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Filibusterismo: ¿caballeros sin espada?; por Alfonso Cuenca Miranda, letrado de las Cortes Generales

05/04/2021
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El día 2 de abril de 2021 se ha publicado, en el diario ABC, un artículo de Alfonso Cuenca Miranda, en el cual el autor considera que el filibusterismo hace del Senado estadounidense una Cámara única en el mundo.

FILIBUSTERISMO: ¿CABALLEROS SIN ESPADA?

Los aficionados al cine clásico recordarán la extenuación cuasimaratoniana de un James Stewart que, en la célebre película de Capra, hacía uso de la palabra durante horas para evitar la aprobación en el Senado estadounidense de un proyecto perjudicial para los electores más humildes del senador a quien el actor encarnaba. En estos días, la táctica llevada a cabo por el protagonista de ‘Caballero sin espada’ ha cobrado actualidad como consecuencia del inicio de la tramitación en la Cámara Alta norteamericana de sendos proyectos, aprobados por la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes en los que, entre otros extremos, se facilitan los trámites para la adquisición de la nacionalidad a los conocidos como ‘dreamers’ (menores de edad extranjeros sin residencia legal) y se modifican, además, importantes aspectos de la legislación electoral.

El filibusterismo clásico, variante estadounidense del obstruccionismo parlamentario, se basa en la libertad de debate consagrada en las Rules del Senado como una de las señas de identidad de dicha Cámara e implicaba la monopolización de la palabra por uno o varios oradores (ya que no existe límite temporal) con el fin de impedir la aprobación de proyectos que se consideraban contrarios a los intereses defendidos por aquellos, o de forzar la introducción de modificaciones en los mismos. Hasta 1917 no existió antídoto posible contra la táctica comentada, introduciéndose en tal fecha el conocido como ‘cloture’ o cierre del debate, por el que, si una mayoría cualificada de senadores así lo aprueba, la iniciativa debe ser sometida a votación, sin que quepa ulterior debate. Dicha mayoría se sitúa actualmente en sesenta votos (de los cien miembros que conforman el Senado). Ha de añadirse que desde la década de los setenta del pasado siglo no se exige que los senadores acaparen los turnos de palabra, bastando la objeción (‘hold’) de un solo senador para que la iniciativa no se someta a votación si no cuenta con el apoyo de 3/5 de la Cámara.

Son muchas las voces que preconizan la necesaria eliminación de un mecanismo al que se considera una reliquia del pasado, paralizador de reformas necesarias y, por tanto, elemento decisivo en el tan cacareado bloqueo (‘gridlock’) del sistema estadounidense. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como pudiera parecer en un principio. Es necesario subrayar que, frente a la que sigue siendo su percepción en el imaginario colectivo, lo que hoy se denomina filibusterismo senatorial no es ya un método de obstruccionismo clásico, sino que se ha convertido en una regla de votación, es decir, en la exigencia de una mayoría cualificada de sesenta votos para la aprobación de determinadas iniciativas (se excepcionan del requisito de tal ‘supermayoría’ determinadas clases de proyectos, como los financieros). La diferencia respecto a lo que sucede en otros sistemas (piénsese en el supuesto de nuestras leyes orgánicas) es que en el caso estadounidense la mayoría requerida es una mayoría muy cualificada (3/5), y que, además, no existe una predeterminación de los tipos de proyectos en los que aquélla se exige, sino que dependerá de la selección que en cada momento efectúe la ‘minoría’ del Senado. Si en el pasado en dicha selección ha habido un indudable elemento de autocontención, en los últimos años, en el contexto de la creciente polarización observable en la federación estadounidense, el número de proyectos respecto de los que se ha requerido la mayoría cualificada ha experimentado un importante aumento. Con todo, no es menos cierto que precisamente en un escenario de fuerte división a nivel partidista y electoral la exigencia de que los proyectos más relevantes cuenten con un más amplio apoyo y un mínimo consenso con, al menos, una parte del ‘grupo de la oposición’ no puede considerarse descabellada, sino más bien lo contrario.

Lo señalado se inscribiría en el marco del sistema de frenos y contrapesos característico del régimen constitucional estadounidense, genial creación de los padres fundadores de Filadelfia. Un sistema que tiene en el equilibrio su elemento vertebrador. Un modelo que, como se ha señalado, obliga al compromiso, incluso al precio de situar de cuando en cuando al sistema al borde del precipicio (piénsese en los célebres ‘shutdowns’). A lo señalado se une el necesario equilibrio entre los Estados en un país continente como el norteamericano, configurándose como elemento clave de su organización política. El Senado es la encarnación de dicho compromiso territorial y el filibusterismo forma también parte del mismo. Y si bien dicho equilibrio se encuentra ya sustancialmente garantizado con la representación paritaria de los Estados en la Cámara Alta, aquel se refuerza con la exigencia de los sesenta votos para el cierre del debate, debiendo tenerse en cuenta también que en los últimos treinta años en más de un tercio de las ocasiones en que el filibusterismo ha llegado a sus últimas consecuencias de forma exitosa (votación de cierre y rechazo del mismo) los 40 votos (o, eventualmente, más) de bloqueo han representado a Estados que sumados agrupaban a la mayoría de ciudadanos del país.

A pesar de que el filibusterismo haya gozado de muy mala fama, del todo merecida por su utilización torticera como elemento perpetuador de la aberrante discriminación de la población afroamericana en el Sur, no hay que olvidar que en el pasado sirvió también para galvanizar reformas sociales necesarias, como demostraría su profusa utilización por los senadores del movimiento progresista en las décadas iniciales del siglo XX. El filibusterismo hace del Senado estadounidense una Cámara única en el mundo, contribuyendo de modo decisivo a que la misma sea la más poderosa de cuantas existen en la actualidad. Además de forzar al consenso, el filibusterismo constituye el alma del Senado, como los propios senadores de distinto signo político y épocas han venido entendiendo hasta la fecha, siendo prueba de ello el invariable rechazo por los mismos de cuantas propuestas de supresión se han presentado a lo largo de los años.

Es innegable que Estados Unidos atraviesa un momento crucial, en especial, tras los graves y tristes sucesos del pasado 6 de enero. Una vez más, el desafío es encontrar el equilibrio entre la legítima aprobación de la agenda política de la nueva Administración y las preocupaciones o exigencias de la oposición y de los sectores sociales representados por unos y otros. Estados Unidos ha cumplido su destino de ‘ciudad en la cima’ gracias al compromiso fundacional, reeditado por los dos grandes partidos ante los desafíos más relevantes que en cada momento se le presentaban. Sin perjuicio de la discrepancia diaria entre el ‘burro y el elefante’, es tiempo de uno más.

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