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Síntomas; por Antonio Garrigues, abogado

27/02/2023
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El día 27 de febrero de 2023 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Antonio Garrigues en el cual el autor opina que España tiene que convencerse de que puede hacer más cosas de las que hace y buscar retos y compromisos más serios a nivel interno e internacional.

SÍNTOMAS

Las enfermedades políticas, al igual que las físicas, tienen síntomas que en la gran mayoría de los casos son muy visibles. Por regla general guardan relación con la calidad democrática y merece la pena examinarlos y valorarlos con cuidado para evitar que generen daños irreversibles. Un primer tema clave: el liderazgo. Todas las comunidades humanas, aún las más desarrolladas, necesitan algún género de liderazgo que mantenga con claridad los objetivos que se persiguen y las acciones necesarias para ellos. En España -al igual que en el conjunto de Europa- no existe una sensación clara de que al frente de nuestros problemas básicos (fundamentalmente, hablamos de desigualdades políticas, económicas y culturales) tengamos gente dedicada a reconocerlos y a afrontarlos con la decisión debida.

Tenemos liderazgos blandos, casi perezosos, huidizos, que escapan de la responsabilidad como si fuera el mismo demonio. Una auténtica hipengiofobia, ese miedo persistente a la responsabilidad que nos está haciendo perder muchas oportunidades y debilita la lucha contra fenómenos como la corrupción, a la que habrá que enfrentarse con mucho más vigor y con mejores tácticas y sistemas.

Transparencia Internacional es una institución que viene publicando anualmente una lista de 180 países atendiendo a la percepción de corrupción en esos países, y publicando un mapa en el que se visualiza con facilidad cuál es la situación en el mundo, según la tonalidad en un color rojo más o menos intenso. La visión del mapa es casi dolorosa porque prevalece claramente el rojo intenso y no hay países que mejoren de una manera seria. Siguen siendo los mejores Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Singapur, Suecia, Suiza y Países Bajos; mientras que Haití, Corea del Norte, Libia, Yemen, Venezuela, Sudán del Sur, Siria y Somalia ocupan los últimos lugares. España sigue ocupando un puesto demasiado pobre. Por ejemplo, nos superan países como Chile, Emiratos Árabes, Barbados, Israel y Portugal.

Hay un segundo tema que también es clave: están sucediendo acontecimientos que obligan a cuestionar a fondo temas relativos a los límites en el ejercicio del poder recordando, por de pronto, la famosa afirmación de lord Acton, “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En el mundo geopolítico la invasión rusa de Ucrania, injustificada e injustificable, demuestra a qué niveles de irresponsabilidad puede elevarnos ese género de poder que necesita demostrar su existencia utilizando la fuerza y la capacidad destructiva, las más de las veces para ocultar sus propios problemas y de paso para dar advertencia a otros enemigos potenciales. La calidad democrática se está reduciendo día a día y los poderosos abusan groseramente de la incapacidad de reacción de una sociedad civil sin instituciones consolidadas, y por ello carentes de vigor y de valor para protestar y corregir con fuerza este deterioro dramático.

Estamos viviendo una democracia en la que las personas mayores se están quedado aisladas en un proceso que se inicia con el acortamiento de telómeros y la pérdida de fuerza para el ejercicio físico, pero sobre todo por la ausencia de profesionales preparados que puedan aplicar sistemas eficaces de envejecimiento activo a personas que representan, en los países desarrollados, entre el 20 y el 25 por ciento. Hay que inquietarse y reaccionar con prontitud porque estas personas aportan una experiencia indispensable y la sensatez necesaria para momentos complejos y cambiantes.

Hay también que controlar ese género de poder que piensa que su ejercicio debe limitarse a aplicar los métodos más eficaces para mantenerlo íntegramente renunciando por completo a su capacidad transformadora para mejorar la sociedad. Es un auténtico delito contra la convivencia civilizada, pero este género de pensamiento se está generalizando en España y en el mundo occidental.

Pero el poder que ofrece más peligros es sin duda el poder menesteroso de ayudas ajenas para lograr ser ejercido. Es ahí donde suelen morir muchas convicciones ideológicas para dar paso libre a las ambiciones políticas con justificaciones realmente desoladoras desde un punto de vista ético. Algunos espectáculos ofenden decisivamente a los valores democráticos y podrían ser incluso objeto de acciones penales.

Sería bueno que empezaran a formularse en nuestro país. Sería una forma eficaz para mejorar la calidad democrática.

Unas últimas consideraciones. En los graves problemas de la humanidad, (entre los que destacan: la desigualdad económica, política y cultural, el cambio climático, y las injusticias y abusos de poder) estamos, sin duda, mejorando, pero con una lentitud realmente intolerable, teniendo en cuenta los intereses en juego. Veamos la situación.

En lo que atañe a los regímenes políticos vigentes, la situación es la siguiente: de los 194 países, solo existen 21 democracias plenas; hay 53 imperfectas -entre ellas España, a punto de alcanzar la plenitud-, 50 regímenes autoritarios y el resto son sistemas híbridos de muy diversa naturaleza. No es sin duda una situación de la que podamos sentirnos orgullosos como humanidad; y el mundo rico en especial tiene que asumir la responsabilidad de enriquecer tanto la vida económica como la calidad democrática y cultural del mundo pobre. Sería realmente torpe no hacerlo.

Asumamos por lo tanto nuestra responsabilidad. Ha llegado el momento de mejorar radicalmente la condición humana y generar un mundo nuevo más solidario, más ambicioso y más comprometido en el que, sin pecar de utópicos, puedan abrirse oportunidades que a día de hoy no podemos imaginar. España en concreto tiene que convencerse de que puede hacer más cosas de las que hace y buscar retos y compromisos más serios tanto a nivel interno como internacional. No podemos escaquearnos, ni acobardarnos, ni evadirnos, no podemos jugar con las cosas de comer. Para eso no estamos aquí, para eso no nos pagan. Nuestro deber es ganarnos el sueldo.

¡Y merecerá la pena!

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