¿PROGRESO?
He recibido una recopilación de 9.911 citas célebres (desconozco el porqué de este número) y he leído varias al azar y entre ellas las dos siguientes: “Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo”, de Cicerón, y un anónimo que dice “la inteligencia me persigue, pero yo soy más rápido”. Doy por seguro que habrá otras más profundas y más eficaces, pero ese no es hoy el tema. La reflexión es ver concentrada en esa recopilación la sabiduría humana de una forma profunda y la escasa capacidad de la sociedad para generar progresos más decisivos a lo largo de la historia. La cuestión puede simplificarse así: no deberíamos llegar ya al convencimiento de que la humanidad necesita mejorar de forma mucho más rápida y profunda si quiere afrontar con éxito sus problemas básicos que guardan relación con el incremento acelerado de todas las desigualdades.
Es peligroso pensar que hemos seguido progresando cuando ya es evidente que existe un descontento generalizado en la ciudadanía ante el enquistamiento de situaciones que en muchas ocasiones superan ya el concepto de injustas. Es cierto que en algunas áreas se han producido mejoras positivas, como es el caso del protagonismo de la mujer que solo por su constancia y su esfuerzo ha sido capaz de superar techos y barreras que parecían invencibles. Pero el machismo sigue siendo un factor muy negativo en la convivencia ciudadana, porque empobrece la calidad democrática y la económica, y porque demuestra una tendencia permanente hacia la involución cultural.
España necesita en estos momentos mucha más audacia, mucha más ambición y mucha más seguridad en sí misma, porque la competencia entre países está creciendo exponencialmente. Nuestros políticos siguen abandonando la búsqueda de nuevas ideas y nuevas soluciones porque están maniatados por la rigidez y la pobreza del debate político entre personas y partidos que desprecian la importancia de la grandeza de espíritu en la lucha por el bien común. Los debates son por regla general un juego de agresividad infantil, que llegan a causar rubor moral. Hay que exigirles más para evitar una decadencia irreversible de su prestigio y de su capacidad de influencia. El estamento político es un factor clave en la sostenibilidad del sistema. En cualquier caso, no podemos resignarnos ni acobardarnos. Hay que ignorar a los que gozan dramatizando la situación y se convierten, para atraer atención, en predictores de un apocalipsis global. Vamos a un mundo mejor en el que la sociedad analógica se convertirá en una sociedad digital y en el que la inteligencia artificial será decisiva en la mejora de la condición humana.
Hemos sabido adaptarnos y controlar cambios de todo orden y de gran calado y continuaremos haciéndolo con toda naturalidad. Habrá que crear un nuevo pacto social y daremos un gran salto hacia adelante. Y lo haremos. La pobreza extrema ha descendido un 75% en treinta años, aunque este sea un magro consuelo para el otro 25%, un porcentaje abusivo que puede acabar con la salud e incluso la existencia de nuestras democracias liberales. Esperemos que no. Pero hay que ir concretando programas que aseguren de una forma razonable el reparto digno de la riqueza sin afectar a la competitividad. Podemos consolarnos pensando que hemos progresado en muchas áreas culturales, sociales y económicas, pero en algún momento habrá que reconocer que han sido unos avances más bien pobres y muy limitados y, sobre todo, poco ambiciosos intelectualmente. Quedan pendientes todavía demasiadas asignaturas que habrá que superar con nota si queremos hablar, con justo título, de progreso.
