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Test de civilización; por Santiago Arauz de Robles, jurista

27/12/2022
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El día 25 de diciembre de 2022, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Santiago Arauz de Robles, en el cual el autor opina que no es que el Estado sea aconfesional, es que la religión no cuenta y se excluye, tanto de las consultas sobre normas básicas, como de hecho en la enseñanza en las escuelas públicas: ni se suscita la duda de que pueda haber Dios, y que Dios es deseable, y útil, socialmente.

El día a día de la satisfacción individual, con el escudero del silenciamiento de Dios y el menosprecio al ‘más allá’ (algo tan antiteresiano), hace que la religión, como esperanza y ética desaparezca de la cosa pública. No es que el Estado sea aconfesional, es que le religión no cuenta y se excluye, tanto de las consultas sobre normas básicas, como de hecho en la enseñanza en las escuelas públicas: ni se suscita la duda de que pueda haber Dios, y que Dios es deseable, y útil, socialmente”

El escritor de renombre admitía que su lectura de los periódicos era al revés de la paginación, a partir de la última página. Y explicaba: ahí se informa de los sucesos, incluidos los ‘ecos de sociedad’ y los sucesos son las mirillas hacia la condición humana. Las noticias sociales han variado notablemente, desde que tengo recuerdo. No recogen, por ejemplo, natalicios, bautizos o compromisos matrimoniales: más bien informan de flirteos sin intención de permanencia, lo que antiguamente se llamaban infidelidades. Y las páginas se alargan, en lectura inversa, hacia los ataques entre ‘bandas’ o clanes constituidos para llenar sus tiempos precisamente atacando con armas mortales, el narcotráfico, la violencia entre ‘géneros’ que la naturaleza, al menos, programó para complementarse, o violaciones por prurito escolar o adolescente, y de ordinario amparadas en la excitación y cobardía grupales.

¿En qué estado social estamos? Porque los diarios, y las redes, divulgan la actualidad real. Se va haciendo luz sobre que hay dos vectores de fuerza, o más bien de anemia social. Dos causas de la evolución-involución-desviación, esta última la peor hipótesis, porque se sale del papel pautado y es una variante errática: la muerte fáctica de Dios, y la asfixia por el confort como ideal de vida. Leo un largo reportaje sobre Bob Dylan. Dylan (Robert Allen Zimmerman) no es un filósofo de cátedra sino meditador de lo que ve (de ahí que sea el protagonista del ensayo ‘Filosofía de la canción moderna’). Dice: “Una de las razones por las que la gente se aleja de Dioses es porque la religión ya no está en la trama de sus vidas. Se presenta como algo a lo que hay que acudir como si fuera una rutina: es domingo, hay que ir a misa. O bien la blanden como amenaza los tarados políticos de ambos bandos. Sin embargo, la religión solía estar en el agua que bebíamos, en el aire que respirábamos”.

¿Murió Dios, como proclamaba Nietzsche? Un imposible metafísico, porque a Dios lo concebimos -con la razón- precisamente como el inmortal, cuya dedicación es la ‘atención’ al hombre, para divinizarlo o sufrir que se aniquile, según el mito de Sísifo o el cristianismo. A lo largo de toda la historia humana, el hombre no ha podido ‘matar’ el concepto personal de Dios, siempre lo ha tenido presente y, acaso, ha reconocido su impotencia para retratarlo: lo admitían los griegos al situar en las puertas del Areópago la estatua ‘al Dios desconocido’, un ‘shock’ para san Pablo.

Es verdad lo que advierte Dylan sobre el tedio humano en su relación con Dios. Está en el arranque de la novela de Bernanos ‘Le journal d´un curé de campagne’: Mi parroquia está devorada por el aburrimiento, esa es la palabra. Como tantas otras Algún día quizás el contagio nos dominará Ciertamente, así ha sido. A pesar del espíriru-valor educativo-de la liturgia’ que resaltaba Romano Guardini. A pesar, también, del ‘Genio del cristianismo’, cuyas instituciones y logros artísticos recorría Chateaubriand y son hoy la mejor joya turística. Todo ese gran quehacer temporal, no siempre ha ido acompañado de una visión trascendente que haga de esta vida un ‘gimnasio’ para la plena vida. Y, en ciertos momentos de su larga historia constructora de Occidente, el cristianismo ‘potente’ en lugar de corregir ha acompañado los desórdenes sociales e incluso los políticos. Cierto.

Pero precisamente para despojarse de ese lastre maligno, la Iglesia dejó de ser en cierto momento -Pactos de Letrán- un poder político, y se ha ido configurando en todas las constituciones de los Estados cristianos -no así, y desde luego no por ahora, fuera del cristianismo- la separación de Iglesia y Estado. Una depuración esencial, necesaria, que aplica la palabra de Cristo mi reino no es de este mundo. Cabría decir que la subsistencia de la Guardia Pontificia, con la bella guardarropía que le inventó Miguel Ángel, y con armas solo simbólicas y protocolarias, no es sino un recuerdo de que ‘el poder’ forma parte de la condición humana, pero que no es ejercitable al servicio de intereses religiosos. Hoy las Cáritas parroquiales y las ONG, como espíritu general, realizan ese mandato de caridad.

Ha habido, sin embargo, corrientes dañinas en la nueva sociedad, a partir de la industrialización y, sobre todo, de la política como poder y no servicio; y de la deificación del confort. A principios del siglo XX, irrumpieron las corrientes existencialistas: no tanto en la metafísica -son su negación- sino en el relato novelístico del día a día. Es Sagan, es la ‘nouvelle vague’ cinematográfica. El existencialismo parte del ‘dasein’, o sea de la existencia humana como constatación, y le busca sentido, como explicación dinámica. Y una parte del existencialismo encuentra la respuesta en la nada, porque “si hay Dios las cosas no pueden ser así”, por lo que lo más sensato es no malgastar la libertad personal, o social, y lo que procede es ‘tirarse a la bartola’, casi con melancolía suicida, románticamente. Y hay otra corriente existencialista, que intenta salvar al hombre con la cabeza a flote, y que dice: “Si no hubiera Dios, habría que inventarlo”. El existencialismo, pues, era a pesar de sí mismo duda: era vida, actitud humana. ¿Pero es la situación en que nos encontramos, en el mundo civilizado, el primer mundo, por otra parte? Creo, reflexionando casi con angustia, que a Dios le estamos taponando los sentidos, entre el Poder, personal o populista, y el confort no utilitario sino hedonista. No se niega la existencia de Dios -es la ‘variante’ insidiosa a que antes aludí- pero se le cubre con un manto de polvo, que se llama el silencio desde el Poder y el confort personal sin límites, incluso más allá de las posibilidades de nuestra libertad, y hasta llegar a esquilmar el planeta, con la hipoteca personal de nuestros valores, lo que se traduce en deudas y quiebras personales y colectivas. El día a día de la satisfacción individual, con el escudero del silenciamiento de Dios, en cuanto moleste su palabra, y el menosprecio al “más allá” (algo tan antiteresiano), hace que la religión, como esperanza y ética desaparezca de la cosa pública. No es que el Estado sea aconfesional, es que le religión no cuenta y se excluye, tanto de las consultas sobre normas básicas (¿no lo son la ‘ley trans’, la del suicidio asistido, la del sí es sí, o el ‘suceso’ de la ley en proyecto que institucionalizaría 16 modelos de agrupación ‘familiar’, lluvia de vitriolo sobre la institución única y la estabilidad social?), como de hecho en la enseñanza en las escuelas públicas: ni se suscita la duda de que pueda haber Dios, y que Dios es deseable, y útil, socialmente. No es ese el agua que bebemos, ni el aire que respiramos, en que Bob Dylan creció en libertad y creatividad.

El hecho presente consiste en la anorexia inducida del humanismo, que es la esencia del cristianismo. Es escandaloso, entiendo, que en España, mientras se silencia en la política, tenga que haber -por hambre disimulada de la sociedad- una agrupación de ‘cristianos para la vida pública’. El test de la civilización, más aún en la actual España -que fue fuente y hogar del humanismo cristiano, y éste motor de su universal presencia, reconocida por el peculiar hecho de que son los historiadores ‘hispanistas’ de Reino Unido, de Suecia o de USA, por ejemplo, más aún en España-, digo, que en el resto de países del Primer Mundo, es la ‘superación’ del existencialismo por el consumismo indiferente. Es triste la lectura de ese test. Y la función de los poderes públicos debería ser el de dar vuelta a esas carencias manifiestas y provocadas desde instituciones, y luego silenciadas, en general, por una población pasiva, adormilada por el ‘bienestar’ como única meta. Algún ya lo ha advertido, con deseo de rectificar hacia la luz y la vida.

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