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Elogio de la templanza; por Pedro González-Trevijano, Académico de Número de la Real de Jurisprudencia y Legislación

30/08/2021
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El día 28 de agosto de 2021, se ha publicado en el diario ABC, un artículo de Pedro González-Trevijano, en el cual el autor opina que el objetivo prioritario ha de ser, por encima de toda consideración, escapar a la ira. Una de las plagas más letales que el ser humano puede padecer. No hay grandeza, ni dignidad alguna en el insulto y en el desprecio a los dioses y a los hombres. “Lo mejor es -apuntaba Séneca- cortarla de raíz, aplastar sus semillas y no dejarnos enredar por ella, pues no es fácil recuperar el equilibrio cuando se pierde el rumbo por su causa”.

Quizás ninguna época mejor que la estival, orillada, siquiera sea de forma momentánea, la frenética actividad y la perentoria urgencia diaria, para examinar primero, y valorar después, la conducta más singular y propia. Demasiadas veces exageradamente apegada a una rabiosa, instantánea y desaforada actuación, que no pocas ocasiones hace perder la serenidad, el comedimiento y la moderación. Desbordados por un frenesí compulsivo que nos arrastra por los desafortunados derroteros de la ausencia de restricción, de la falta de sosiego y de la pertinente contención. Quizás, porque como apuntaba de forma empírica Cervantes, “tras la tormenta suele la calma venir”. Eso sí, abierta la caja de Pandora, y liberados los huracanados truenos de cada uno, siempre pervive la perenne esperanza y el irrenunciable compromiso de la intangible aspiración de mejora personal.

Desde temprano llamaron mi atención el comportamiento de quienes, cualquiera que fuera la circunstancia o la adversidad, se manifestaban de forma atemperada, cortés y distendida. Sin recriminaciones altisonantes, groseros reproches, ni vociferantes exabruptos. Cánovas del Castillo, el comprometido artífice de la Restauración, lo explicitó en uno de sus más celebrados discursos políticos ante el Congreso en 1869: “La templanza es una de las más grandes virtudes civiles... Lo que no todo el mundo tiene, y sólo es dado a los verdaderamente fuertes, es la templanza”. Mi deseo de apasionada emulación, en muchos momentos tristemente frustrada, me vino de la mano de una excelente película y de una destacada obra literaria.

Siendo estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense acudía con asiduidad a la Filmoteca Nacional. En ella tenía la impagable oportunidad de poder ver los ciclos de los grandes directores y actores más representativos. Todo un lujo para los aficionados al séptimo arte. Por cierto, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, les recomiendo la lectura del reciente libro de mi admirado Eduardo Torres-Dulce, ‘El asesinato de Liberty Valance’, de John Ford. Pues bien, una de las películas que más profunda huella me dejaron, fue ‘Conspiración de silencio’, dirigida por John Sturges, y protagonizada por Spencer Tracy (John J. Mcreedy). En ella se narra la llegada de un enigmático hombre a un desolado pueblo de la América profunda, en busca de un granjero japonés para hacerle entrega de la condecoración otorgada a su hijo, caído en combate en la Segunda Guerra Mundial, y que le había salvado su vida. La cinta nos adentra en una claustrofóbica atmósfera de violencia difícilmente contenida y presta a estallar ante nuestros ojos. Con el paso de los minutos conocemos que éste había sido asesinado por unos matones, que tratan por todos los medios, tan reiterada como infructuosamente, de que el que fuera compañero de Katharine Hepburn, pierda los estribos. En una de las secuencias, uno de los bravucones homicidas hace pública una convicción. La de que el misterioso personaje debe de ser una persona importante. ¿Saben por qué? ¡Porque, reproduciendo sus palabras, no pierde nunca la calma!

Mi segunda referencia provino de la lectura de uno de los libros que mayor influencia ha ejercido en mi vida. Me refiero a las ‘Meditaciones’ del emperador Marco Aurelio. En él se desgranan logrados adagios, como que “El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza”; o “¡Cuidado! No te conviertas en un César”. Aunque el que ahora quiero reproducir, y que abre su primer capítulo en recuerdo de su abuelo Vero, prescribe lo siguiente: “Abraza el buen carácter y la serenidad”. Más tarde, me cautivó una obrita de Séneca, “El arte de mantener la calma”. Toda una declaración de principios morales del insigne filósofo cordobés, a la vez que una inestimable guía práctica para sortear las revueltas aguas y los desabridos vientos.

¡Aunque toda regla tiene su excepción! Volvamos al cine, y a uno de los filmes más maravillosos, de nuevo de John Ford, que se han rodado: ‘El hombre tranquilo’. Interpretado por John Wayne (Sean Thornton) describe las peripecias de un pacífico ex boxeador -retirado del ring tras la muerte de un rival en combate- que regresa a la casa de sus padres en Irlanda, donde se enamora de la temperamental Mauren O’Hara (Mary Kate). Pero las artimañas del hermano de esta, encarnado por Victor McLaglen (Will Danaher), y su contumaz negativa a hacer entrega de la dote, le llevaran a tener que defender su honor, su amor y su felicidad. Ford nos deleita entonces con una pelea única, inolvidable y vivificante, en la que participa toda la localidad (el gentío se arremolina en las calles, el sacerdote deja de pescar, un moribundo salta de la cama y la policía realiza unas apuestas). En un breve receso, los dos exhaustos hombretones encuentran tiempo para beber, como buenos irlandeses, unas cervezas en la expectante barra de la taberna. Finalmente, borrachos y abrazados, con las señales de la refriega en la cara, regresan hermanados al hogar del nuevo marido, mientras cantan estridentemente una canción popular.

En este contexto, ¿qué debemos hacer? El objetivo prioritario ha de ser, por encima de toda consideración, escapar a la ira. Una de las plagas más letales que el ser humano puede padecer. No hay grandeza, ni dignidad alguna en el insulto y en el desprecio a los dioses y a los hombres. “Lo mejor es -apuntaba Séneca- cortarla de raíz, aplastar sus semillas y no dejarnos enredar por ella, pues no es fácil recuperar el equilibrio cuando se pierde el rumbo por su causa”. ¿Cómo? Vaya aquí una improvisada senequista hoja de ruta admonitoria: esquívala con contundencia, mejora tu educación, relativiza las opiniones, rechaza la adulación, aprende a perdonar y a no juzgar a los demás, abdica de las ambiciones desmedidas, huye de la violencia, elude el enfado menor y gratuito, rehúye las afrentas, permanece imperturbable ante las adversidades, busca la compañía de las personas pacíficas y abstente de las groseras, abjura de la arrogancia, demora las resoluciones enojosas y soporta los contratiempos.

De esta suerte, nos haremos merecedores de la alentadora bienaventuranza divina: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredaran la tierra”. Convencidos, entre tanto, como postulaba sabiamente el ‘Libro de los Proverbios’, que “el que es tardo para la cólera, es mejor que el hombre poderoso”.

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