TRATADO DEL ATLÁNTICO SUR
Se están cumpliendo los setenta años de la creación de la OTAN cuando Alemania y Francia plantean la necesidad de crear un ejército europeo para que la defensa de este continente no dependa de los Estados Unidos. Yo no estoy de acuerdo con esta propuesta y pienso que hay muchas y poderosas razones para rechazarla, y estoy convencido de que la inmensa mayoría de los europeos piensan como yo. Después de las dos Guerras Mundiales se impuso la necesidad del desarme, del pacifismo, del ‘buenismo’, del diálogo, del haz el amor y no la guerra. Se proscribió cualquier forma de militarismo; se reconvirtió la industria de defensa en la del automóvil, electrodomésticos, confort; se suprimió el servicio militar obligatorio. Y hasta la objeción de conciencia, que constituía hasta entonces en una excepción, se convirtió en una regla general
Si somos realistas comprenderemos que ningún europeo va a permitir que el dinero de sus impuestos se aplique a la fabricación de carros de combate y aviones de guerra, en vez de dedicarlo a financiar el mantenimiento y mejora de nuestro costoso e imprescindible Estado de bienestar. Los europeos no nos sentimos amenazados por Rusia ni por Putin ni por China. Por eso arrastramos los pies cuando EE.UU. nos pasa a cobro los recibos atrasados del alquiler de sus servicios de seguridad y defensa. Europa abraza gustosa los gasoductos procedentes de Rusia cuando un simple corte de suministro de gas en pleno invierno colapsaría la industria y los hogares de la mitad de su población.
Si la OTAN ayudase a Europa a resolver o mitigar las oleadas incontenibles de refugiados, la inmigración clandestina, las barcazas de subsaharianos y magrebíes que sucumben en el Mediterráneo, los campos de refugiados al borde del canal de la Mancha, la libre circulación de irregulares -algunos de ellos terroristas- por todo el espacio
Schengen, los europeos nos mostraríamos mucho más diligentes a la hora de abonar nuestra parte alícuota a los gastos de la defensa común de Occidente. Hoy podemos comprobar que a la guerra militar de corte clásico la ha sustituido la guerra comercial y económica. Y que resulta más eficaz una bajada del precio del petróleo que la VI Flota para resolver una crisis en el golfo Pérsico. Por eso debemos convencer a los EE.UU. de que queremos mantener el Tratado de alianza de defensa con ellos para compartir los avances de su industria y de su tecnología, pero actualizado y adaptado a las necesidades del mundo presente que en nada se parece al mundo de ayer. Y en el que las amenazas no vienen por el Atlántico Norte y por el mar Báltico, sino por el Atlántico Sur y por el mar Mediterráneo, por Oriente Medio, el Saharel, Egipto, Túnez, Libia y Argelia.
Por todo lo cual debemos sacar una conclusión: No hay que suprimir la OTAN ni derogar el Tratado del Atlántico Norte que fue su creador. Lo que hay que hacer es actualizar dicho tratado para adaptarlo al mapa actual del mundo que en nada se parece al que la vio nacer.