ser un experimento, es el momento de una nueva generación política.

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