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Tengamos la Navidad en paz; por Rafael Navarro-Valls, catedrático, académico y presidente de las Academias Jurídicas Iberoamericanas

10/12/2021
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El día 10 de diciembre de 2021 se ha publicado, en el diario El Mundo, un artículo de Rafael Navarro-Valls en el cual el autor considera que evitar las referencias religiosas de la Navidad pone al descubierto una vieja polémica: las raíces cristianas (o, si se quiere, judeocristianas) de Europa y las mismas bases de la cultura europea.

TENGAMOS LA NAVIDAD EN PAZ

Un incidente dentro de la burocracia de la UE ha levantado una tormenta, que ha puesto al descubierto una polémica más de fondo. Helena Dalli, Comisaria para Igualdad de la Comisión Europea, ha distribuido un borrador de Guía de comunicación inclusiva, en la que se propone, entre otras cosas, no mencionar la Navidad, sino hablar de “Fiestas”; evitar la expresión “Chistian name”, para identificar a los ciudadanos; no usar nombres típicos de una religión (por ejemplo, María y Juan) en los informes utilizados en la comunicación de la Comisión, etc. La reacción de la presidenta de la Comisión (Ursula von der Leyen) ha sido fulminante al desautorizar la iniciativa de Dalli. Ésta ha retirado su Guía al considerarla un documento todavía “inmaduro”.

El incidente, como antes dije, pone al descubierto una vieja polémica: la de las raíces cristianas (o, si se quiere, judeocristianas) de Europa y, en definitiva, las bases de la cultura europea.

Cuando se redactó la actual Carta de los Derechos del Hombre de la UE (Niza, diciembre del 2000), en el preámbulo se leía: “Consciente de la propia herencia religioso-espiritual y moral, la Unión se funda sobre valores indivisibles y universales del ser humano: la libertad, la igualdad y la solidaridad”. Este texto levantó una dura polémica que trajo como consecuencia la eliminación del inciso relativo a “la herencia religioso-espiritual”. De modo que su redacción actual es: “Consciente del propio patrimonio espiritual y moral, la Unión se funda sobre valores indivisibles y universales del ser humano: la libertad, la igualdad y la solidaridad”.

Esta última redacción fue muy criticada, entre otros, por Jacques Delors (socialista) y Romano Prodi (democristiano), ambos presidentes de la Comisión Europea;  entre 1985 y 1995, el primero; y de 1999 a 2004, el segundo. Defendían la inclusión de la expresión “raíces cristianas” o, en su defecto, la primera redacción.

Aun coincidiendo con Delors y Prodi, me parece que la actual redacción es suficientemente descriptiva de los fundamentos de la cultura europea. Efectivamente, cuando nos preguntamos cuál es el contenido de este “patrimonio espiritual y moral”, aún resuena la respuesta que daba T.S. Elliot ante idéntica pregunta: “La fuerza dominante -decía- en la creación de una cultura común es la religión. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, sin embargo, buena parte de cuanto dice, crea o hace, nace de su herencia cultural cristiana y adquiere significado en relación con aquella herencia. Como observa Italo Calvino, nuestra cultura es “ese rumor de fondo que persiste, incluso cuando en la realidad se impone la actualidad más incompatible”. ¿Y cuál es este “rumor de fondo” sino la “democracia de los muertos”? Es decir, la tradición hebreo-cristiana de la que hablaba Chesterton.

Estoy hablando de la cultura europea. Pero lo dicho puede extrapolarse a toda la cultura occidental. Repárese que cuando esta cultura (la europea) se transfiere en el contexto del continente americano, conserva igualmente su esencia. Y no me refiero solamente a la América Latina, que a través de España y Portugal inyectan el cristianismo en el torrente circulatorio indígena; pienso también en la América protestante, que con ella se reproduce en América la división europea en dos mitades: una latino-católica y otra germánico-protestante. Como observa Tocqueville, las raíces cristianas protestantes de Estados Unidos aportan la fuerza de la libertad, más ligada al mérito que a la extracción social.

En definitiva, si se contemplan las complejas relaciones entre el cristianismo y las instituciones de todo Occidente, se descubre que nuestras opciones políticas fundamentales, nuestra Weltanschauung, nuestras esperanzas y reacciones más profundas dejan entrever los reflejos secularizados y democratizados de “infraestructuras religiosas que 20 siglos de cristianismo han inscrito en el patrimonio sociocultural europeo” (L. Moulin).

Baste un ejemplo: en las conquistas modernas identificadas gracias a la regla áurea “se considera al otro como un fin y no como un medio”, se identifica la matriz cristiana, tanto en las líneas que diseñan el perfil de los principios liberales de defensa e instauración del orden laico de la vida -según el cual todos los hombres y mujeres pueden vivir y buscar la verdad por medio de la libertad- como en la inspiración de solidaridad que late en los socialismos modernos, siempre que se les desvincule de las desviaciones totalitarias.

Los derechos humanos no comienzan con la Revolución francesa. En realidad, hunden sus raíces en ese mix de hebraísmo y cristianismo que configura la imagen del cuerpo económico y social de Europa. Norberto Bobbio afirma que el gran cambio que supuso tratar al hombre como persona “comenzó en Occidente con la concepción cristiana de la vida, según la cual todos los hombres son hermanos en cuanto hijos de Dios”.

Se explica así que los grandes protagonistas de la Unión Europea (Schuman, Adenauer, De Gasperi) fueron políticos de extracción cristiana y, por tanto, enamorados de la libertad. Creían que todo género de tiranía ejercitada por un pueblo sobre otro era “el mal último”, ya que conculcaba la libertad del individuo. El sueño de una Europa unida, nacido sobre las cenizas de la Primera Guerra mundial y reforzado por los horrores de la época nazi, y más tarde por el comunismo estalinista, derivaba directamente del odio por la tiranía. Convenían así con Arnold Toynbee cuando achacaba las causas más profundas de la crisis del mundo occidental tras la primera y segunda guerras mundiales al alejamiento de los valores espirituales, con su culto desmesurado por la técnica, el nacionalismo y el militarismo. Para el historiador, es necesario volver a tomar oxígeno de la herencia religiosa de todas las culturas, en especial “de lo que queda del cristianismo occidental”.

Desde luego, como señalaba el cardenal Ratzinger, el entusiasmo inicial por el retorno a las grandes constantes de la herencia cristiana se ha diluido bastante. En realidad, “la Unión Europea” se ha hecho casi solamente en el ámbito de la economía, oscureciendo sus fundamentos espirituales. Sin embargo, éstos permanecen ocultos en estratos subterráneos, como el petróleo en la piedra pómez. De improviso y en determinadas circunstancias, como una marea impetuosa, emergen con una especial fortaleza. Pensemos en la caída de los sistemas ideológicos que durante 70 años fundamentaron a los países del Este. ¿Cuál fue la causa de este crack gigantesco? Dos fuerzas, cuya vitalidad había sido desdeñada por ideólogos de uno y otro lado de Europa: la religión y el nacionalismo. A través de ellas, la nueva Europa redescubrió las viejas fuerzas que mueven la historia. El hundimiento se produce exactamente cuando ante la nomenklatura emerge aquella comunidad de derechos fundamentales que está en la base del ser humano: el respeto de la dignidad humana, la protección de la libertad en todas sus formas, la tolerancia, el pluralismo político, la justicia social, etc.

Se entienden así las reacciones contrarias a denominar de otro modo aquellas fechas que conmemoran precisamente el nacimiento (Nativitas, en latín, Navidad en español) del fundador del cristianismo, es decir, de las bases más profundas de la civilización en la que nos movemos. Igualmente se entiende que, en los votos particulares, pero concordantes con el fallo, de los jueces del Tribunal de Derechos Humanos (TEDH) Rozakis, Vaji, Bonello y Power, latan las ideas hasta aquí expuestas. En la sentencia Lautsi II, como es sabido, el TEDH afirma la validez de los crucifijos en las escuelas, ya que son la expresión de la cultura y la historia de un país que, inevitablemente, está cargada de elementos religiosos e ideológicos. A ello añaden los jueces mencionados que muchas veces la eliminación de símbolos cristianos son manifestación de un cierto “vandalismo cultural”, que pretende arruinar “siglos de tradición europea”. Algo así como incidir en una suerte de “alzhéimer histórico”, de amnesia ante las raíces culturales de los pueblos.

De ahí que la simbología que encierra la expresión “Felices Navidades” es concorde con el sentido común y político. Un modo de tener la fiesta en paz.

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