LO DESEABLE Y LO POSIBLE
A lo largo de mi vida he repetido muchas veces una frase que me parece rotundamente acertada: “No todo lo socialmente deseable es económicamente posible”. El valor de esta frase trasciende a lo económico y a lo social. Es todo un programa vital que nos lleva a buscar el equilibrio entre lo que deseamos (en lo personal, profesional, económico y familiar) y lo que podemos alcanzar. Hay un factor ‘suerte’ que se escapa de nuestras manos y que nos viene dado, por lo que nada se puede decir al respecto. Es cierto que no podemos dejar a la ‘suerte’ como el faro de nuestra vida, pero si se acerca a nosotros hay que aprovecharla. A veces, un amigo, una ocasión, o una decisión pueden cambiar el rumbo de nuestras vidas. Pero no podemos dejar como elemento principal al factor suerte. Hay que luchar y buscar esa suerte con trabajo, ilusión y perseverancia. Y en ese empeño de tener suerte y ser feliz resulta fundamental planificar nuestra vida.
Quizá lo esencial resulte ponernos una meta, saber lo que queremos ser o alcanzar. A veces hay obstáculos que hacen imposible llegar a lo que uno quiere, pero, salvado esto, debemos saber cuál es nuestra meta vital y una vez que lo tenemos claro, hay que poner todos los medios a nuestro alcance para lograr lo propuesto. A menudo recuerdo a muchos personajes públicos que han triunfado en sus vidas y que se nos presentan como en un flash de llegada a la meta sin prestar atención a la carrera que ha precedido a ese punto final triunfal. En esas situaciones, no hay triunfo sin sacrificio. Y casi tan importante como el sacrificio es tener claridad sobre lo que queremos. No perdernos en las dudas ni en las incertidumbres que, por otra parte, es lógico que existan, y una vez que tengamos claro lo que queremos, hay que ponerse a la tarea de luchar por conseguirlo.
Es importante señalar que lo que voy diciendo vale, de modo capital, para el comienzo de nuestra vida de adultos, pero es también plenamente aplicable para las distintas etapas de nuestras vidas en las que tenemos años, ánimo, medios distintos, a los que hay que amoldarse. Cuando uno llega a los sesenta, la reflexión que tenemos que hacer sobre nuestro futuro conlleva elementos distintos a la que correspondería hacer cuando cumplimos los cuarenta.
En un ámbito más general, es importante tener claro que objetivamente debemos desechar como posible lo que resulta imposible para nosotros. Por ejemplo, ser un bailarín de primera siendo un zote en el baile, o un gran pintor si uno no sabe ‘hacer la o con un canuto’. Lo que uno sabe que no podrá hacer debe desecharlo con toda tranquilidad. Da mucha paz. Pero, apartado lo ‘imposible’, hay que poner todo el esfuerzo en lo ‘posible’. Y en ese campo hay algo muy importante a tener en cuenta: el logro de ser felices. Quizá lo esencial en nuestras vidas es la felicidad. Y esa felicidad está al alcance de todos, salvo que nos propongamos metas que sabemos inalcanzables, como digo. Y como ser feliz es fundamentalmente un estado de ánimo, no es muy difícil alcanzarlo cuando se consigue lo que se quiere, cuando se tiene autoestima, cuando uno se siente querido por su familia y sus amigos, cuando asimila los fracasos, cuando ayuda a los demás en definitiva, cuando uno está en paz consigo mismo.
Ser feliz no es tener medios materiales -aunque estos ayuden a serlo-, sino sentirse equilibrado, ilusionado, acompañado y esperanzado. Y creo firmemente que si uno se empeña y lucha por ello acaba siendo feliz. El mayor enemigo es desear obsesivamente lo que sabemos que no podemos conseguir, pues nos lleva a la infelicidad.
Quizá una de las exigencias más rotundas de la felicidad radica en querer y ser queridos. Lo primero depende de nosotros; lo segundo, también, en buena parte si sabemos huir de la soledad y ser abiertos de corazón. En esta tarea vital es muy aconsejable hacer altos en el camino, pararse a pensar sobre lo que hacemos y pensamos para corregir lo que sea necesario, teniendo siempre muy presente que hay mayor satisfacción en dar que en recibir. El que espera mucho está expuesto a la decepción, y el que espera poco a la insatisfacción. No quiero con ello defender que en nuestras vidas tengamos que abandonar metas de altura, sino que debemos saber cuál es la altura adecuada para nosotros. No debemos olvidar que todo lo que vale, cuesta. Y normalmente si vale mucho, cuesta mucho. Como es lógico, ese coste nos pesa, y a veces nos agota, y es ahí donde entra en juego ese motor que nos lleva a la lucha interior y al esfuerzo individual. Pero, aunque pese sobre nosotros fundamentalmente ese afán de superación, hay que buscar la ayuda de quienes nos quieren: la familia y los amigos.
En la aventura vital de superación y esfuerzo hay que montarse lo que yo llamo ‘un seguro de realismo’ que nos ayude a superar con buen ánimo el no haber llegado a la meta deseada. No permitamos que un fracaso nos amargue la vida, más bien debemos aplicar ese viejo pensamiento -un tanto radical- que dice: “Nunca pasa nada. Y si pasa, qué importa. Y si importa, qué pasa”. Siempre recuerdo las reflexiones de mi paisano José María Cabodevilla Sánchez, cuando escribía algo así como que “para ser feliz no hace falta mucho aparato, sino poner atención y calor humano en las cosas más sencillas como son -decía- jugar con una pelota en la playa, ponerse un jersey gordo en invierno teniendo al frío de acompañante, oír trinar a los pájaros, estar charlando sin prisa y sentado con un amigo, ver a un niño que te sonríe y tantas otras cosas diarias y sencillas que nos pueden ayudar a ser felices”.
Debemos ser ambiciosos en nuestros deseos (tanto alcanzas cuanto deseas), pero sumergidos en un baño de realismo, y sabiendo que ser felices depende en gran parte de nosotros mismos.