Diario del Derecho. Edición de 29/04/2024
  • Diario del Derecho en formato RSS
  • ISSN 2254-1438
  • EDICIÓN DE 26/04/2022
 
 

“La ciencia no piensa”; por Antonio Garrigues-Walker, jurista

26/04/2022
Compartir: 

El día 26 de abril de 2022 se ha publicado, en el diario ABC, un articulo de Antonio Garrigues-Walker en el cual el autor considera que no podemos aceptar que el resultado final del progreso científico y técnico consista en producir en cadena individuos alimentados y empobrecidos por horas y más horas de internet.

“LA CIENCIA NO PIENSA”

Esta frase de Martín Heidegger pronunciada en un discurso en Friburgo guarda relación con el papel de la tecnología en el mundo y su relación con la filosofía, temas que han sido objeto de debate desde hace muchas décadas. Heidegger quiso quitarle hierro a la frase explicando que “la ciencia no se mueve en la dimensión de la filosofía” y añadiendo que nunca había pretendido demonizarla. Ortega fue un poco más allá y con más vehemencia. Reconocía, sin reservas, a la técnica, su capacidad para aumentar la libertad y la independencia del ser humano, y a la ciencia, la exactitud y el rigor de las precisiones de las verdades científicas, pero añadía inmediatamente que el mundo necesitaba una interpretación global y completa y que “el hombre de ciencia, el matemático, el científico, es quien taja la integridad de nuestro mundo”, porque según él la verdad científica es “exacta pero incompleta y penúltima” y “deja sin ver las cuestiones decisivas”.

Sirva esta introducción para poder afirmar que en los tiempos actuales hay que recomponer y reforzar la relación entre técnica, filosofía y ciencia, para adaptarnos a las nuevas realidades y a las nuevas capacidades intelectuales, superando algunos sesgos mentales que ya no tienen sentido.

Reitero a estos efectos algunas consideraciones básicas que habrá que tener en cuenta con especial esmero. Todas las revoluciones que estamos viviendo van a necesitar un referente y un objetivo básico: la mejora de los conocimientos, los sentimientos y los apetitos humanos. La búsqueda de la felicidad -a la que alude expresamente la Constitución de los Estados Unidos- debe convertirse en el objetivo fundamental, incluso en un objetivo absoluto, aun cuando pensemos inteligentemente que es un objetivo imposible. El ‘happiness per capita’ es el único índice por el que merece la pena luchar. A la pregunta: “¿Usted qué quiere ser?”, la única respuesta sensata y lúcida es: “Yo quiero ser feliz”.

Lo malo es que eso no es fácil. La técnica y la ciencia nos ofrecen juntas y por separado un futuro perfecto, prácticamente paradisíaco. Se nos asegura que desaparecerán una a una todas las enfermedades físicas e incluso las mentales; que viviremos mucho más tiempo -fácilmente hasta los 150 años, hacia la mitad de este siglo, y luego ya veremos-; y se nos dice, además, que todos esos años los viviremos en plenitud física y mental -incluyendo, desde luego, la plenitud sexual, que se alargara hasta momentos antes del final de la vida-. Y se nos garantiza, asimismo, que tendremos muchas más horas de ocio con divertimentos escapistas asegurados que reducirán a un mínimo la conciencia de culpa; alcanzaremos, por fin, el cuerpo físico exacto que queremos y además lo iremos cambiando según las circunstancias y las exigencias de la moda o las aspiraciones sentimentales. Y, por si todo lo anterior fuera poco, se nos dice que podremos llegar a cualquier sitio -aun cuando no sepamos por qué- en un lapso mínimo de tiempo.

Todo eso está realmente muy bien y además es, en gran parte, cierto. Pero -volvemos a Ortega- la tecnología ‘per se’ no puede llegar a la felicidad del ser humano ya que eso es algo externo al hombre. El problema reside, además, en que la ciencia y la técnica no son excesivamente educadas. No piden la venia ni el permiso. Crecen, se desarrollan y se multiplican, sino de una forma ciega, sí, como poco, tuertamente, sin preocuparse en exceso de los cambios que generan; pensando que la máquina es, por principio, más importante, mucho más importante, que el hombre que la maneja y utiliza; y, en general, confundiendo sin cesar medios y fines.

No podemos seguir así. Habrá que poner en marcha con rapidez una revolución cultural y una revolución ética que afronten este problema. No podemos aceptar que el resultado final del progreso científico y técnico consista en lo siguiente: producir en cadena individuos alimentados y fuertemente empobrecidos por horas y más horas de internet, televisión y teléfono móvil. Individuos que se dediquen a sustituir cada vez más las realidades físicas por las virtuales; individuos que se sometan a la homogeneización de la ciudadanía tolerando culturas perversas y dominantes que controlan a la perfección todas las técnicas de márketing, incluyendo por supuesto la utilización de los aditivos necesarios, físicos o psíquicos, para generar dependencias intensas, como hacen con excelencia algunos productores de tabaco y, así mismo, los ya incontables programas de corazón. Individuos, en definitiva, dedicados a la sacralización del consumismo como actividad justa y necesaria -además de compulsiva- para alcanzar la alegría vital y la paz del espíritu; y, por fin, individuos que eleven la belleza o la apariencia estética, el ejercicio físico, y la indigencia o la vulgaridad mental, a categorías máximas de la condición humana.

Que nadie piense que esta batalla va a ser fácil. Hay en juego demasiados intereses y escasísimas personas e instituciones dispuestas a la lucha. No podemos contar en ningún caso con un estamento político y unos políticos cada vez más radicalizados y sectarios; cada vez más cortoplacistas; cada vez más provincianos; cada vez más cansinos y aburridos. Por su parte, la intelectualidad en su conjunto se ha dejado absorber y fascinar por los descubrimientos científicos y técnicos, sobre todo en el capítulo de la biogenética, y no han querido profundizar ni en más consecuencias ni en la adecuación de los posibles resultados finales. La Iglesia, finalmente, concentra toda su atención y todos sus esfuerzos en vigilar que el desarrollo científico y tecnológico pueda cuestionar sus principios dogmáticos y complique su papel en la historia, abriendo puertas al peligroso y nefasto relativismo.

Por todas estas razones y alguna más, la ciencia no tiene otro remedio que ponerse a pensar.

Comentarios - 2 Escribir comentario

#2

Magnifica reflexión de D. Antonio Garrigues-Walker, al describir la sociedad de la automación, en la que el hombre, por medio del dominio de la ciencia y la técnica potencia sus libertades, superando el determinismo de su ser y las constricciones históricas; se posibilita así, por primera vez, su perfecionamiento real, al liberarse de la mera enajenación de fuerzas físicas e intelectuales -propio de una sociedad del trabajo- que, por su repetición o falta de vocación, pueden alienarle. En este nuevo escenario de la próxima modernidad, pueden darse dos actitudes civilizadoras: una, meramente hedonista, que persigue solo la satisfacción fisíca y psiquica, con un desenlace embrutecedor (que cita D. Antonio); la otra, de tipo existencial, en la que, el hombre, liberado de su devenir y habiendo superado el hic et nunc, por la ciencia y la técnica, se enfrenta finalmente a la reflexión existencial de entender su destino ontológico. Para llegar a este estadio de posibilidades, la construcción de nuestro futuro inmediato debe de ser providente, esto es, que el hombre sea capaz de enjuiciar criticamente sus creaciones (a traves de sus personas y organizaciones; ya que la empresa y el poder público ordenan los criterios de creación, perfilando el progreso), para que así, sea posible este perfeccionamiento y este contexto existencial.
Alfredo Jiménez, Abogado, Sociologo y Humanista

Escrito el 27/04/2022 17:25:24 por JIMÉNEZ RAMOS ALFREDO LUIS Responder Es ofensivo Me gusta (0)

#1

Ni la ciencia ni la técnica pretenden la felicidad del ser humano más allá de la felicidad que produce el incremento del conocimiento y el disfrute de las habilidades de su puesta en práctica.
Ambas son las muletas para que el ser humano "se levante y ande" y haga con ellas lo que quiere.
Aquellas armas primitivas, la lanza la flecha y la honda mejoraron su capacidad de alimentarse, lo que ayuda a ser felices. Pero pronto su uso
fue matara a un semejante generando felicidad a su alrededor.
Cuando controló la energía de fusión, hasta su primera aplicación fue generar infelicidad en el Japón; sólo luego creo las centrales nucleares.
Cuando descubrió la agricultura también mejoró su alimentación, sin duda otra fuente de felicidad. De aquella nació la propiedad de la tierra y la especulación de la propiedad una gran fuente de gran infelicidad ajena, porque no es otra cosa que la "corrupción es decir, el robo legalizado"
El problema es el hombre: que el 5 % posea el 50 % de los bienes priva de ellos al 95 % restante y en particular a los miles de millones que viven en la miseria, aunque algunos, pese a ello, logran ser felices.

Escrito el 27/04/2022 7:45:39 por Alfonso J. Vázquez Responder Es ofensivo Me gusta (0)

Escribir un comentario

Para poder opinar es necesario el registro. Si ya es usuario registrado, escriba su nombre de usuario y contraseña:

 

Si desea registrase en www.iustel.com y poder escribir un comentario, puede hacerlo a través el siguiente enlace: Registrarme en www.iustel.com.

  • Iustel no es responsable de los comentarios escritos por los usuarios.
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.

Revista El Cronista:

Revista El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho

Lo más leído:

Secciones:

Boletines Oficiales:

 

© PORTALDERECHO 2001-2024

Icono de conformidad con el Nivel Doble-A, de las Directrices de Accesibilidad para el Contenido Web 1.0 del W3C-WAI: abre una nueva ventana