TODA UNA PROEZA
El éxito de Donald Trump en el impeachment recién votado no ha consistido en haber tumbado sobre la lona del Senado al Partido Demócrata. La verdadera proeza del rubio presidente ha sido lograr que el Partido Republicano cierre filas en torno a él. Comparemos su impeachment con el del otro presidente republicano sometido al severo proceso de destitución
En la última votación presidencial de Richard Nixon (1972) logró nada menos que el 60,67% de los sufragios. Es decir unos 47 millones de votos populares. Su contrincante (McGovern) obtuvo 29 millones. El partido republicano le apoyó en bloque. Sin embargo, los mismos que se apretujaban para abrazarlo cuando fue reelegido, un par de años más tarde le aconsejaron que dimitiera: había perdido la confianza del Partido Republicano.
La trayectoria de Trump ha sido inversa. Hillary Clinton le sacó más dos millones y medio de votos populares, aunque perdió en los votos del colegio electoral. Trump obtuvo un 46,1% de los sufragios populares. Ciertamente una mayoría republicana le apoyó, pero con entusiasmo desigual. Tuvo que luchar contra 16 candidatos republicanos durante las primarias y en la convención, aunque ganó holgadamente, tuvo que sufrir todavía los ataques de la cúpula del partido.
Inicialmente fue, pues, un republicano antisistema. Hoy, sin embargo, según CNN, el porcentaje de republicanos moderados a favor de Trump es del 81%. Entre los republicanos potencialmente radicales, el apoyo sube hasta el 94%. Una última encuesta (Universidad de Quinnipiac) arroja la cifra global de un 92% de republicanos a favor del presidente y contrarios al impeachment. Estos datos explican el cierre de filas de los republicanos (en la Cámara de Representantes y en el Senado) a favor de Trump, a diferencia del desmoronamiento del apoyo republicano en el impeachment de Nixon.
Es curioso cómo un presidente deslenguado, bastante falaz, proclive al bandazo en sus decisiones y no demasiado ejemplar logra, sin embargo, estos índices de aprobación entre los suyos. Hay muchas explicaciones pero las últimas palabras del moderado senador republicano Lamar Alexander, al cambiar su voto en el tema de la llamada a testigos, es muy sintomático. Al decidir que no eran necesarios nuevos testigos -en contra de su opinión anterior- lo justificó así: “El comportamiento del presidente fue inapropiado, pero no justifica su destitución”. Se entiende que es un “pícaro”, pero no un delincuente.
Al pulsar las opiniones de las bases republicanas, los planteamientos son más radicales. Incluso comparan el fallido impeachment con el proceso a Jesús o el ataque japonés sobre Pearl Harbour. Para ellas, Trump ha utilizado sus prerrogativas presidenciales para luchar contra la corrupción en Ucrania. Su Discurso del Estado de la Unión de ayer, suma además una situación económica en alza.
¿Y cómo afrontó Trump el proceso? Lo ha hecho del modo que a él le gusta. Como un luchador de catch, encantado de moverse en el ring como un showman, diabolizando a los adversarios e intentando sacar tajada para su reelección en 2020. Esto último está por ver, pero merece un breve análisis. La estrategia de Trump es una operación de alto riesgo. En los procesos de destitución de Nixon y Clinton, éstos adoptaron por la presión una estrategia defensiva. Trump ha sido -y sigue siendo- ofensivo. Un planteamiento que une a los partidarios, pero exacerba el odio de los adversarios. Basta ver la reacción de Nancy Pelosi al romper enfurecida la copia del Discurso del Estado de la Nación del presidente. Y Trump necesita para ser reelegido a algunos de ellos y a los neutrales.
Alcanzar la Presidencia o mantenerla supone la confluencia de factores muy distintos: calidad del adversario, mucho fondo económico, entusiasmo que implica desear “desesperadamente” el Despacho Oval, salud a prueba de bomba, lenguaje corporal adecuado, equipo conjuntado, madera de líder, etc. El resultado favorable de un impeachment supone una buena publicidad para el ganador. Así ocurrió con Clinton que, tras el proceso, completó una hazaña poco frecuente: ganar las elecciones de mid term.
Suponiendo que sea Biden -con 76 años a cuestas- el triunfador de las primarias demócratas (como apuntan las encuestas nacionales, aunque se hundiera en Iowa ) deberá haber luchado con una intensidad notable contra una docena de candidatos, algunos bastante más jóvenes que él. La duración de esas elecciones preparatorias, la guerra cruel y sin cuartel, los agotadores desplazamientos afectarán sin duda a la salud del veterano vicepresidente de Obama. Lo mismo ocurriría con Bernie Sanders (79 años), con buenos resultados en el caucus de Iowa, o con Elizabeth Warren (71).
Trump tendrá que luchar muy poco en esta fase de la elección presidencial. Muchos estados han cancelado las primarias republicanas y el Comité Nacional Republicano decidió apoyar incondicionalmente al presidente titular, Donald Trump. En Iowa ha ganado por un 98% de votos frente a dos republicanos despistados. Es decir, llegará muy descansado a la campaña. Haber ganado el impeachment servirá como plataforma de lanzamiento, pero le queda todavía un largo camino para ser reelegido.