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Sexo consentido y vulnerabilidad; por Aniceto Masferrer, Catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Valencia

28/12/2022
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El día 28 de diciembre de 2022, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Aniceto Masferrer, en el cual el autor dice que una vez erigido el consentimiento en el criterio fundamental de la sexualidad, el tiempo ha demostrado su fragilidad como principio rector cuando no va acompañado de una educación integral de la persona que garantice un respeto exquisito de la dignidad de cada ser humano. Es muy difícil que ese respeto pueda darse en el contexto de una sociedad hipersexualizada, cuyo mensaje principal no es la responsabilidad y el autodominio, sino su contrario.

Recientemente me contó un buen amigo que un día, después de cenar, entró en una discoteca, cometió el error de beber más de la cuenta, y tuvo una noche salvaje, en la que no sabe exactamente lo que hizo y de la que tan sólo guarda algunos recuerdos -entre ellos, dónde, cómo y con quiénes terminó- que preferiría borrar completamente de su memoria y de la de sus copartícipes. Él no buscaba ni quería todo eso, pero el ambiente y el alcohol contribuyeron a que hiciera lo que, en realidad, no quería hacer. Este caso no es extraño, pero hoy resulta muy frecuente -entre adolescentes, jóvenes y menos jóvenes- recurrir al consumo de alcohol como medida desinhibitoria que facilite las relaciones sexuales. Otros prefieren, con el mismo propósito, recurrir al consumo de drogas, que resulta todavía más estimulante. Esto es lo que hacen quienes se dedican a protagonizar películas pornográficas que, una vez grabadas y subidas a internet, son visualizadas por cientos de millones de personas a partir de los 8-10 años. Y es que para emular esas relaciones fantasiosas -y, en muchas ocasiones, violentas- hace falta una buena dosis de desinhibición y estimulación física que sólo proporcionan el consumo de alcohol y/o de drogas.

El cambio de paradigma moral que se ha producido en Occidente con relación a la sexualidad ha supuesto la sustitución del ‘sexo con sentido’ por el ‘sexo consentido’, según el cual el único criterio moral que debe regir las relaciones sexuales es el consensual: toda satisfacción de la pulsión sexual es social y jurídicamente aceptable si es consentida. Este principio, que en el ámbito jurídico-penal resulta imprescindible para evitar agresiones y abusos, se ha consagrado como el único criterio moral que el ciudadano debe respetar en el ejercicio de su sexualidad con cualquier persona. Pero ese criterio consensual, paradójicamente, no ha dado lugar a una mayor autodeterminación, responsabilidad y respeto de los ciudadanos en el ejercicio de su sexualidad, sino justamente lo contrario: una absoluta banalización de la sexualidad que ha conducido a un alarmante incremento del número de abusos y agresiones sexuales en el contexto de una sociedad hipersexualizada y pornificada. También algunos organismos públicos -recientemente, el Instituto Valenciano de la Juventud o la Concejalía de Juventud de Vilassar de Mar, entre otros-, interesados en fomentar el goce sexual ‘seguro’ de jóvenes -a partir de los 11 años-, promueven iniciativas lúdicas de corte netamente erótico o pornográfico. Hoy llegan a los tribunales de justicia un 75% más de denuncias de agresión y abuso sexual que hace tres décadas, cuando la ‘honestidad’ (paradigma del ‘sexo con sentido’) resultaba mucho más rigurosa y exigente que la actual ‘libertad sexual’ (‘sexo consentido’).

El consentimiento es un elemento clave de toda relación sexual, con independencia de otros aspectos morales sobre los que pueda discreparse. Pero ahí radica precisamente la gravedad del problema actual: una vez erigido el consentimiento en el criterio fundamental de la sexualidad, el tiempo ha demostrado su fragilidad como principio rector cuando no va acompañado de una educación integral de la persona que garantice un respeto exquisito de la dignidad de cada ser humano. Es muy difícil que ese respeto pueda darse en el contexto de una sociedad hipersexualizada, cuyo mensaje principal no es la responsabilidad y el autodominio, sino su contrario. La absoluta banalización de la sexualidad ha llevado consigo la correlativa banalización del consentimiento (o su distorsión bajo el alcohol y las drogas) de manera que, lejos de promover el respeto a la dignidad de toda persona en el ejercicio de la sexualidad, provoca cada vez más vulneraciones de la libertad sexual.

En su obra ‘La sociedad del cansancio’, Byung Chul Han muestra cómo el exceso de permisividad hace que la libertad corra el riesgo de caer en un exceso de positividad que anule por completo la negatividad, es decir, la capacidad de decir NO a lo que está al alcance de la mano, quizá solamente a un clic. Una libertad que deja anulada la negatividad no es libertad, sino esclavitud, autoexplotación por exceso de positividad. Esto explica por qué esta sociedad genera tanta angustia, ansiedad, depresión y otros trastornos. ¿A qué se debe tanto trastorno mental cuando se goza hoy de más libertad que nunca? Se debe a que, como explica Han, tan amenazante y deshumanizador puede ser un exceso de rigorismo ético como un exceso de permisivismo. En efecto, mientras el rigorismo ético era un modelo disciplinario, propio del Estado y sociedad liberales, dominado por la negatividad (o la prohibición), el permisivismo neoliberal despliega el modelo diametralmente opuesto de la positividad: ofrece las más variadas, complacientes y estimulantes ofertas, generando en el ciudadano la ilusión de libertad, de poder hacerlo todo (‘yes we can’), pero lo que en realidad provoca es su dependencia y sometimiento a deseos cada vez más imperiosos, quedando ‘atrapado’, esclavizado por los innumerables y constantes reclamos y estímulos que se le presentan (“puedo hacerlo todo y soy incapaz de privarme de nada”). Sucede, sin embargo -como ya advirtió Hegel y experimentan a diario millones de personas-, que sin negatividad la vida se atrofia hasta el ‘ser muerto’.

La sociedad actual ha generado, en primer lugar, un aumento exponencial de la vulnerabilidad sexual de las personas que en este terreno constatan que, lejos de autodeterminarse, con gran frecuencia no hacen lo que en realidad querrían hacer y viceversa; y, en segundo lugar -como consecuencia de lo primero-, ha generado más abusos y más violencia. Y quienes más pierden son las personas más inermes: niños, adolescentes y mujeres. En las relaciones sexuales consensuales y efímeras, carentes de un compromiso fuerte entre las partes, la mujer -afirmó Kant- es la que se somete “completamente al varón por lo que respecta al sexo, y no al contrario”. Y esto no se debe fundamentalmente al machismo, sino sobre todo a un modo salvaje y deshumanizado de ejercer la sexualidad que, al generar violencia, perjudica más a los más vulnerables. Por tanto, la crisis de la autodeterminación personal revela la dramática fragilidad del consentimiento en el ejercicio de la sexualidad, tanto por parte de quien lo presta al dejarse arrastrar por una inclinación que es incapaz de contener, como por parte de quien preferiría no tener la relación sexual (o solo de un modo determinado) y acaba sometiéndose a pesar de no querer.

Por todo ello, presentar la cuestión del consentimiento sexual como un problema exclusivo de machismo -considerando a todo hombre como presunto agresor- y creer que un simple cambio de fórmula (‘sólo sí es sí’) evitará la victimización de la mujer, como pretende la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, es tan ingenuo como injusto, y muestra una visión superficial, reductiva, miope o sectaria de la realidad. Ojalá pudiera esa fórmula lograr ese objetivo, salvaguardando la libertad sexual de todos, en especial la de los más vulnerables, pero me temo que no será así. Para ello, se requiere reemplazar el actual paradigma sexual por otro auténticamente humano, que promueva la autodeterminación, no la gratificación inmediata del deseo sexual: sólo así será posible convertir la violencia en algo menos estructural y más residual, a diferencia de lo que viene sucediendo en Occidente desde la segunda mitad del siglo pasado.

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