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Entrevista con Araceli Mangas

"Estados Unidos vive en un sistema arcaico y socialmente fracasado"

15/01/2021
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Entrevista de José Antonio Zarzalejos a Araceli Mangas publicada en el diario El Confidencial.

Araceli Mangas Martín es una de las académicas españolas más respetadas en el ámbito del conocimiento del derecho público internacional y las relaciones internacionales, materias de las que es catedrática en la Universidad Complutense. Antes, obtuvo la cátedra Jean Monnet y el primer Centro de Excelencia que reconoció a España la Comisión Europea. Formó parte en 1995-96 del comité de sabios para la reforma del Tratado de Maastricht y es doctora honoris causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). A todos esos títulos añade el de académica de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Mangas se caracteriza, además de por su reconocida solvencia técnica, por su capacidad divulgativa y cercanía a los medios de comunicación, desde los que de manera frecuente aborda los asuntos internacionales con una accesibilidad tan extraordinaria como rigurosa. Ha vivido con la intensidad de una experta los acontecimientos del pasado 6 de enero en el Capitolio de la capital de los Estados Unidos y en esta entrevista muestra con contundencia una especial claridad de ideas que ofrecen un diagnóstico singular y didáctico de la crisis del sistema político norteamericano.

PREGUNTA. El asalto al Capitolio ha sido un hecho sin precedentes históricos en Estados Unidos, ¿cuál cree que será el impacto político y jurídico en los sistemas democráticos que tienen como referencia de democracia liberal a Estados Unidos?

RESPUESTA. Un daño importante, central, es reputacional. El prestigio y liderazgo de Estados Unidos en el mundo estaba en declive y ahora se ha agudizado y evidenciado para todos. Se discutía si EEUU se acercaba al fin de ciclo de su dominio material y político. Y parece que se han confirmado su deslizamiento y fragilidad.

Su desprestigio internacional se agudizó en los últimos años por las reiteradas fallas de su irregular integración racial y la creciente desigualdad con multiplicadas situaciones de extrema pobreza. Era y es un sistema socialmente fracasado. Y su deterioro se ha evidenciado interna y externamente por la pésima gestión de una situación sorpresiva como la pandemia covid-19, siendo uno de los Estados que, contando con todos los recursos y la mejor medicina, han demostrado incapacidad administrativa y política. El sistema federal de EEUU ha fracasado en su deber de proteger la vida de sus ciudadanos y sus derechos humanos más elementales. Y su seguridad cibernética ha estado comprometida con fáciles y repetidas intromisiones rusas.

Estados Unidos es una gran potencia, venida a menos, y humillada. Las imágenes del asalto al Capitolio son una humillación ante el mundo. Y lo saben.

Todas las democracias debemos extraer lecciones y adoptar medidas para emerger contrapesos contra personalidades autócratas. Nos alerta de la fragilidad de las democracias y de la necesidad de sistemas de alerta para prevenir su descomposición. Biden lo dijo varias horas después: “Me gustaría poder decir que no pudimos advertirlo, pero no es cierto. Pudimos avizorarlo”. El poder político que no acepta los procedimientos y los límites, el nepotismo, la corrupción, colonizar las instituciones que deben vigilar al Ejecutivo con redes clientelares son, entre varias, la pendiente para el asalto a los cielos.

P. ¿Cómo ha sido posible que en un modelo político como el de Estados Unidos se haya producido este desbordamiento?

R. Su sistema constitucional y político, sus afamados contrapesos constitucionales, no ha funcionado suficientemente bien para impedir excesos de toda índole cometidos por un presidente con evidentes indicios de incapacidad intelectual, incluso mental, y falta de probidad para ejercer el más alto cargo en EEUU. Máxime teniendo en cuenta que, como jefe del Estado de una gran potencia nuclear y militar, tiene esenciales poderes, algunos de los cuales puede ejercer con una amplia discrecionalidad personal (en relaciones exteriores, acciones militares, botón nuclear).

El discurso de Trump y del populismo caló porque la globalización ha tenido resultados muy desiguales. La liberalización, privatización y desregulación, así como la imparable cuarta revolución industrial-tecnológica, han tenido consecuencias no todas beneficiosas y no para todos. Ha habido beneficios asimétricos en el comercio y en las inversiones y la gente, tanto en EEUU como en Europa, percibe un desplazamiento de la capacidad de decisión con desequilibrios muy preocupantes en favor de Asia o de otros centros opacos de poder. Las clases medias disminuyen en Estados Unidos (y en Europa); las clases medias se sienten indefensas, pierden poder, y una parte de esas clases medias se encierra en la coraza populista del primer salvador iluminado; las clases medias han sustentado la democracia y le dan estabilidad. La larga crisis económica y financiera les ha generado desconfianza en la democracia. Trump ha creído que no debía mantener relaciones privilegiadas con determinados países por la sencilla razón de que son democracias. Sus socios más cercanos no eran democracias y ha mostrado admiración por los líderes autoritarios, como Vladimir Putin, Erdogan, Bolsonaro o Boris Johnson. A Trump y sus huestes les fascina el fuerte liderazgo, el culto al líder que alimenta todos los populismos. Y un sistema presidencialista facilita el desbordamiento. Trump estimaba que las democracias diluyen la energía de las grandes personalidades en favor de su pueblo.

P. ¿Cree que el trumpismo permanecerá como práctica política en EEUU y se extenderá más de lo que está, en otros países occidentales?

R. Ha sido una señal de alerta tan brutal que frenará parcialmente el movimiento trumpista. Pero seguirá siendo muy fuerte en la sociedad norteamericana con bajo nivel cultural; ha calado en aquella opinión pública que se ha instalado en una vida paralela, en la de la posverdad. De hecho, el Partido Republicano cerró filas en los cuatro años y tragó todos los sapos.

Pero ha sido tan impactante que se ha desmarcado una gran mayoría republicana. Ya saben a dónde lleva esa dialéctica de la mentira y la supremacía blanca. No sé, pero deseo que el Partido Republicano se desmarque de su populismo y vuelva a la senda conservadora constitucional.

P. ¿Estima que estos hechos provocarán cambios constitucionales en los Estados Unidos?

R. EEUU es un país, más que estable, anclado en sus mitos fundacionales. En parte es bueno tener tradiciones y conservar cierto espíritu fundacional. Pero hay que reconocer que es un sistema jurídico-político arcaico y con grietas y vacíos importantes. Ese arcaísmo lleva a una complejidad enorme en los procedimientos y en la previsión de circunstancias nuevas. Su sistema de elección de representantes es algo atrabiliario, y más aún toda la parafernalia en las elecciones presidenciales. Provoca desigualdades importantes y una dialéctica con desequilibrios insoportables entre el voto popular (el más importante) y el peso parlamentario.

Y alguno de los vacíos provoca situaciones arriesgadas. Estos días, se habla mucho de la enmienda constitucional nº 25 que permitiría al vicepresidente Pence, con la mayoría del gabinete, declarar la incapacidad del presidente; la otra opción de la enmienda es hacerlo a través de “otro tipo de órgano que el Congreso pueda crear mediante ley”, pero nunca se ha desarrollado esa opción. La presidenta del Congreso, Nacy Pelosi, ha insinuado la necesidad de aprobar una ley para dar la opción al Congreso en la destitución del presidente para declararlo incapaz de ejercer sus funciones. Que la presidencia de Trump es inaudita se demuestra por la falta de precedentes en la manipulación popular para asaltar el Capitolio.

P. ¿Es un peligro para su país y para el mundo que Trump siga desempeñando la presidencia hasta el 20 de enero?

R. En un tipo tan megalómano, con tantos desequilibrios y vacíos mentales y tan profundamente herido en su orgullo, que podría estar tentado a tomar decisiones precipitadas. En los últimos seis meses, ha tomado decisiones impropias, como el nombramiento de la jueza del Tribunal Supremo en vísperas electorales, la retirada vergonzosa de tropas de Irak y Afganistán, los acuerdos triangulares con países árabes e Israel, asi como el más reciente de reconocimiento de la anexión militar del Sáhara por Marruecos, su intento de atacar a Irán, estimular viajes oficiales a Taiwán para provocar a China, etc.

Creo que ha hecho bien la presidenta del Congreso, Pelosi, en dirigirse a los responsables militares del Pentágono para advertir de los riesgos de una decisión personalísima de un presidente que ha intentado abortar un relevo presidencial manejando a la turba insurrecta.

P. ¿Registra usted algún paralelismo entre lo ocurrido con el asalto al Capitolio y sucesos históricos recientes en España?

R. Con el único que encuentro relación muy acusada es con la violencia social e institucional desencadenada por partidos independentistas (asalto al Parlamento catalán durante el mandato de Artur Mas) y, más especialmente, alentar la ruptura constitucional desde el poder por las instituciones autonómicas catalanas durante todo el año 2017 (y su “lo volveremos a hacer”): las leyes inconstitucionales del Parlamento catalán para crear una estructura estatal paralela, su voluntad decidida de no sujetarse a la Constitución, el referéndum del 1 de octubre (y sus antecedentes), su negativa a reconocer la realidad y fantasear con una realidad paralela e inventada, el mismo supremacismo y las fantasías identitarias, la toma de las calles para asaltar edificios públicos, el aliento del presidente Torra, los mismos personajes mediocres e histriónicos (Puigdemont, Torra).

En nuestro mundo, el del siglo XXI, incluso a finales del XX, los golpes de Estado no los dan necesariamente los militares ni se hacen con medios militares, en especial, en el primer mundo. Los golpes de Estado los dan los políticos en el poder. Y muchos son autogolpes desde la cúspide del Estado, como el de Erdogan en Turquía, o mediante violencia política, retorciendo las normas en vigor hasta hacerlas moldeables a los gustos del líder imprescindible (superando los mandatos presidenciales previstos y ajustándolos al gusto del poder que deviene así ilegítimo, como sucede en Nicaragua, Venezuela, Rusia).

P. ¿Es la inspiración del asalto al Capitolio desde el poder presidencial una característica definitoria de los acontecimientos?

R. Sí. Hay demasiadas evidencias de que el presidente Trump inspiró, alentó, comprendió y aplaudió a la turba que asaltó el Capitolio. Es cierto que ninguna de las frases ordenó explícitamente el asalto al Capitolio, y que no tuvo un jefe o mandos sobre el terreno ni seguían pautas de asalto.

Pero Trump convocó un mitin y una manifestación al lado del Capitolio, volvió a reiterar que no aceptaba la legitimidad de unas elecciones —que decenas de tribunales en EEUU habían estimado limpias—, incitó a presionar y a que no se dejaran quitar lo que era suyo, allí, en el momento en que el legislativo tenía que dar el último y definitivo paso que le apartaba de la presidencia. Incluso ya sabiendo el caos y la anarquía generada, les manifestó comprensión y que les “amaba”.

Trump intentó manipular los resultados electorales exigiendo a altos responsables de los estados, a la Fiscalía General, que cambiaran los resultados; luego, presionando sobre los legisladores republicanos, y en el momento de la certificación, que la objetasen, o que sintieran la ira de sus fanáticos seguidores, y exigiesen un voto por estado que le daría el triunfo. Ha intentado el autogolpe para obtener ilícitamente otro mandato.

Al rodear el Capitolio con su presión sobre los legisladores, aunque luego tras el mitin se retiró, está claro que 'puso en suerte' a la turba para asaltar el legislativo y esperar acontecimientos. Por ejemplo, ¿y si hubiera habido algún tipo de apoyo, aunque parcial o limitado, en el ejército, la policía o en los estados? En antiguos pronunciamientos militares, una guarnición relevante se sublevaba y esperaba a que prendiera la llama de la rebelión (fue lo típico del siglo XIX español, y también en Iberoamérica).

Lo dijo Biden esa tarde: fue una insurrección, penalmente, un acto de sedición. Y fue una actitud personalísima del presidente Trump. Es claro que el Partido Republicano quedó estupefacto. Pero ellos se acogieron y se sirvieron del insurrecto. Deberían desmarcarse.

No sé si son conscientes los partidos republicano y demócrata del grave peligro que han padecido. Y de que, si no sanan y purgan la herida, habrán sentado un precedente de golpismo en la democracia que creíamos más estable del mundo.

P. ¿Qué defensas internacionales recíprocas entre Estados existen en el mundo occidental para mantener los sistemas democráticos?

R. Desde hace una veintena larga de años, ha habido un gran movimiento favorable a la extensión y mejora de las democracias y el Estado de derecho. Es cierto que esa espiral positiva se ha detenido y revertido parcialmente en los últimos años, proliferando regímenes autoritarios que se apoderan de las instituciones y revocan en su favor los procedimientos de elección (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Turquía, Rusia, Brasil). Abordar la estabilidad de las democracias y la reacción frente a los cambios al margen de la Constitución ha sido parte de una estrategia de Naciones Unidas y organismos regionales para hacer frente a las crisis que desestabilizan las democracias. Naciones Unidas ha estimado que se debe dar “una respuesta colectiva apropiada a los problemas que se derivan de los cambios de poder anticonstitucionales” (2011). Organizaciones como la UE, la OEA o Unidad Africana tienen estrategias contra el golpismo, pero en su vertiente militar, con la suspensión de ayudas y negativa al reconocimiento del nuevo Gobierno. Pero el sistema sibilino de la acción tumultuaria o los autogolpes desde el poder constituido son más difíciles de condenar y sancionar. Al menos en este caso, los Estados occidentales han reaccionado con claro apoyo al respeto a los resultados electorales condenando las estrategias de 'rodear' los parlamentos.

P. ¿Cree que los hechos del 6 de enero suponen una vacuna contra el populismo, sea de derechas, de izquierdas o independentista, en el mundo occidental?

R. En el mundo occidental, esos hechos pueden ayudar a desenmascarar a los movimientos que, bajo advocaciones diversas, hay en la extrema izquierda y en la extrema derecha, y entre el nacionalismo supremacista e identitario, en nuestros Estados. Igual que el Brexit (el gran éxito del nacionalismo en Europa) frenó a la extrema derecha en Francia y Holanda y fortaleció el apoyo popular a la Unión Europea, también puede ayudar a revalorizar el centro político en nuestros Estados. Hay que hacer pedagogía con las imágenes del Capitolio para vacunar a la gente contra los mesías populistas de la derecha y de la izquierda.

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